Sobre los transgénicos: una réplica al artículo de Luis Cosin
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Queridos lectores,
No pocas personas han expresado su disconformidad con algunos extremos planteados en el artículo de Luis Cosin sobre ingeniería genética y los transgénicos. Algunos amigos de Som lo que sembrem me han hecho llegar este artículo de réplica del profesor Jose Ramón Olarrieta. Espero que el debate sea de su interés.
Salu2,
AMT
TRANSGÈNICSAGRÍCOLES. Resposta del professor José Ramón Olarrieta (professor de Ciències del Sòl a la Universitat de Lleida i membre de Som lo que Sembremwww.somloquesembrem.org) al text de Luis Cosinpublicat al blogCrashOilhttp://crashoil.blogspot.com.es/2013/09/el-papel-de-los-transgenicos.html
No, el problema central de la controversia sobre los transgénicos no son “las prácticas comerciales de dudosa ética por parte de una serie de multinacionales”. El problema fundamental es que las variedades transgénicas de cultivos (y hablo de cultivos, es decir, producción en campo, abierta, no de producción confinada en laboratorio mediante microorganismos) no permiten solucionar ningún problema social relevante, ni hay ninguna perspectiva de que lo puedan hacer en el futuro.
El texto de Luis Cosin da una visión muy esperanzadora de la ingeniería genética, con la que no estamos de acuerdo, pero con un redactado que, además, induce a falsas interpretaciones, e incluso contiene algunos errores.
Así, el apartado 5, “Usos de la ingeniería genética”, comienza diciendo que estas nuevas tecnologías “abren un gran abanico de posibilidades”, para seguidamente señalar que, para evitar los daños producidos por las malas hierbas, “los agricultores utilizan herbicidas, con el consiguiente gasto económico y contaminación de aguas y suelos”.
Pues bien, la solución que nos da la ingeniería genética a esta cuestión son variedades resistentes a herbicidas, cuyo uso sólo ha servido para aumentar enormemente el uso de éstosi, con sus desastrosos efectos consiguientes para la salud humana y el medioii. Pero, además, se ha añadido un nuevo problema: las “malas hierbas” resistentes a estos herbicidas se han convertido en un problema de tal magnitud, que en Estados Unidos se estima que el coste de controlar estas “malas hierbas” ha aumentado un 600% en los últimos añosiii, y miles de hectáreas de cultivo se han abandonado por estar infestadas con estas plantasiv. Por tanto, la ingeniería genética en este caso ha sido un desastre, anunciado por otra parte.
Continúa el texto de Luis Cosin diciendo que “en los últimos 50-100 años, la mejora genética” ha resultado en mayor productividad “e incremento en las capacidades nutritivas”. Hablar de los “últimos 50-100 años” implica juntar períodos muy diferentes cuando se supone que se está hablando específicamente de los “usos de la ingeniería genética2, que tan sólo lleva 16 años en el campo. Y en estos 16 años no ha habido ningún impacto de las variedades transgénicas ni desde el punto de vista de la productividad ni desde el de la capacidad nutritiva de los alimentos. Informes internacionales, como el IAASTDvo el de la oficina asesora del parlamento alemánvi, hablan de datos contradictorios sobre la productividad de las variedades transgénicas. Los ensayos de campo realizados en Catalunya no muestran diferencias significativas entre las producciones obtenidas con variedades transgénicas y las obtenidas con variedades convencionalesvii. En Estados Unidos, los incrementos de producción en maíz debidos a las variedades transgénicas hasta el años 2009 se estimaban en un 3-4%, mientras que los debidos a la mejora genética convencional en el mismo período fueron del 13-25%viii. Por tanto, no se puede afirmar que ha habido un “estancamiento e incluso descenso en los niveles productivos”, y en todo caso, la mejora genética convencional está ayudando mucho más que las variedades transgénicas a salir de ese estancamiento. Aún más, un estudio reciente muestra que las producciones en Estados Unidos, con transgénicos y un mayor consumo de herbicidas y pesticidas, están quedando rezagadas respecto a las de los países de Europa sin transgénicosix.
Para ilustrar el supuesto aumento de la capacidad nutritiva de los alimentos, Luis utiliza el ejemplo del “arroz dorado” (arroz modificado genéticamente para tener un mayor contenido en vitamina A), como si éste fuera un transgénico ya en producción comercial. Pero nada más lejos de la realidad. Y es que este “arroz dorado” es el mejor ejemplo de esta ingeniería genética como tecnología en busca de un problema que resolver. Aunque se anunció a bombo y platillo en el 2000, no sólo todavía está muy lejos de estar disponible para los agricultores (y no por culpa del movimiento antitransgénicos), sino que “todavía no se ha determinado si el consumo diario de arroz dorado mejora el estatus de las personas deficientes en vitamina A ni si, por tanto, puede reducir los problemas relacionados como la ceguera”x. Ni más ni menos. Pero, además, el propio “arroz dorado” es un ejemplo de cómo la ingeniería genética es una tecnología incontrolada e impredecible. Porque a este arroz se llegó por pura casualidad, y los propios investigadores que lo obtuvieron reconocen que desconocen por qué aquella variedad que tenía que producir licopeno (porque el gen que se le introdujo teóricamente sólo tenía que producir esta sustancia), producía, en cambio, β-caroteno (la sustancia precursora de la vitamina A, y no sólo β-caroteno sino también luteina y zeaxantinaxi. Es decir, que tampoco se conoce el funcionamiento de los genes tan bien como muchas veces se pretende.
Pero la deficiencia en vitamina A no es más que el síntoma más claro de un problema mucho más amplio, que no es sino la extrema marginalización de las poblaciones que sufren esta deficiencia, y que, por tanto, sufren también de muchas otras deficiencias alimentarias. El arroz dorado no sería aquí más que un parche de tela en la tubería de todo un oleoducto. Y para ese parche no hace falta tanto viaje porque ya existen variedades de arroz, y también de boniatoxii, ricas en β-caroteno (y ricas en los ácidos grasos necesarios para que esta provitamina se absorba)xiii.
Posteriormente, habla Luis de “genes de resistencia a plagas”, y no existe tal cosa, aunque sea ése un término muy utilizado por los partidarios de los transgénicos. Lo que se ha introducido en diversas variedades de cultivos son genes productores de toxinas Bt, de manera que las plantas producen continuamente estas toxinas para así matar algunas plagas.
Y continúa su texto con la cuestión de los transgénicos productores de sustancias de interés farmacológico o químico, de los cuales todavía no hay ninguno a punto, pero cuyo interés estaría, según Luis, en el menor coste de producción de estas sustancias. Lo cierto es que el único estudio que se ha realizado sobre este aspecto demuestra que tal abaratamiento teórico de la producción sólo aparecería si se socializaran los costes de confinamiento y separación de estos cultivos de los destinados al consumo humanoxiv. Y parece difícil de creer otra cosa cuando sistemáticamente lo que se intenta es precisamente lo contrario, es decir, “industrializar” al máximo la producción agrícola porque ésta, sometida a las incertidumbres del clima, plagas, etc. es mucho más impredecible que aquélla, confinada a lugares recluidos y (relativamente) controlados.
Pero, nuevamente, debiéramos plantearnos la cuestión genérica. ¿Son caros los medicamentos? ¿Por qué en EEUU pueden costar 2-3 veces más que en Europa? ¿Por qué en Cuba las expectativas de vida están al nivel de las de EEUU gastando una ínfima parte de dinero en comparación?xv. Como sabemos, el coste de producción de los medicamentos tiene poco que ver con su precio para el consumidor. En cualquier caso, no es cierto, como afirma Luis Cosin, que la insulina transgénica la estén produciendo vacas transgénicas en su leche. Esta vuelve a ser una de esas “noticias” que aparecen periódicamente dando por hecho un nuevo “avance tecnológico” que luego nunca se materializa en la realidad.
Y en el último apartado, Luis intenta, en la primera parte, minimizar los problemas de estas variedades. Primero, mediante un redactado que pretende hacer pasar los transgénicos como una variedad más dentro de las muchas que tenemos (“son organismos…cuya única particularidad es que contienen uno o más genes introducidos que codifican las proteínas que les confieren el carácter deseado”). Pero es contradictorio presentar así los transgénicos y luego decir que abren perspectivas completamente nuevas. O una cosa o la otra. Y jugar con el genoma no es como añadir sumandos a una suma aritmética, sino más bien como añadir sílabas a las palabras, o palabras a las frases. El significado puede, o no, cambiar completamente. Porque con la ingeniería genética no se sabe cuántas palabras se están introduciendo (se suelen introducir accidentalmente varias copias y/o fragmentos de diferentes genes); ni en qué lugar de la frase se están poniendo estas nuevas palabras (la inserción de estos genes en el genoma de la planta es completamente al azar)xvi, ni siquiera si el gen introducido se comportará como lo hacía en su genoma original (ver el caso del arroz dorado comentado anteriormente). Y el resultado de todo esto es que tampoco sabemos muy bien cómo se comportará la plantaxvii. Así, por ejemplo, en el caso del maíz transgénico productor de la toxina Bt, resulta que en campos de cultivo con estos maíces hay plantas que producen mucha toxina Bt y otras que apenas la producenxviii; que las plantas de estas variedades transgénicas tienen contenido de lignina mucho más alto que las convencionales, cuando, teóricamente, esto no tendría que pasarxix; y en estas variedades cambia la cantidad que producen de diferentes proteínasxx. Y estas variedades acaban dando reacciones alergénicas en ratones de laboratorioxxi, y problemas en hígado y riñonesxxii.
Después, Luis discute algunos “falsos mitos”. Primero afirma que “si las proteínas codificadas no son tóxicas…ni alérgicas, no tienen ningún efecto fisiológico negativo”. Pero éste es un razonamiento circular, y, además, no conocemos el efecto de muchas de estas sustancias en el organismo humano, ni, como se ha comentado, los efectos accidentales que pueden tener estas variedades transgénicas. Y argumenta Luis que el etiquetado de alimentos en Europa permite controlar el riesgo debido a que no se conozcan los efectos de una proteína sobre la salud. Pero esto no debería funcionar así. Si no se conocen los posibles efectos de una sustancia, no se debería permitir la venta de productos que la contengan.
Y, según Luis, el segundo mito es que consumir un gen “no supone ningún riesgo” porque “se degradará rápidamente en el intestino”. Esto es falso, aunque la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria lo siga afirmando. Desde el año 2003 se han publicado estudios que han detectado la presencia de ADN transgénico en la sangre y/o los tejidos de animalesxxiii; en el 2011 se publicó también sobre la presencia en la sangre y en la orina de personasxxiv; y recientemente se publicó un trabajo con el indiscutible título de “Genes completos pueden pasar de los alimentos a la sangre humana”xxv.
En definitiva, la cuestión con los transgénicos es, como en tantos otros casos, la pretensión de esconder problemas esencialmente políticos mediante la tecnología para que todo siga igual. El desarrollo de los híbridos de maíz en los años 20 no se puede explicar si no es por el interés en dar una vuelta de tuerca más al proceso de usurpación de las semillas a los agricultores y de mercantilización de la producción de éstasxxvi.
Y la misma situación se repitió con el paquete tecnológico de la llamada Revolución Verde (nuevos tipos de semillas, biocidas, abonos de síntesis, maquinaria, riego), cuyo desarrollo no tuvo nada que ver con un objetivo de eliminar el hambre en el mundo (cosa que no consiguió) sino con evitar afrontar las cuestiones profundas que planteaban en muchos países los movimientos por la reforma agraria y el reparto de la tierra, y más en general, los movimientos revolucionarios de los años 60xxvii. Hay muchas dudas sobre los resultados de la propia Revolución Verde y sobre afirmaciones que le confieren el poder de haber salvado a millones de personasxxviii, e incluso se plantea que causó más problemas de los que resolvióxxix.
Como dice John Gray, “hoy, la fe en la acción política está prácticamente muerta, y es la tecnología la que expresa el sueño de un mundo transformado…Pero la tecnología no es un sustituto de la acción política. En la práctica, la usamos simplemente para enmascarar los problemas que no podemos resolver”xxx, aunque yo diría, más bien, que no los queremos resolver. Como muy bien lo expresó Steinbeck en “Las Uvas de la Ira”: “los hombres de ciencia han trabajado y la fruta se está pudriendo en el suelo…hombres que han creado nuevos frutos en el mundo no pueden crear un sistema para que sus frutos se coman”xxxi.
Cuando queremos representar el problema del hambre siempre elegimos, demagógicamente, imágenes de Africa o del sudeste asiático. Nos resulta fácil explicar esta situación recurriendo al “atraso” de estos países. Por eso no utilizamos la noticia del reciente primer muerto por hambre en España, o la de los 5 millones de personas que pasan hambre en California. Porque entonces tendríamos que reconocer que el hambre no tiene nada que ver con ese supuesto “atraso”, porque si no, ¿cómo es posible esa situación en California, el centro mundial de la tecnología agraria más “moderna”?
Los datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos en el año 2010 mostraban que 45 millones de habitantes de este país (1 de cada 7 familias) sufrían inseguridad alimenticia, el nivel más alto desde 1995xxxii, año en que ese departamento empezó a recoger datos sobre esta cuestión, y año previo a que se empezaran a cultivar las variedades transgénicas. A pesar de estos datos no haré la inferencia fácil, y demagógica, de decir que los transgénicos (y toda la “tecnología” agraria punta del mundo) aumentan el hambre, pero sí repetiré la clara conclusión de que el hambre y la malnutrición (y la producción de medicinas) no tienen nada que ver con la tecnología, y sí con la distribución de la riqueza y de los medios de producción.
Volviendo a John Steinbeck: “Y niños agonizando de pelagra deben morir por no poderse obtener un beneficio de una naranja. Y los forenses tiene que rellenar los certificados –murió de desnutrición- porque la comida debe pudrirse, a la fuerza debe pudrirse…Eso es un crimen que va más allá de la denuncia. Es una desgracia que el llanto no puede simbolizar. Es un fracaso que supera todos nuestros éxitos”.
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