¿Por qué otorgamos valor al dinero? Es una pregunta que nos hacemos muchas veces, y que ha sido asunto de largas cavilaciones incluso por parte de los grandes pensadores de la historia de la filosofía. ¿Como es posible que entreguemos vestidos o alimentos a cambio de unos discos metálicos, se preguntaban? Hoy día intercambiamos nuestro trabajo y nuestros bienes por pequeños trozos de celulosa con tinta, o incluso nos basta con una simple anotación en la contabilidad de un banco. ¿Por que?
Algunos dicen que es una convención social, otros que son los gobiernos al acuñar moneda los que otorgan valor a esos discos metálicos o trozos de celulosa. Carl Menger, en su libro principios de economía política hizo un inconmensurable compendio y análisis de este asunto, demostrando de forma muy sencilla que el dinero tiene su origen en el libre mercado y no en ningún otro sitio o ente.
En su observación histórica, muestra como el mercado va seleccionando los bienes que se venden más fácilmente por su alta demanda. Fue el caso de la sal, el trigo o el ganado. Además, esos bienes debían tener ciertas propiedades que facilitasen su uso como moneda de cambio. Por ejemplo que fuese fácil de transportar, homogéneo, relativamente escaso, divisible, que conserve su valor… El ganado por ejemplo fue usado como moneda de cambio durante mucho tiempo porque se transportaba a si mismo, cada cabeza de ganado era bastante valiosa y relativamente homogéneo, pero sin embargo al ser perecedero conservaba su valor durante un tiempo limitado, solo era divisible una vez sacrificado y además sus divisiones ya no eran homogéneas (un jamón, una paletilla, un lomo…).
Despues de ir testeando multitud de bienes, el mercado acabó por seleccionar la playta y el oro como mejores monedas de cambio. Con los conocimientos metalúrgicos necesarios, los metales cumplen fácilmente con los requisitos de homogeneidad y divisibilidad, además la escasez y los usos ornamentales del oro y la plata hacían que poca cantidad de metal representase mucho valor, por lo que enseguida superaron con creces al ganado en facilidad de transporte. Además en el caso del oro su altísima densidad (casi el doble que el plomo) lo hizo extremadamente difícil de falsificar, ya que una moneda falsa es mucho más ligera que una auténtica.
El proceso de acuñación fue una invención práctica del mercado, que sirvió para estandarizar tamaños de moneda y evitar el engorroso proceso de estar pesando las pepitas de oro o plata antes de cada intercambio. Posteriormente los Estados copiaron el invento de la acuñación, pretendiendo hacer creer que su cuño era lo que otorgaba valor a las monedas. Pero los hechos han demostrado con tozudez que cuando ese cuño pretende representar un valor arbitrario, a los agentes económicos les trae absolutamente sin cuidado el cuño en cuestión, asignando a la moneda el valor que el mercado “considera” adecuado. La inflación o deflación monetaria es un hecho que demuestra continuamente lo que estamos exponiendo. En ese sentido, la época en la que el dolar estuvo oficialmente vinculado a una cantidad de oro es una demostración categórica.
Más arriba decíamos que actualmente nos basta con una anotación en la contabilidad de un banco. Las anotaciones en cuenta son también un medio de intercambio muy interesante, son muy cómodas porque por ejemplo permiten hacer grandes transacciones sin mover una sola moneda de oro de su sitio.
La banca hoy día funciona de forma que nuestras cuentas corrientes son en realidad una deuda que el banco tiene con nosotros, e intenta organizarse de forma que cuando le pidamos lo que nos corresponde, tenga suficiente para satisfacer nuestra petición. Es decir, estas anotaciones en cuenta son crédito que nosotros le otorgamos al banco. El crédito o promesa de pago también tiene cualidades monetarias, y las tiene por si mismo sin necesidad de estar referenciado a ningún bien, la solvencia y seriedad del deudor pueden ser suficientes para aceptar por ejemplo un pagaré. Además el mercado es muy capaz de valorar el valor de una deuda, basándose precisamente en la solvencia del deudor y en el valor de los bienes que estén en el activo del deudor.
Bien, dicho esto, el economista Ludwig Von Mises elaboró una teoría basándose en la obra de Carl Menger con la que explica porqué las monedas fiat (artificiales) tienen valor. Esta teoría dice que hay que retrotraerse en el tiempo porque si tiramos del hilo de la historia de la moneda en cuestión llegaremos a un punto en que el valor de la moneda tuvo que estar ligado a algún bien (oro, plata) y que ese bien en algún momento además tuvo valor por uno o varios usos no monetarios (ornamentación, prótesis dentales, etc…).
Sin embargo, el economista Carlos Bondone sostiene que la teoría de Mises no es la más apropiada, ni tampoco una buena interpretación de la obra de Carl Menger. Bondone propone una teoría más general y por tanto más solida en la que explica que la utilidad monetaria es una utilidad como otra cualquiera y que el mercado está perfectamente capacitado para otorgar valor a la moneda, sea esta un bien físico como el oro, o crédito como el dólar.
Muchos economistas de la escuela austriaca sostienen que la utilidad monetaria no es un fin es si mismo, argumento que me resulta difícil de aceptar desde el momento en que una gran parte de nuestras acciones económicas son pasos intermedios e incluso es habitual que actuemos sin un fin determinado, como cuando en un viaje llevamos efectivo para cualquier imprevisto. Es más, la moneda cumple precisamente la función de neutralizar la incertidumbre. Es muy complicado conocer nuestras necesidades a largo, medio incluso a veces a corto plazo, pero si tenemos moneda en nuestro poder, ésta ejerce de comodín ante cualquier necesidad que nos pueda surgir. Cualquier cosa que nos ayude a suavizar la incertidumbre del futuro es tremendamente valiosa.
No voy a negar que los bienes que tienen más de una utilidad, sea ésta final o intermedia, tienden a ser más valorados. Lógico, porque son bienes capaces de cubrir más de una necesidad, por ejemplo el cobre se usa para hacer tuberías, cables eléctricos, o si se funde con Zinc obtenemos latón, aleación que se usaba antes en los barcos porque resistía bastante bien el agua del mar. Si el cobre tuviese un solo uso sería entendible que el mercado le otorgase un valor inferior. Por ejemplo, si solo sirviese para hacer tuberías. Ahora bien, ¿Las tuberías son un fin en si mismo?, ¿ o el fin lo satisface el agua que transportan y por tanto las tuberías son un medio?.
En definitiva, sin perjuicio de que la teoría económica desarrolle el estudio y la diferenciación entre utilidades finales o intermedias, creo que como concepto general se puede afirmar que el mercado valora todo aquello que considera útil (y escaso), independientemente que dicha utilidad sea final o intermedia. De forma que todo aquello que sea un medio de intercambio generalmente aceptado (moneda), puede ser “legítimamente” útil, y por tanto valioso, tan solo por esa razón.
Manuel Polavieja.