Los movimientos sociales que han tratado de canalizar la indignación en los últimos años han pecado de desunión y de carecer de un programa común que fuera aceptado por todos. Es quizás este aspecto el que haya provocado a estas alturas su aparente fracaso. Hemos visto mareas blancas, verdes y negras, colectivos de todo tipo y condición y plataformas que, como la de afectados por la hipoteca, han logrado una gran repercusión social convirtiendo su mensaje particular en una muy interesante opción política. Pero el común de los mortales se encuentra desamparado, desvalido y cada día que pasa más desanimado porque no percibe el cambio real. Es cierto que, echando la vista atrás, se ha avanzado mucho en eso que llamamos la conformación de una sociedad civil, algo de lo que carecía España. Una masa crítica que ya no comulga con ruedas de molino, que ya no está dispuesta a pasar ni una a la oligarquía caciquil que nos gobierna desde hace 35 años.
Pero no nos engañemos: la gente está desanimada porque no ve una salida razonable a corto plazo. Además, los ejemplos de partidos nuevos que quieren modificar el sistema político desde dentro mediante la participación electoral en el tramposo juego electoral no son muy esperanzadores. Su progresión resulta terriblemente lenta. El último intento más o menos serio se inició hace unos años de la mano de la ex-socialista Rosa Díez y su personalista partido UPyD: propuestas de reforma del sistema electoral, cambios en la forma de conformación del Poder Judicial, mayor transparencia en la vida pública e incluso reformas puntuales de la Constitución son atractivas pero no han acabado de calar en un desmoralizado electorado como para conformar una mayoría que pueda poner en marcha la maquinaria del cambio desde dentro. No obstante resultan claramente insuficiente para solucionar la demoledora crisis política del estado.
Por su parte Izquierda Unida, formación que no es primeriza en el juego electoral, jamás ha alcanzado, en el peor momento de su rival en la izquierda sociológica, los 30 diputados. También proponen cambios en profundidad pero en su actuación política les hemos visto cambiar de estrategia tantas veces que no acaban de ser creíbles ni siquiera para la gran mayoría del espectro de centro-izquierda. Su actuación dista mucho de ser ejemplar: propician gobiernos de derechas en Extremadura o gobiernan con el PSOE en Andalucía. Carecen de un discurso único o medianamente coerente a nivel nacional. El último esperpento al que se han prestado es elegir un representate en el CGPJ, algo que nos revela su grado de colaboración (aunque ellos no lo quieran admitir) con el sistema al que supuestamente dicen querer derribar.
Vemos que todas estas fuerzas (las que ya están dentro y las mareas de fuera) crecen paulatinamente pero que son necesarias varias legislaturas, años y más años, para que crezca su apoyo popular y su intención de voto. Es cierto que el sistema electoral favorece descaradamente a los dos grandes partidos mayoritarios, que son los que controlan la opinión “publicada” y tienen mayor capacidad de propaganda sobre los medios de comunicación de masas. Pero su supuesto hundimiento dificilmente se podrá traducir en una nueva mayoría de cambio si la oposición a su duopolio apenas alcanzará a corto plazo los 50 diputados. Y eso en las más optimistas encuestas.
¿Merece la pena el esfuerzo para tan escaso logro?. ¿Creen acaso que los dos buques insignias del régimen del 78 no acabarán pactando a la alemana antes que reformar la substancia del sistema?. Parece ingenuo y pone a millones de ciudadanos al borde de la desesperación y, finalmente, conduce al hastío y la apatía absoluta. El personal acaba tirando la toalla. La alta abstención que se prevee tampoco augura nada bueno para nuevas formaciones puesto que un escasa participación acaba concentrando el voto en una proporción más o menos parecida en el bloque conservador PP-PSOE. Pero muchos nos preguntamos si merece la pena participar en un juego cuyas reglas son un timo.
No vislumbramos por tanto una salida a medio plazo porque no aparece un movimiento, un colectivo que bien desde fuera, con decisión y valentía o lanzándose al ruedo electoral, es decir, desde dentro, reviente el podrido y antidemocrático modelo en el que nos han instalado tras la muerte del dictador con un acuerdo de mínimos. Necesitamos algo o alguien (aunque no soy partidario de los personalismos ) que defina esos objetivos mínimos. Un proyecto con tres o cuatro propuestas breves, coerentes y fáciles de entender y en el que puedan converger todos y cada uno de los movimientos. Quiero decir que no es momento de imponer criterios maximalistas. Por poner un ejemplo, no es de recibo que colectivos ecologistas no se sumen al proyecto de unidad porque en el manifiesto de mínimos no se mencione la defensa de la ecología. Ahora de lo que se trata es de elaborar un programa, muy claro y sencillo de exponer a la vez. Que gentes de derecha liberal, de centro y de izquierda puedan estar de acuerdo, sin entrar a especificar mayores detalles porque, en definitiva, de lo que se trata es de establecer unas mínimas reglas de juego.
Después de llevar a cabo el cambio necesario (aunque suene a eslógan) será el momento, en el juego democrático, de presentar las diferentes propuestas ideológicas que, según su apoyo en cada momento, se pongan en liza. Es necesario un nuevo proceso constituyente si la aristocracia actual se niega a dar un paso atrás y proponer reformas de calado que, por supuesto, puedan definir el nuevo modelo de democracia. Tres propuestas de mínimos con las que comenzar a caminar: ¿Qué modelo de estado queremos, monarquía o república?, ¿federalismo, autonomismo o centralismo?; Separación estricta de poderes y un Poder Judicial absolutamente independiente en el que sus miembros no sean nombrados por la clase política; Nueva ley electoral que impida las listas de partido, germen del amiguismo y la partidocracia. Para ello hay que proponer un cambio constitucional o un nuevo proceso constituyente en el que el pueblo debe ser consultado y preguntado en los aspectos claves. ¿Es tan difícil poner de acuerdo a millones de ciudadanos en estos aspectos?.¿Por qué no?. ¿Es que estamos condenados in aeternum a padecer una régimen podrido de corrupción?.
P.D.: no estaría mal proponer un gran proceso judicial, cual Nuremberg de la podredumbre, a toda la casta política que se va de rositas con el actual modelo judicial. Algo parecido a lo que ya se hizo en Italia, un país que no nos debería dar lecciones de democracia y transparencia. ¿o quizás sí?.
mas bien seria convertir en minimos a los que degeneran en poder… y eso es 2 votos por persona y no la teoria de gimeno por ejemplo.
con 2 votos, un partido tiene que convencer a 2 votantes de los actuales para tener el mismo valor de voto que actualmente con uno.
con 2 votos, se matan las mayorias de una vez por todas, y tambien el bipartidismo, la casa del pueblo puede volver a reflejar el sentimiento de centro de deliberacion basado en contrapuntos, y matices, y logica y etica…
pero con respeto, el sirvase usted mismo de entregarse, no tiene sentido, donde en realidad, se hace sin llegarse ni siquiera al principio de acuerdo de minimos que si seria necesario para la situacion actual que tiene que ver con la moneda, no con derechos directamente de las personas, ni posturitas de pensamiento social propiamente…
las cuestiones de minimos ahora tienen que ver con tema financiero, no fiscales.