¿Quién se puede tomar en serio España?. Pienso en esa imagen lamentable en la que un Rey discapacitado (temporalmente) preside la toma de posesión de los miembros del Consejo General del Poder Judicial y no me queda otro remedio para evitar la melancolía que imaginar a todos esos indignos personajes en pelota picada, como en la sátira de los hermanos Becker, con sus flaccidos y bochornosos cuerpos desfilando ante Su Majestad para llegar al atril o la mesita en la que juren o promentan sus cargos. Y es que el humor va a ser el único remedio paliativo que quede en manos de los ciudadanos para evitar una pandemia que presenta unos síntomas preocupantes de efermedad mental.
Un país de pandereta
Algo así como un curso acelerado de risoterapia nos va a hacer falta para soportar las imágenes bochornosas con las que, a través de las pantallas, nos infligen nuestras ilustres señorías. Ilustres ignorantes, como el fabuloso programa de Cansado y Coronas. A diario nos desayunamos con una nueva dosis, un nuevo “chute” de ignominia, de vergüenza para todos. Y es muy duro sobrellevarlo. Llegar al puesto de trabajo y pensar: ¿parte de mi trabajo va a parar a esa panda de miserables?. Asuntos como la destitución de inspectores de hacienda que están investigando la corrupción, que se hace con total impunidad ante nuestros ojos, con total naturalidad, sacude nuestras conciencias todas la mañanas y elevan notablemente nuestra tensión arterial. Casi de forma paliativa necesitamos acudir al humor y tomarnos a cachondeo España, pensar que este es un país de opereta, un país de pandereta, como decía Machado. Que esa gentuza que vemos por televisión, que ese personal tan mediocre, está ahí y que nosotros no podemos evitarlo. Que no está en nuestra mano cambiar el status quo de este régimen, al menos no directamente, y que lo mejor es echar unas risas con los compañeros. Mejor eso que un susto con la salud. Faltaría más.
De esta manera solo va cabiendo ya el humor para evitar esta ponzoña desagradable, como sucedía en tiempos de la dictadura con revistas como La Codorniz, en las que, en aquella ocasión para burlar la censura, se satirizaba la realidad socio-política de la época. Proliferan nuevas publicaciones que abundan en este sentido (desconozco hasta que punto son un negocio al que le interesa que haya corrupción) y que se añaden a la fabulosa El Jueves, otrora secuestrada por la monarquía juancarlista y que tantas buenas tardes nos hizo pasar en nuestra adolescencia. Mongolia es un buen ejemplo de revista de sátira y que utiliza el humor para dar profundas estocadas al poder establecido. También en televisión siguen aguijoneando con tiros certeros programas como Polònia o El intermedio, con un Wyoming que sigue en estado de gracia a pesar del paso de los años. Complementario a estos espacios está el siempre socorrido humor gráfico, de larguísima tradición en las sociedades contemporáneas (recordemos el ejemplo citado de las acuarelas de Los Borbones en Pelota, obra los hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo Becker). Estas viñetas son para nosotros verdaderas ventanas de libertad, una búsqueda del escape propiciatorio de la realidad que nos ha tocado vivir.
Sin embargo, pienso que el humor puede ser también un mecanismo de complacencia y conformismo con el poder, con los corruptos. Mejor que se rían que ocupen sedes del partido o instituciones públicas, pensarán ellos. La sociedad se acostumbra, de esta manera, a soportar mejor las humillaciones diarias a las que es sometida liberando la tensión después de reir un rato observando en actitudes patéticas a sus representantes, en caricaturas grotescas. La sátira, la gracieta, el chiste sirven también para adormecer o suavizar las conciencias crispadas de la sociedad civil. Pensemos que mucha gente ya no comenta las noticias políticas sino las sátiras sobre estas. En el trabajo, con los amigos en una cafetería, en una reunión familiar, se está dejando de hablar de política, tal vez por hastío, para ocuparse tan solo de la humorada, algo realmente peligroso.
En cualquier caso el humor inteligente, con el uso de la fina ironía, es revolucionario y nunca ha gustado mucho a los diferentes gobiernos. Para muchos cargos “electos”, una imitación, por poner un ejemplo, puede suponer una ofensiva injuria objeto de demanda. Y es que, especialmente a la derecha ( PP, PSOE, Banqueros, etc.), no le sienta nada bien la burla fácil a su costa, más si cabe si la sátira es incisiva con algún asunto de corrupción. La verdad es que incluso en eso dan pena. Así revienten, peor para ellos.