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Queridos lectores,
Bueno, mientras el mercado del petróleo sufre algunas convulsiones yo voy a ir siguiendo con el análisis de los factores que explican por qué determinados sectores no entienden (en el sentido de que no aceptan y hacen lo imposible por no aceptar) qué es el Peak Oil y sus dramáticas consecuencias posibles (Oil Crash); hoy le toca el turno a los políticos. Por “políticos” entenderemos aquí principalmente los responsables de la gestión púbica a un cierto nivel (como mínimo de una ciudad grande) y no necesariamente elegidos en las urnas. Debido a sus responsabilidades, las percibidas y las reales, éste colectivo es hoy en día blanco de las iras de todos los que sienten que se les está escamoteando el futuro. Como en los otros casos, yo sacaré a colación algunos de los factores que explicarían, a mi entender, las reticencias de este colectivo a tomar en consideración y actuar coherentemente para paliar las consecuencias de este grave problema societario, a pesar de ser el sector al que más compete hacerlo en principio; y espero que los lectores lo complementen/completen con sus propias reflexiones.
Enumerando algunos de estos factores clave encuentro los siguientes:
– La política es la ciencia de lo posible: Por tanto, un problema al que no se le pueda dar soluciones posibles (sin cambiar el paradigma, se ha de entender) no puede existir. Ésa es la mayor dificultad con el Peak Oil: es muy difícil darle la vuelta a la situación y presentarla como una oportunidad (la cual es la estrategia posibilista más eficaz tradicionalmente usada por los buenos políticos). Al fin y al cabo, hacer frente al Peak Oil implica pedir a los propios ciudadanos la aceptación de grandes sacrificios y renuncias para salir adelante. No es que la ciudadanía, a pesar de estar adormecida por los placeres del consumismo, no fuera a reaccionar correctamente delante de este envite, pero ciertamente el político que ose sacar de manera dura y abrupta este tema estará martilleando los clavos de la tapa de su ataúd. En realidad no hace falta especular sobre cuál será el comportamiento de los electores si se les presenta esta verdad, puesto que ya tenemos un precedente histórico: en 1977 el presidente de los EE.UU., Jimmy Carter, hizo un famoso discurso en el que pedía a su población que se preparara para hacer un gran esfuerzo para combatir su dependencia del petróleo; su discurso habla de Peak Oil sin usar ese nombre (que entonces no existía, por cierto) y refiere la situación como “el equivalente moral de una guerra” (de hecho, ese discurso se le conoce por esa frase). ¿Y cuál fue la consecuencia? Que en las elecciones del año siguiente Carter perdió contra un ex-actor de segunda fila, Ronald Reagan (Corrección 29-VI-2011: las elecciones fueron en 1980, y por supuesto influyeron en ellas otros muchos factores). Por la vía dura los políticos aprendieron cuáles son las consecuencias de tratar a los electores como adultos y decirles la verdad, sobre todo cuando tu contricante actúa deslealmente y les sigue prometiendo Jauja.
Como consecuencia, los políticos, cualquier político independientemente del partido al que pertenece, incluso los de aquellos supuestamente menos atados al sistema, actúan siempre para edulcorar la realidad, para presentarla de forma atractiva. Por ese motivo no compran ni comprarán nunca todas las tesis del Peak Oil; si acaso, con una perspectiva posibilista, tomarán pequeños trozos: unas renovables por aquí, unas medidas de ahorro energético por allá… El problema fundamental con tal enfoque es que es lento, excesivamente lento, y no ataca la raíz del problema, que es la necesidad de cambiar el sistema económico por uno que sea sostenible de verdad; con lo que todas estas medidas son inoperantes.
Una de las consecuencias curiosas de este posibilismo es que en las raras ocasiones que un ciudadano consigue hacer llegar una pregunta sobre Peak Oil o materia similar a un político y éste la ha de contestar en público, el político da siempre una respuesta evasiva. Desde que existen las hemerotecas dar respuestas palmariamente erróneas se considera un síntoma de mendacidad o de incompetencia, así que la práctica usual es simplemente no hablar del tema. ¿Que se pregunta sobre los problemas de suministro futuros a causa del Peak Oil? Se contesta que siguiendo las recomendaciones de la AIE se están eliminando trabas burocráticas e impuestos para que el mercado sea más eficiente. En suma, pregunta lo que te de la gana que yo contestaré lo que yo quiera, o aquello tan manido de “dado que no podemos cambiar el mundo cambiemos de conversación”.
– El ejercicio del poder como forma de despotismo ilustrado: Incluso los gobernantes con mejor voluntad creen que a los ciudadanos se les ha de tratar como niños, sobre todo cuando se trata de materias sensibles como el Peak Oil, que acabamos de ver le costó una presidencia a Carter. Por tanto, intentan siempre que no transciendan las decisiones en materias más sensibles y confían en un círculo muy reducido para analizar los problemas y buscar las soluciones. Pero como ya ha quedado acreditado en numerosos ejemplos, ese pequeño comité o camarilla no tiene necesariamente ni la mejor preparación ni los datos más precisos, con lo que las decisiones tomadas no son al final las más efectivas. Con el agravamiento en que en un problema como éste, donde la clave es informar al público para que vaya aprendiendo y evolucionando, lo que se hace es lo contrario: retener la información.
En ocasiones se encargan informes públicos según la normativa, pero a los que no se les puede dar mucha transcendencia, y se produce el efecto que analizamos en el post “Público, no publicitado“. Ahí está el mejor ejercicio de ocultación, dejando las pruebas a la vista de todos pero desviando la atención.
– El apantallamiento con la realidad: Otro de los problemas graves de nuestro sistema político es la distancia, la real y la percibida, entre representantes y representados. Y es que ciertamente los políticos viven en un mundo aparte. No todo el mundo tiene acceso a los representantes políticos; los ciudadanos son muchos y si tuvieran que responder delante de todos ellos eso desbordaría su capacidad humana. Por lo contrario los lobbies industriales tienen un acceso privilegiado a los políticos, sobre todo porque aparte del poder económico que ostentan dan trabajo a muchas personas, y si a ellos les va bien a muchos electores les irá bien, así que es lógico que el político tenga más interés en hablar con ellos. Encima, éstos dominan a la perfección el lenguaje de la persuasión y la manipulación. Quedan para comer mientras explican su problema sectorial; aportan informes en el que sus intereses quedan bien vestidos como hechos indiscutibles y materias de interés común; adulan a la vez que amenazan, y al final, el político, que es un hombre común, sin mayor preparación que la media y no necesariamente una persona con una solidez emocional destacada sucumbe a las presiones y ni siquiera es capaz de reconocer el juego, y acaba legislando en pro de estos grupos pensando incluso que está haciendo lo mejor para el interés general. Y eso sin contar con el problema de la corrupción, del que hablaremos después.
– El mito del Progreso, versión gestor: Ya hablamos en el post anterior del mito del progreso. En el caso de los gestores adopta una versión más restrictiva pero completamente obsesiva: crecimiento económico. Como un mantra, todos los representantes políticos (incluso la mayoría de los de los sindicatos) afirman y reafirman que se tiene que recuperar la senda del crecimiento. Aquí el problema de fondo es la mala formación de nuestros representantes -problema especialmente agudo en España, pero que en otra medida también se da en los países más avanzados- lo que conlleva una pésima comprensión de lo que es la economía, de cuáles son sus fines y de su funcionamiento. Nuestros gestores lo único que se saben son unas verdades de perogrullo aprendidas como un catecismo, sin razonamiento crítico detrás. Es triste decirlo, pero nuestros políticos no entienden por qué se produce la contracción económica actual de la misma manera que no entendían por qué se producía el crecimiento antes. Al final en muchos casos la actuación de los políticos no sirve para mejorar las cosas; sólo cuando es verdaderamente eficaz no las empeora.
Dado que lo único que conocen es “si la economía crece todo irá bien, disminuirá el paro y el país progresará, todo el mundo estará contento”, ¿cómo se le puede hacer entender que el crecimiento económico ya no es posible y que de hecho no es -ni nunca lo fue- deseable? ¿Que el crecimiento es una necesidad de nuestro sistema financiero basado en la deuda respaldada por el interés compuesto? ¿Que llegado a un cierto nivel de deuda la suspensión de pagos -eso que ahora se llama default– o la demora de plazos -eso que ahora se llama reestructuración– es inevitable? ¿Que intentar pagar a toda costa la deuda, malvendiendo activos, hace que la ratio deuda-PIB no mejore -incluso empeora, ver el caso de Grecia- y que al final la suspensión de pagos es inevitable, pero habiendo dilapidado nuestro patrimonio en el intento? ¿Que los límites al crecimiento impuestos por el estrangulamiento de las materias primas harán que decrezcamos querámoslo o no? ¿Y que con una economía decreciente los problemas de la deuda nos pueden hacer colapsar económicamente en breve plazo? Son todos ellos conceptos muy graves, con lo que chocan con el posibilismo político que describía en el primer punto, y encima requieren cierta introspección y conocimiento, posiblemente no al alcance de gestores mal preparados y desbordados por un día a día estresante que ocupa la mayoría de su tiempo.
El mito del progreso, económico en este caso, en esos gestores poco formados, influidos por los lobbies que les aseguran que todo va a ir bien e imbuidos de posibilismo es un cóctel explosivo para la inacción del político. Esta barrera es posiblemente la más difícil de superar.
– El alineamiento de intereses y la corrupción: En un caso extremo del apantallamiento de la realidad, el esfuerzo posibilista hace que se llega a aceptar como propios los fines de los que ejercen la mayor presión (es otra forma de disonancia cognitiva o síndrome de Estocolmo, especialmente en la gente que aún se cree de izquierdas). De tanto hacer caso a aquellos que creen más solventes acaban insensiblemente adoptando sus objetivos; ya no es que le convenzan puntualmente en un caso, es que los lobbystas se apropian de su imaginación, y ya directamente lo que piensan y legislan está en sintonía con los deseos del industrial. El caso extremo es el de la corrupción, porque mediante el soborno algunos lobbystas consiguen una gran fidelidad, no tanto ya por todo el dinero que el político corrupto recibe como por el riesgo que tiene éste de que alguien del lado del lobbysta “tire de la manta. Es importante destacar aquí que el sistema de competencia bipartidista ha llevado en la mayoría de los países a acrecentar las necesidades financieras de los propios partidos. Con lo que al final, involuntaria o voluntariamente el propio partido empuja a sus representantes a ser corruptos, a aceptar dinero ilegítimo para que tomen decisiones injustas (prevaricación) y que destinen toda o una parte del dinero a financiar el partido.
En todos estos casos el político actúa como una correa de transmisión del lobby al que representa, y por tanto rechazará cualquier idea que vea lesiva para los intereses económicos del mismo, aunque ésta sea dictada por la cruda realidad. Llegados a este punto, mejor ir directamente a negociar con la empresa o empresas que está/n detrás.
En fin, éste es un resumen de algunas de las ideas que tenía en la cabeza. Critiquen y complemente, que sus contribuciones serán siempre de agradecer.
Salu2,
AMT