Recuerdo con poca nostalgia la época en que ideas como “la política de abajo hacia arriba” o el “proceso constituyente” eran compartidas en recónditas salas con la pintura de las paredes cayéndose a pedazos o, en el mejor de los casos, sobre los adoquines de una plaza ocupada por algunos cientos de personas. Hoy esas ideas son proclamadas desde el prime time de las televisiones en sus programas estrella, son materia de discusión en cualquier sobremesa familiar y, lo que es aún más importante, se han convertido en los pilares sobre los que pivota el debate político. La nueva política es mainstream y ya iba siendo hora.
Sin embargo, aún más importante es que la nueva política ha frameado a la casta y la ha llevado a su terreno; es decir, les ha arrebatado los términos del debate y los ha llevado a un campo de juego donde su victoria es imposible. Si quieren un ejemplo, pueden acudir al careo que celebró Jordi Évole en Salvados entre Ada Colau y Rodríguez Ibarra, donde este último no es que se pegase un tiro en el pie, es que vació un cargador entero contra sus mocasines ante la divertida mirada de Colau. Sencillamente, se ha generado un nuevo terreno político en el que la vieja guardia apenas dispone de recursos para resultar convincente.
La primera consecuencia de todo esto es evidente: como veníamos intuyendo desde hacía tiempo, las últimas encuestas del CIS o Metroscopia han corroborado que las dinámicas sociales han hecho cristalizar un nuevo escenario: el del paso del bipartidismo al, como mínimo, tripartidismo. Es una primera, ilusionante y muy meritoria victoria. Una victoria que, no obstante, dista mucho de ser suficiente. Es, tan solo, el primer paso de cuantos hay que dar.
La alteración de la naturaleza bipartidista del sistema devendrá en, si cabe, una mayor inestabilidad e incertidumbre, algo inevitable en el proceso de caída y reforma de cualquier régimen, pero con las que habrá que saber bregar. Otro día hablaremos de ello, ya que requeriría una serie completa de entradas al respecto y hoy me quiero centrar en el discurso. Y es que convertirse en mainstream conlleva un inevitable peligro, ya que las grandes masas tienden a ser veleidosas y, lo que un día eran baños de masas en grandes estadios, al día siguiente pueden ser actuaciones en bares de mala muerte, donde el público está más interesado en el fondo de su vaso que en tu repertorio.
Por eso, ante el abandono de la fase de implantación de un discurso y la entrada en una nueva fase en la que tu discurso es o comienza a ser hegemónico entre amplias capas de la sociedad, sólo cabe una actitud para mantener y acrecentar esa ventaja: coherencia, coherencia, coherencia. Dicho de otra forma: al principio es suficiente con que tus ideas suenen nuevas para que llamen la atención; después esas ideas necesitan ser creíbles. Lo importante ya no es llamar la atención sino mantener la confianza. Es la diferencia entre la atracción y la fidelización.
Esta será una de las claves del futuro inmediato, puesto que las nuevas iniciativas ciudadanas no tendrán la oportunidad que sí disfrutaron PP y PSOE de defraudar a su electorado y sobrevivir, puesto que su naturaleza es muy diferente. Si Partido Popular y PSOE pudieron mantenerse en el Gobierno pese a sus incumplimientos fue debido únicamente a su naturaleza sistémica, a haber creado ellos mismos el sistema y formar parte indisoluble de él, ya que se dotaron de innumerables redes de seguridad y supieron conseguir que sus incumplimientos se percibiesen como menos graves que la caída del régimen entero.
Sin embargo Podemos o Guanyem no contarán con esas redes de seguridad ni la ayuda de ese discurso del miedo. Si Podemos, Guanyem, Ganemos o las CUP inclumpliesen sus promesas, desaparecerían en un abrir y cerrar de ojos dejando lugar a la siguiente iteración del malestar ciudadano. Si PP o PSOE dependían del reparto del voto a la estabilidad del sistema y el mal menor, la naturaleza del voto a las nuevas formaciones responde al desencanto, la renovación y la esperanza, y por eso su continuidad es imposible sin que satisfagan adecuadamente estas demandas.
Por eso, no deberíamos temer una reedición de pasados desencantos ya que estos no se enquistarían como sí hicieron aquellos de la rosa y la gaviota. En realidad, es muy probable que para las nuevas formaciones solo quepan dos futuros: el de la fugacidad de un trending topic o el de la inmortalidad de aquellos que supieron concretar el sentir de una época en cuatro acordes bien puestos. Porque, en realidad, ser mainstream también tiene algo muy bueno: abre la puerta a convertirse en un clásico que canten generaciones venideras. Así que dejemos sonar la música y veamos qué pasa. Para una vez que la música no es tan mala, merece la pena bailar un poco.
Fotografía de Johnny Micheletto
El cambio de paradigma radica precisamente en no “perdonar” errores , de suficiente entidad (por ejemplo la mentira), donde al político elegido se le dé la oportunidad y ante la ineficacia y la ineficiencia de sus actos se le devuelva al lugar del que vino, y que pase el siguiente “que para eso les pagamos”.