Camino hacia el centro y observo sin solución de continuidad tres escenas que no por habituales dejan de llamarme la atención y que a alguien con cierta sensibilidad provocarían una sesuda reflexión: una persona de origen magrebí rebuscando en un contenedor de basura, un español pidiendo con la mano tendida una ayuda y, finalmente, un hombre de avanzada edad agachándose para coger colillas. Parecen escenas extraídas del libro de historia de segundo de bachillerato, sección postguerra civil pero son reales como la vida misma, ya en este inicio de 2015. ¿Y si esta situación pudiese continuar con pleno empleo?.
Dichas escenas se desarrollan en un reducido espacio, no mayor a 200 metros, durante un ocasional paseo antes del anochecer. Para la gente puede resultar extraño verlas: es como algo ajeno a ellos, con sus complacientes vidas de seiscientos-euristas, con sus black-friday y sus mega descuentos en tecnología, que les permite consumir y creer, porque tienen un buen teléfono móvil, que no están inmersos en el “precariado”, que todavía siguen siendo clase media. Lógicamente la gran mayoría no busca en contenedores ni pide ni recoge colillas pero su situación de “pleno empleo” puede ser muy pronto de plena pobreza porque en el modelo neoliberal europeo actual tener trabajo no garantiza unas mínimas condiciones de vida.
La espera va a resultar dolorosamente tensa para muchas personas: las que no llegan a fin de mes y necesitan perentoriamente más ingresos y las que, sin ser una situación excluyente, desean con ansiedad el cambio definitivo de paradigma. La crisis económica, lejos de concluir, todavía nos va a arrojar violentamente a la cara más de una sorpresa desagradable. La crisis política ya nos la travisten sin pudor de rostros jóvenes, la estrategia de toda la vida del ‘lifting’ generacional con objeto de que no cambie nada, con los mismos vetustos y vacíos símbolos de antaño. Pero la terca realidad se acabará imponiendo, en este año o después de las elecciones, ya en 2016.
Es casi seguro que caminamos hacia esa sociedad sin parados pero con millones de pobres, una situación que el partido en el gobierno, ayudado de sus terminales mediáticas lejos de ocultar publicitará como un éxito. Lo importante es trabajar y no estar parado. Da igual si trabajamos unas cuantas horas o mejor todavía si parece que trabajamos unas horas pero hacemos jornada completa por el mismo precio para que la empresa se enriquezcan al máximo con esa “plusvalía”, como diría Marx. ¿Menos paro?. Si, de acuerdo, pero si las cifras las maquillamos expulsando del país a los más formados, si echamos a más de un millón de los más productivos trabajadores, ¿de qué sirve presentar mejores cifras?. Es cierto que ahora se pueden crear tres empleos precarios donde antes había uno medianamente decente. Creamos ocupados pero bajamos sueldos. Como esto viene acompañado de un descenso de los precios podría darse la paradoja de que los pobres creyeran que vuelven a ser clase media. Nada más lejos de la realidad. Caminamos inexorablemente hacia la sociedad del pleno empleo en plena (y reconfortante) pobreza.