EXCEPTUANDO TODAS LAS DEMÁS (I)
Ante la importancia de lo que ha de ser superado, (este artículo, que habrá de figurar en mi bitácora como un componente de la serie “Origen, patología, evolución y superación del capitalismo”), me he visto obligado a presentarlo con un ropaje nuevo; un ropaje que espero me ayude a concienciar a aquéllos que por lo falto de expresividad desistieron de su lectura, excusen mi torpeza; y consideren que la necesidad que nos obliga a cambiar este modelo es infinitamente superior a la falta de interés que estos artículos pudieran concitar.
Acabo de leer un artículo de José Ignacio Anzorena que bajo el título “Hacia un asamblearismo real” nos muestra el hartazgo que siente la ciudadanía a lo que ha sido denominado como una “democracia representativa”. Hacia la prostitución con la que se ha degradado una calificación y un término que a tenor de dicho desmerecimiento llegó a ser catalogado como la peor forma de gobierno exceptuando todas las demás.
A mi entender y en el de aquéllos que acuñaron la palabra democracia, su ejercicio tenía que ser desempeñado por y para el pueblo. Con independencia de lo que en aquel momento fue considerado como pueblo). El que este ejercicio tuviera que ser delegado se debió a los problemas inmanentes en una participación que en el pasado era totalmente impracticable. Tanto por el conflicto que Rousseau encontró en la imposibilidad de mantener a la ciudadanía permanentemente sometida a un proceso constituyente, como por la disparidad de intereses que concurren en convenciones en las que priman las subjetividades. Aunque a todo esto habría que añadirle la estulticia de una sociedad que no ha sabido o estado dispuesto a superar el tipo de cultura que le han ido imbuyendo.
Estoy totalmente de acuerdo cuando su autor dice:
“El asamblearismo propone la asamblea de iguales como eje de debate, discusión, organización y decisión política.”
Disiento cuando agrega:
“Un asamblearismo extenso y verdadero debe proponerse impregnar las distintas realidades sociales, incluyendo también y sobre todo la organización del trabajo y la de la totalidad de los procesos educativos y actuar de manera material y concreta sobre la realidad. Mientras el asamblearismo se limite a la asamblea pública o de grupos de activistas, seguirá siendo un proyecto político inacabado. Se hace necesario extender en lo posible el proyecto de la asamblea –que es un proyecto político, pero también y fundamentalmente educativo y social– a todos los ámbitos de la realidad colectiva.” “Mientras el asamblearismo coexista con la democracia parlamentaria, su potencial y su efectividad reales quedarán fuertemente mermadas. La implantación de un asamblearismo real sólo será posible con la sistemática desaparición del parlamentarismo y su substitución por una red compleja de asambleas de iguales”.
Y lo hago porque con el modelo asambleario que aquí se propone se estaría conformando una red compleja de asambleas de iguales que nos llevaría a la conformación de unas banderías; unas asambleas que enfrentadas entre sí (en función de sus intereses colectivos), habrían de cristalizar como un conjunto de asambleas verticales. Y estos enfrentamientos han sido la causa principal de que la Izquierda (exceptuando aquellos casos en los que ha recurrido a una violencia asamblearizada), nunca haya constituido una verdadera fuerza con la que enfrentarse de manera efectiva a la Derecha.
A mi entender, en función de lo que expuse en algunos de los pasajes de la obra ¿Es posible otra economía de mercado?
“Hemos de ser concientes que como factor fundamental con el que iniciar nuestra andadura será preciso conformar unas Asambleas de Base en las que el pueblo se manifieste informáticamente con respecto a los problemas que a su entender deberían ser abordados. Unos problemas, unas sugestiones y unos requerimientos que tras su análisis y su decantación como acuerdos asamblearios, tendrían que ser propuestos a unas Asambleas de Notables, en las que tras haber sido éstos debidamente evaluados (en función de que ya no estarían tan estrictamente determinados por las subjetividades que pretendieran imponerles a las de Base) las conclusiones que se hubieran de adoptar y transferir a una Asamblea Legislativa, principalmente contemplaran con mayor aplicación los intereses de la generalidad, que los que pudieran demandar las individualidades. En un proceso en el que lo que hubiera de ser decidido y llevado a cabo, no lo hubiéramos dejado en manos de unos poderes representativos, sino que estuviera promovido por el propio pueblo; que surgieran de éste las políticas y las actividades que a través de su decantación se hubieran de seguir.”
En este contexto, a mi entender, el asamblearismo no debe ser objeto de una impregnación que sea exógena a lo que en el seno del mismo racionalmente se pueda desarrollar. Y es que hasta ahora estas impregnaciones han constituido en las personas impregnadas la materialización de unas subjetividades que las han puesto al servicio de aquéllos que han sabido utilizarla. Unas inculcaciones de las que se han derivado la conformación de unos partidos, religiones, nacionalismos y castas que en la defensa de sus subjetividades no sólo establecen unas fronteras que separan; al ser asumidas como únicas y axiomáticas, anatematizan nuestra propia capacidad de reflexión. Recuerdo que una vez le preguntaron a un exegeta de la religión islámica (aunque hace años también podrían habérselo requerido a uno que impartiera la doctrina cristiana), la razón por la cual consideraba superior aquélla en la que fundamentaba sus creencias; a lo cual respondió que por ser la única y verdadera.
La gestión del Poder debe ser un ejercicio de responsabilidad y de consenso, pero este consenso no debe materializarse como una aquiescencia doctrinal. El debate primario tendrá que decantarse en las Asambleas de Base; el secundario, en las de Notables y finalmente será en la Asamblea Legislativa, donde como último escalón en el proceso que recoja la Voluntad General de la ciudadanía se construya lo que haya de ser establecido. Un peldaño que se encontraría en la cima de los que le estarían sirviendo de soporte; pero que para alcanzar esta posición, su preeminencia estaría siendo sustentada (y que por tanto habría de dar cuenta del poder que desde el mismo se pudiera ejercer) por el ejercicio de pilar llevado a cabo por los peldaños inferiores. El ejercicio del Poder debe ser comisionado por el pueblo. Y esto, no como consecuencia de la celebración de unos comicios en los que, creyendo ser por un momento, soberanos, sólo estaremos designando quienes habrían de ser nuestros propuestos embaucadores, sino a través de la omnipresente actuación de las Asambleas de Base y de Notables. Y es que, en puridad, al no existir en las decisiones concertadas en estas Asambleas ningún personalismo, (debido a que las decisiones que en ellas se tomaran reflejarían las sugerencias y demandas expresadas por la generalidad) no podrían concurrir en su conformación ningún tipo de interés connotado a una facción.”
Al objeto de justificar los por qué tenemos que establecer un sistema asambleario que nos manumite de las supeditaciones con las que nos somete la pseudo-democracia que estamos padeciendo, sólo tenemos que observar las diferencias que habrían de concurrir entre una Asamblea Legislativa que verdaderamente estuviera representando los intereses y la voluntad del pueblo y un Parlamento que sólo es representación de los poderes económicos. Lo malo no es el parlamentarismo. Lo diabólico es que el Parlamento, a tenor de cómo ejercita sus funciones, no es más que un conjunto de monigotes bien alimentados que han aprendido a pulsar los botones en función del número de dedos que el director que los orquesta muestra a los que se han apecebrado en sus escaños. Es por esto por lo que la representatividad que se arrogan los gobiernos a través de las urnas constituye una falacia de composición. Los Estados y los gobiernos, tales como los conocemos son tan solo unas concreciones en las que emerge y se reproduce la mayor parte de la clase política dirigente. Lo que hasta ahora hemos conseguido con la conformación de los partidos ha sido proporcionarles una forma de gobernar que justifica y resume muy bien una columna escrita por Gideon Rachman en el Financial Times en diciembre del 2014: “en un mundo ideal, Europa debería deshacerse de su “eslabón más débil” y dejar que los expertos asuman el poder para imponer de manera directa la política económica. Si acaso deban persistir las elecciones, su función sería tan sólo la de confirmar el consenso de los expertos.”
Esta es la tendencia que en función de la naturaleza a través de la cual han sido conformados prima en todos los partidos que alcanzan el poder. ¿Estamos en consecuencia irremisiblemente condenados a tener que acomodarnos a un estado de cosas que a pesar de repugnarnos no tenemos el coraje de afrontar? Según nos dijo un poeta y filósofo como Krishanamurti; un poeta y un filósofo que con sus palabras pretendió despertarnos a la vida: “no es un signo de buena salud estar bien adaptados a una sociedad completamente enferma”
Asambleas Cibernéticas de Base, ACBs
En las Asambleas de Base se habrá de debatir de una forma informática; es decir, no personalizada, las opiniones, las denuncias y las demandas de la ciudadanía a través de unas discusiones compartidas informáticamente, en las que se estarían ponderando y sometiendo a consenso aquello que los intervinientes hubieran opinado, denunciado o propuesto.
Con independencia que la totalidad de la ciudadanía podría manifestar de manera directa ante las ACBs lo que tuviera que decir, para evitar en lo posible nuestra capacidad de pretender validar nuestros asertos sin decir prácticamente nada, los que objetivamente hubieran superado nuestra ingénita inclinación hacia el protagonismo tendrán la oportunidad de trasladar sus opiniones denuncias y demandas a las comisiones que periódicamente se hubieran de celebrar en sus empresas. De esta manera con lo que hubiera de ser vertido en estas ACBs, sin el concurso de la presencia física, visual o auditiva estaríamos superando el consiguiente número de escollos que se producen en la mayor parte de los debates como consecuencia de los personalismos. Lo que con este proceso se persigue es que con la ponderación de lo que hubiera de ser manifestado en estas asambleas se estarían validando las razones que estuviéramos buscando. Sin que las impugnaciones que se pudieran producir estuvieran fundamentadas más en un rechazo hacia la persona o la institución que los hubieran formulado, que al espíritu y la significación de lo manifestado.
Los receptores de estas sugerencias y demandas en estas ACBs deberían sondear en sus contactos con aquéllos que las hubieran emitido las razones que las estuvieran acreditando. Y esto, al objeto de que una vez que éstas hubieran sido transferidas a las ACNs, poder efectuar in situ un somero cotejo sobre la procedencia de las mismas; para posteriormente llevar a cabo las investigaciones oportunas y emitir un juicio que habría de ser contrastado y ordinariamente sometido a los que formulara la generalidad.
Extendiéndonos un tanto en una materia que por su complejidad no puede ser contemplada con más dedicación en estas líneas, creo necesario señalar que cuando una persona está exaltada por los motivos o argumentos que esté formulando, la vía oral no es la más adecuada. No es sólo que con su posible o natural desabrimiento induciría en sus semejantes un estado de ánimo que llevaría el marchamo del enfrentamiento. Es que además, al perder el dominio y la mesura, se habría dejado atrás la prudencia y el tacto. Por no decir la propia capacidad de razonar. Puede que en un buen número de casos esta actitud sea premeditadamente positiva para aquél que la esté practicando. Lo que no hay duda es que junto a la imposición que habría de imprimir en sus semejantes, su desmesura no estaría justificando la validez de lo que éste estuviera tratando de comunicar. Por el simple hecho de perder los estribos, el exaltado da un paso atrás en la evolución del ser humano. Vuelve a ser reo de sus instintos más primarios. En este aspecto, el arrebatado está empleando en sus relaciones o contactos con otras personas una faceta de sus insuficiencias o inaptitudes que no están dando fe de sus supuestas potencialidades de analizar y de reaccionar. Se está manifestando como un ente, en el primero de los casos, lo suficientemente cualificado y consecuente como para menospreciar las razones que pudieran impugnar sus argumentos; y en el segundo, incapaz de transmitir la posible validez de su argumentación. Para eludir el mencionado retroceso es necesario recurrir a una metodología que por ser más reposada que la que se suele utilizar a través de la palabra, nos obligue a hacer más uso de nuestra capacidad intelectiva que de aquélla que, mediatizada por nuestra sensorialidad, se encuentra sometida a nuestras dependencias fisiológicas. Se precisa hacer uso de un recurso que, como la escritura, no sólo obliga al que lo ejercita a, en cierta forma filtrar lo que pudieran ser sus argumentos; sino que con respecto al que tuviera que actuar como lector, al no verse constreñido por la técnica o la emotividad que se suele imprimir en las exposiciones de naturaleza oral, tendría asimismo que ajustarse a lo que en el escrito se hubiera tratado de plasmar. Como hemos dicho con anterioridad, de esta manera se lograría evitar, si no esa habilidad de expresar de una forma atractiva una visión elaborada en concordancia con los intereses personales de determinadas individualidades o sectores, sí, la influencia que sobre miembros menos categóricos pudieran emplear aquéllos que tuvieran una personalidad excesivamente dominante.
Como podemos ver por lo expresado, las ACBs no serían equiparables a esas entidades en las que hasta ahora hemos depositado nuestras expectativas para, a través de ellas, resolver los problemas que acostumbran acuciarnos. Y con ello me refiero a los partidos, los sindicatos y demás entidades en las que pretendemos hacer valer nuestros derechos. Entiendo que nuestras reivindicaciones se habrán de conformar como un ente de presión; sin embargo, lo que no podemos permitir es que la representatividad subrogada en estas demandas, sea asumida por entidades físicas que puedan interpretarlas de una manera subjetiva y hacer de ellas la justificación de ser consideradas como las inmarcesibles valedoras de la interpretación de los derechos que deben asistir a la generalidad.