Si algo resulta evidente a estas alturas de la crisis es que la escasez de trabajo en España es un fenómeno dramático y socialmente insostenible. La lacra del paro afecta a casi la mitad de los jóvenes, y además el fenómeno del subempleo se extiende como una mancha de aceite. La situación es aún peor de lo que nos dicen las estadisticas más aireadas por los medios, que no incluyen ni los desanimados ni los cada vez más numerosos empleados a tiempo parcial.
Hay veces en que algunos principios que rigen el mundo en que vivimos no resultan evidentes. A veces son contraintuitivos, pero no por ello menos ciertos. Con el empleo ocurre esto, lo que da lugar a numerosas confusiones al respecto. Los intereses implicados en fomentar esa confusión no hacen sino empeorarlo todo.
En cualquier economía, incluidas las llamadas economías comunistas, los salarios percibidos por los trabajadores tienden, en el largo plazo, a igualar a la producción menos los gastos en que se incurre en ésta menos el coste del capital. Éste último, en un año dado, tenderá a ser su propio valor multiplicado por los tipos de interés a largo plazo. Y éstos se determinan, a su vez, por la relación entre ahorro e inversión.
La falta de comprensión de los principios que subyacen en lo expresado en el párrafo anterior han causado y siguen causando más sufrimiento humano que muchas catástrofes naturales, particularmente en países con leyes contra natura como España.
En la situación actual la unica forma que tendría la economía española de crear empleo sería si aumentara la demanda total (PIB) más deprisa que la productividad más la subida real de salarios.
Veamos cómo está la situación a este respecto:
-PIB: las perspectivas de crecimiento para los próximos años son realmente malas, si nos atenemos a los hechos y no a las exageradamente optimistas proyecciones de unos organismos oficiales (nacionales e internacionales) anclados en paradigmas muertos hace mucho tiempo.
En el corto plazo el turismo extranjero, aunque aumenta en visitantes, en gasto –a precios constantes– está cayendo. El último dato (marzo de 2010) ronda el 5% (-1,2% a precios corrientes). La demanda interna está también cayendo, como demuestra la pésima evolución de la construcción, consumo o gasto público. Todos los indicadores parciales de consumo e inversión se encuentran en negativo. En cuanto a las exportaciones, están teniendo una evolución muy favorable, pero que queda anulada por el aumento de las importaciones consecuencia de la subida del petróleo.
Más a largo plazo las perspectivas no son nada halagüeñas. La escasez de petróleo empieza a ser reconocida por analistas de gran prestigio. Las consecuencias sobre el crecimiento de la economía española serán devastadoras, hasta el punto de que incluso el potencial de crecimiento podría ser negativo.
-Productividad: la nefasta situación de muchas empresas españolas, en las que la facturación ha caído mucho más que el empleo, y en las que no habrá recuperación de ventas sino nuevos descensos, hará que muchas de ellas –las menos productivas– quiebren y otras reduzcan personal. Por estas causas la productividad del factor trabajo, al menos durante los tres próximos años, aumentará rápidamente.
Por otra parte, y a más largo plazo, la competencia de Asia y otros emergentes seguirá presionando para hacer quebrar las empresas menos productivas dedicadas a la producción de bienes comercializables. Nuestro sector exportador, cada vez más, estará constituido por empresas altamente productivas, las únicas capaces de vender en un entorno cada vez más competitivo y hostil. Esto no hará sino aumentar aún más la productividad.
-Salarios: 2010 fue el año de la moderación salarial en España. El año en que los salarios crecieron (1,5%) por debajo de la inflación (3,0%). Pero no debemos llamarnos a engaño. Esto fue así no porque haya cambiado la situación, sino porque los salarios suben en función del objetivo del gobierno para ese año (1%). De hecho, en realidad subieron un 0,5% más del objetivo de inflación. Por lo que es absurdo hablar de moderación salarial en 2010. Y por esa misma causa en 2011 los salarios están subiendo a una tasa del 3%, a pesar de que los acuerdos firmados en febrero de 2010 recomendaban subidas entre el 1 y el 2%. En 2012 las subidas serán muy superiores, ya que para entonces se aplicarán las cláusulas de revisión que, de seguir la inflación su curso ascendente (como indican las subidas de precios del petróleo), podrían hacer que los salarios subieran en ese año incluso el 5 o el 6%. Por supuesto que en 2012 esto será una excelente noticia para los trabajadores que conserven su empleo, pero una pésima noticia para las cada vez más nutridas filas de los parados. En un entorno de caída de la actividad económica y de aumentos de la productividad y de los salarios, la única consecuencia posible es el aumento del desempleo.
La situación del empleo en España se encuentra en un laberinto del que es imposible salir. Un nudo gordiano que hay que cortar si no queremos condenar a toda una generación de jóvenes a la emigración o a la exclusión del mercado de trabajo. No sirven medidas de creación de empleo público como las que se han estado aplicando durante estos tres años de crisis, ya que la pertenencia al euro lo hará imposible de ahora en adelante. Además, la magnitud del problema es tal, que es inimaginable la creación de esa cantidad de empleo público. Por lo que la única solución para esta cruel situación es liberalizar el mercado de trabajo.
Pero si los trabajadores con empleo han de aportar para solucionar el problema del paro, tampoco resultaría justo cargar sólo sobre sus espaldas la solución de este problema. Vivimos en una época de cambios muy rápidos. El valor del trabajo está bajando rápidamente mientras sube el del capital. Nadie en España tiene la culpa de eso, sino que es la época en que nos ha tocado vivir. Pero más allá de la cruda realidad de la caída del valor del trabajo, motivada por la incorporación de cientos de millones de trabajadores al mercado global y por la escasez de recursos, es evidente el deseo de la población de que no siga aumentando la polarización en la distribución de la riqueza. Existen mecanismos por los que se pueden alcanzar estos objetivos. El fundamental de ellos es la política fiscal. Es urgente, por lo tanto, si es que se quiere tener alguna posibilidad de éxito en la reducción del desempleo manteniendo la cohesión social, realizar a la vez ambas reformas, la fiscal y la laboral.
Una reforma fiscal en un entorno de libertad de movimiento para el capital se encuentra con graves limitaciones, que los expertos en política fiscal califican de cuadrilema (pues hay que considerar la competitividad, la simetría, la progresividad y la integralidad). Pero existen soluciones para ello. Sólo falta la voluntad de aplicarlas.