No estamos perdidos porque el final del camino que seguíamos haya cambiado, estamos perdidos porque hemos abandonado ese camino y aún no nos hemos dado cuenta de ello.
El régimen de Estado de Derecho y Estado social del que tan orgullosos nos sentimos los países de Europa occidental, se logró con un camino de lucha contra los privilegiados de los sistemas censitarios que impedían avanzar o vivir en dignidad a la mayoría.
Los excluidos por ese sistema se reivindicaban, salían al espacio público reivindicándose y exigiendo un sistema diferente, tomando como guías otros principios y valores que no permitieran los privilegios ni la exclusión.
Seguían el impulso de unos valores superiores: la creencia en la democracia, el valor del trabajo, los derechos humanos, la solidaridad, los servicios públicos como elementos de justicia y no de limosna, etc… La Europa de la que nos sentimos orgullosos se construyó con estas creencias. La Europa que nos avergüenza está hecha a base de renuncias a estos principios.
Hemos desandado los pasos, cambiado nuestro camino y ya no vamos hacia el futuro que esperábamos y al nosotros que soñábamos ser, sino a algo cada vez más terrible. Nos estamos convirtiendo en sociedades de cuyas actuaciones nos avergonzamos cada día más.
Hemos abandonado los valores de los derechos y la democracia ¿qué nos cabe esperar?. Lo hemos vendido o sacrificado todos.
Parece que ni siquiera nos hemos dado cuenta de cómo se han ido abandonado esos valores que construyeron un camino contra los privilegios de una minoría. Los pasos que andamos hoy van hacia otro lugar diferente donde esos privilegios parecen renacer.
Y nos sentimos perdidos porque no entendemos qué está pasando, por qué el proyecto de vida que teníamos y las aspiraciones que teníamos como colectividad no están al final de nuestros pasos, ¿dónde se ha ido nuestro norte?.
Nos dicen que ha cambiado, que esa sociedad que queríamos y esos proyectos de vida ya no están en su sitio, que seguramente, nunca estuvieron porque no son posible. Pero no es así, nos han pervertido los pasosi, nos han llevado por un camino muy distinto, de hecho casi el camino contrario. Y nosotros lo hemos seguido, claro.
Hemos olvidado los principios y los valores que construyeron lo mejor del mundo que hemos heredado. Hemos olvidado reivindicarlos, los hemos vendido por promesas de bienes rápidos o los hemos aparcado por amenazas de miedos inmensos.
Los derechos humanos han caído por la seguridad. La democracia por la eficiencia. El camino del pleno empleo por el castigo y la inversión. La solidaridad por el crédito y la superación. Lo público es despreciado por la iniciativa privada. El trabajo ya no es considerado un valor, sino la inversión financiera…
Hemos dejado de valorar la democracia y no la defendemos, ¿cómo no vamos a perderla?. Aceptamos alegremente que las organizaciones internacionales sean profundamente antidemocráticas y desde allí se tomen las decisiones más importantes sobre nuestras vidas.
Hay muchas personas que dentro de poco votarán a los partidos que han apoyado que se apruebe y negocie en secreto, y sin garantías democráticas un acuerdo de modificación del régimen judicial y político de defensa de los derechos de las personas imponiendo un régimen privilegiado a los derechos del capital sobre los derechos humanos (el TTIP y el CETA). Otros muchos votarán a partidos que van a mantener las leyes mordazas, la criminalización de la protesta.
Hemos dejado de valorar y defender la democracia por miedo, por antagonismo y porque nos hemos creído el cuento de la “eficacia” de lo antidemocrático. Por lo que sea, pero hemos dejado de exigir democracia.
Hemos dejado de creer en los Derechos Humanos como valores primeros de la humanidad, y aceptamos la destrucción de derechos humanos cuando nos presentan cuentas de ventajas e inconvenientes. La destrucción de los derechos por una supuesta ventaja económica, normalmente por el miedo a las mentiras con las que nos asustan. Me refiero a aceptar la anulación de la justicia universal para beneficiar a los socios comerciales de las élites españolas, a defender el expolio de los recursos del pueblo saharaui invadido por Marruecos, a la violación del derecho de asilo de los refugiados contando cuál es el supuesto coste de sus derechos…
Hemos dejado de creer en el trabajo y no defendemos su valor y los derechos de quien trabaja. Destruimos el trabajo pensando que la economía se levantará a base de crédito e inversión y no del hacer de las personas. Despreciamos el valor del trabajo y permitimos que se arrebaten los derechos al trabajador para beneficiar a la inversión financiera.
El trabajo se percibe o se piensa como algo que solo tiene valor si es movido por la inversión. Inversión o “emprendimiento” que son los valores sacrosantos de la moral neoliberal, considerando que es la inversión la que activa el trabajo, y no el trabajo el que sustenta el beneficio de la inversión. Parece que la vieja moral señorial, que ya desde Aristóteles creía que el trabajo manual y de esclavos solo era valioso si era dirigido por una mente desde arriba, ha encontrado una versión 2000.0
El trabajo se presenta como un costo social, un costo para esa inversión que nos va a dar todo. Para que la economía progrese, se dice que es necesario liberar al inversor de un costo excesivo del trabajo, y en caso de crisis, el trabajo y los derechos de los trabajadores deben ser sacrificados para potenciar la inversión.
En general, los derechos, no solo laborales, y los servicios públicos que satisfacen derechos humanos, son presentados como costos. Estamos creando un sistema de privilegio de los derechos del capital a base de destruir los derechos humanos. Los derechos de uno son los límites de los derechos de otros, por lo que los derechos de capital se absolutizan como privilegios con cada destrucción de los derechos humanos, y a eso lo llamamos “beneficio”, o aumento de la productividad.
Creemos en el crédito y la inversión, y no en el trabajo, los derechos y la democracia. Todo lo que beneficie al crédito y la inversión es lo adecuado (hasta cambiar la Constitución o amenazar con incumplir el deber constitucional de mantener un sistema público de pensiones), aunque suponga destruir derechos, apoyar dictadores, hacer la vista gorda a torturas, renunciar a la democracia, regalar millones de euros públicos con subvenciones y rescates, decretar indultos y amnistías fiscales, expulsar inmigrantes, acabar con las garantías judiciales, o abolir los derechos básicos de las personas trabajadores y las familias.
Todo lo que pueda suponer un perjuicio a la inversión financiera o un límite a sus privilegios es presentado como un costo: los servicios públicos, los impuestos progresivos, los derechos de las personas en general, cualquier derecho laboral, etc…
Todo lo que beneficie a la gran inversión financiera es valorado positivamente.
En lugar de ser personas que se identifican en solidaridad con los excluidos, y se enfrentan a los privilegiados con la voz de los de abajo; hemos acabado por asimilar la obediencia, la injusticia, hemos caído en defender la especulación, los privilegios. Estamos arrastrándonos por el lodo fascista de culpar el pobre, al excluido, al de afuera.
No estamos perdidos, ¿Perdidos? No. Constantemente nos dicen que la meta que perseguíamos es imposible, que ya no está o nunca estuvo. Y como no la vemos al final del camino que estamos andando, creemos que puede ser verdad y estamos perdidos. Pero no. Es que nos han cambiado los pasos.
Hemos abandonado tanto el camino que lo hemos olvidado. Democracia, derechos humanos, valor del trabajo, servicios públicos y solidaridad.
Necesitamos recuperar la creencia en esos valores y la identidad que nos guiaba. ¿Sabéis qué tiene en común todos aquellas ideas? Es creer en el valor de las personas de a pie.
La defensa de los derechos humanos efectivos y plenos para todos es creer en la dignidad de todas las personas y sus formas de vida, y se enfrenta a los privilegios de las élites y a sus regímenes absolutos.
La democracia implica creer en que todas las personas deben ser parte en las decisiones y en la construcción de conocimiento para el saber detrás de esas decisiones, mientras la tutela implica la creencia en que una minoría debe decidir por los demás, que necesitan un pastor.
Creer en los derechos del trabajo implica reconocer el valor del trabajo de toda persona y no despreciarlo como se hacía con el trabajo de los esclavos y (se sigue haciendo) con el de las mujeres, como algo que no vale nada sin la dirección de unos señores.
Creer en el valor de la acción colectiva y la cooperación como personas plenas en democracia se opone al individualismo egoísta de la tradición señorial, a que lo colectivo sea señorío de uno solo.
Creíamos en nosotros, nos reivindicábamos a nosotros contra los de arriba, contra los privilegiados, contra los que ostentan el poder, creíamos que había que bajar de su pedestal a los que se coronan a sí mismos como pastores, para lo que nos rebajan a nosotros y nosotras como ovejas o rebaño.
Ser la sociedad que soñábamos y no la que escupe vallas y alambradas de odio, depende de que reivindiquemos los valores que nos hacen lo que queremos ser y que son los ladrillos de la sociedad y el futuro que esperábamos de nosotros mismos.
Volver a creer en nosotros, volver a creer en lo que siempre quisimos creer, volver a andar el camino que nos lleve al futuro que queríamos construir, a ser lo que esperábamos llegar a ser, pasa por levantarnos y reivindicarnos. Contra su desprecio, contra el menosprecio al inmigrante, a la familia ahogada por una deuda hipotecaria, a los trabajadores, a quienes luchan por sus derechos, necesitamos reivindicarnos, decirnos como personas plenas, gritar nuestra dignidad. Los de abajo, los que se ponen en pie sin subirse sobre la explotación de otros y otras nadies. Como Quijotes, mirarnos con unos ojos no contaminados que sepan ver lo que de verdad somos y el valor que hay en nosotros y nosotras.
i Por supuesto, el futuro no es lo que era porque el pasado nos lo han cambiado. Ahora resulta que los derechos y la democracia que se lograron en el siglo XX se lograron por el comercio (sic) que puso las condiciones económicas para que nacieran los derechos y por una especie de consenso pacífico en el que todos buscaban el bien común, no por la lucha contra una minoría privilegiada por los derechos de los oprimidos, no por el levantamiento de esas personas que eran las personas como nadies que servían de púlpito para los privilegios (mujeres, minorías raciales, trabajadores, pueblos colonizados, pueblos indígenas…)
Solo los sinapios-antes llamados españoles- pueden escribir artículos con estilo y pensamiento tan vulgar, sin el menor entendimiento de filosofía.
Y no es que otra gente en otras partes no escriba muy parecido, por ejemplo Boris Johnson, ex-alcalde de Londres, el capo del Brexit, facha perdido escribe memeces casi infantiles en el Daily Telegraph, no tan diferente de estas, pero le pagan 400.000 libras al año -lo pondré en letras por si se creen que sobran ceros: cuatro cientas mil libras al año, por escribir una columnita por semana.
“Hemos dejado… Hemos abandonado… No estamos perdidos… Nosotros” y en ese plan todo el artículo está plagado de plurales de este tipo, parece el Rey Juan Carlos escribiendo, este señor.
–“Cuando decimos nosotros, mentimos siempre”.
Eso me enseñó mi profesor de filosofía, vaya Ud señor, y estudie algo, ilústrese y no nos de el sermón de cura que ha escrito, de que hemos y nosotros oh malos pecadores que hemos abandonado el camino del señor, por donde íbamos todos en rebaño y con flores a María.