La represión política en Brasil y el consiguiente silencio mediático no consiguen ocultar la expresión de protesta por el impeachment a Dilma Rousseff y el cambio de Gobierno. El actual presidente, Temer, golpista, contestado en la calle, también afronta la amenaza de su socio de Gobierno (PSDB) de abandonar el barco sino que ejecuta inmediatamente reformas de corte neoliberal. Al mismo tiempo, la cercanía de las elecciones municipales de octubre obliga a rebajar el ritmo de las intervenciones a favor de asegurar un resultado aceptable en las urnas. Ante este panorama, la tertulia se encaminará hacia un análisis sosegado de la coyuntura del país y de las estrategias de los partidos de izquierda y los movimientos sociales y sindicales. Intervienen Tatiana Oliveira, Norberto , Leandro Lanfredi y Norberto Ferreras. Conduce Ramón Ferrer
Fotografía de Delegación Mídia Ninja
Cuando desembarqué en Brasil tenía claro mi profundo odio por el neoliberalismo, vivido en los últimos cinco años con Zapatero y el brutal gobierno de Rajoy, una dictadura parlamentaria de terribles consecuencias sociales y políticas. Ya entonces, era diciembre del 2013, Dilma Rousseff y Lula da Silva se rodeaban de peligrosas compañías de la derecha económica, mientras la corrupción política borbotaba en las acequias de Petrobrás y otros arrabales. En las elecciones, y con una popularidad en descenso, Dilma aventajó al tucano Aecio Neves en poco más de un millón de votos, mientras el PT y Lula aseguraban que su presidenta “lo haría mejor” en adelante. Se referían a ajustes y recortes exigidos por las grandes corporaciones y sus paniaguados congresuales, modelo universal de corrupción política. En adelante, vimos cómo en apenas meses, el PT descendía a los infiernos en forma irremisible, concesión tras concesión. Uno de los líderes más corrompidos en este siniestro entramado conspirativo era Eduardo Cunha, delincuente ex aliado de Dilma y protegido por sus pares del congreso. Era seguro que el choque de trenes entre los conciliadores y las citadas ratas de albañal iba a producirse a corto plazo.
Cruzando la frontera norte, los vientos soplaban en contra de la millonaria populista Cristina Kirchner, y el bajo crecimiento económico de otro ciclo que parecía agotado. La solución fue candidatear al impopular Daniel Scioli, un acomodaticio liberal, confrontado a Mauricio Macri y su coalición político empresarial de rejuntados. Al final, éste ganó las elecciones por estrecho margen, enterrando al populismo peronista de los kirchner, ya moribundo. La ola conservadora, soportada socialmente por pequeño burgueses conservadores, derribó a Dilma en Brasil mediante un golpe de Estado casi calcado del que volteó al paraguayo Lugo. Los planes de precarización social ante la depreciación de los términos del intercambio, con las materias primas a la baja, asomaron triunfales, transformando la región, hasta entonces distante de Washington, en otra fuente de “relaciones carnales” al modo del siniestro Carlos Menem.
Así, sin bayonetas ni marchas militares de por medio, aunque empleando crecientes tasas de represión social mediante cargas policiales, Temer y Macri, con ayuda del Departamento de Estado y sus propias multinacionales, inauguran un nuevo ciclo de cinturones ajustados, recortes sociales y paro sine die. En nada se diferencian de Mariano Rajoy y el PP español en materia de inequidad social. Esta es la transformación que he vivido en Brasil, con el ojo siempre puesto en Argentina. Las lecciones del populismo y sus avances, cortos a mediano plazo, se aprecian en Venezuela y en parte Bolivia.
Redactando concienzudamente la biografía de Perón y sus primeros gobiernos, pude entender las patas cortas de reformas insuficientes, agravadas por un aparato estatal que se va corrompiendo en su propio sostén. Las materias primas al alza no aseguran el abandono del subdesarrollo. Tampoco el petróleo. Una estrategia educativa avanzada y políticos conscientes de sus deberes patrióticos no se forman en pocos años. En tal sentido, estimo que el populismo de los años pasados brindó una prosperidad temporal, que el empirismo generalizado y los derroches propagandísticos y componendas rezagaron al fin. Brasil carece de Sanidad pública y buena formación, escolar y universitaria. No es casual que en Río de Janeiro, las instalaciones de Petrobrás arrinconen cada vez más los vetustos edificios de la universidad, y que la sanidad privada sea carísima, además de prohibitiva para las clases populares, sin hablar de los servicios, por completo ineficientes, ni de los bancos, encargados de saquearte en lo posible después de atenderte mal. O de gentes que duermen en las ruas tapados por periódicos o mentas mugrientas. Los gobiernos del PT modificaron en parte este cuadro de indefensión social, que ahora vuelve a los tiempos del pasado.
Lo que no se afirma sobre bases sólidas, se desintegra y perece.