El bueno de Anselmo caminaba pegado al arcén de la carretera que da acceso a su pueblo cuando se encontró, tumbado en la cuneta, el cadáver de un burro. El animal aún no estaba frío y Anselmo lo arrastró los cien metros que lo separaban de su casa. Una vez allí, cogió una cartulina, un rotulador y unas tijeras y dibujó, muy cuidadoso, cien papeletas en las que podía leerse: ‘esta noche se sortea un burro. Precio: un euro’. Anselmo recortó las cien papeletas y salió muy ufano por las calles de su ciudad a vender las participaciones y como eran tan baratas no tardó en darles salida a todas. Llegada la noche, una pequeña multitud se arremolinó ante la casa de Anselmo esperando el resultado y el bueno de Anselmo sacó la cabeza por la ventana y dijo: el sesenta y tres. De la multitud salió un señor que se acercó contento a la ventana mientras el resto de jugadores se disolvía contrariado. ‘Quiero mi burro’, dijo el vencedor, ‘aquí lo tiene’, le respondió el bueno de Anselmo, ‘pero qué broma es esta’, preguntó el ganador contrariado, ‘el burro está muerto’, ‘nunca dije que lo rifaba vivo’, dijo Anselmo, ‘pero si no está satisfecho le devuelvo su dinero’. El agraciado cogió su dinero y se marchó de buen humor: no había perdido su dinero. Anselmo lo despidió con un pañuelo y una sonrisa: de un burro muerto había conseguido noventa y nueve euros.
¿En cuántos sorteos de burros muertos habéis participado?