Recapitulando, que es gerundio. Resulta que los señores banqueros andaban inflando artificialmente el precio de la vivienda y prestando el dinero de sus clientes a individuos sin oficio ni beneficio, sin importarles un pito las escasas posibilidades reales de recuperar lo prestado. Cada vez que se firmaba un crédito, un señor banquero se embolsaba una jugosa comisión a costa de los futuros intereses. Hasta que un buen día, oh sorpresa, mucha gente dejó de poder hacer frente a sus plazos. Entonces la banca le dijo al Estado: Houston, tenemos un problema. El Estado arrimó el hombro sin rechistar, tapando agujeros privados con fondos públicos. Los señores directores aprovecharon para embolsarse jugosos bonus. Luego el Estado no tuvo mejor ocurrencia que subir impuestos, bajar salarios y abaratar el despido, lo que provocó que un sector de la población que hasta entonces sí que había podido afrontar sus mensualidades tampoco ya pudiera. La banca embargó casas que había tasado a precio de oro, las tasó ahora a precio de paja, y dijo que se le seguía debiendo la diferencia. Acto seguido la gente empezó a tirarse por las ventanas, supongo que para no tener que oír más gilipolleces. Y así comenzó el fin de estado del bienestar, ni trescientos años después de que Adam Smith asegurase que la desregulación y el egoísmo nos conducirían inexorablemente a una distribución económica justa a la par que eficiente.
Ahora todos nos rasgamos las vestiduras, indignadísimos. Y con razón, por supuesto. Pero no podemos olvidar que en esta España nuestra, hasta hace cuatro días no se podía citar a Marx sin que se te echasen encima veinte o treinta de esos trabajadores por cuenta ajena y fieles defensores del neoliberalismo que han dado la mayoría absoluta al Partido Popular, proclamando las innumerables virtudes de la desregulación y advirtiéndonos de los horrores del intervencionismo. Qué políticas sociales ni que niño muerto, hombre. Aquí nos forramos todos. O pinchamos la burbuja.
En fin, qué se le va a hacer. Si ha hecho falta un cataclismo económico generalizado para que esto se viese claro, pues así sea. Si ha tenido que ser a costa de mi futuro, el de mis hijos y el de mis nietos, pues tampoco nos vamos a poner tiquismiquis. Ea, pelillos a la mar. Nos aseguramos de no tropezar dos veces con la misma pirámide, y santas pascuas. Total, en apenas setenta u ochenta años salimos de ésta, y entonces todo será educación de calidad, desarrollo sostenible, paneles solares y basura reciclada en cubitos de colores.
Pero eso sí: una vez vuelva a ser éste un país donde se pueda vivir medio decentemente, juro que al primero al que oiga decir que hay que invertir en teletransportadores dimensionales, que nunca bajan, y total siempre puedes alquilar, me levanto de la silla de ruedas y con mi último aliento de pensionista jubilado a los ochenta y cinco le estoy dando de hostias hasta que escupa los tres tomos de El Capital, en edición de tapa dura y papel ahuesado de noventa gramos.
Prueba.
Gran artículo