Melancolía del pasado

Los españoles nos vemos crecientemente envueltos en una espiral de acontecimientos marcados esencialmente por emociones que dirigen y dan sentido al discurso político del nacionalismo en un proceso de continúa retroalimentación.  Esta ideología política tiene en sus raíces factores de índole diversa que ni tienen que ser coherentes entre si, ni contrapuestos, pues, dependiendo de las circunstancias históricas, amalgaman de distinta forma su expresión política y su discurso. Históricamente, el nacionalismo nace durante la transición de las sociedades agrarias a las industrializadas. En el mundo agrario, la cultura sostenía la jerarquización de la sociedad, sancionando las distintas funciones que estaban reservadas a los  grupos sociales, reforzando, visualizando y haciendo necesaria dicha estructura jerárquica, impermeable y rígida, mediante un complejo sistema simbólico. Evolucionada la sociedad desde dichas estructuras rígidas, jerarquizadas y fuertemente simbólicas hacia la revolución industrial y burguesa, expresión económica, social y política de los cambios generados en los siglos XVII y XVIII, se presenta en ella el fenómeno del nacionalismo, cuyo apogeo se produce hacia la mitad del siglo XIX y su paroxismo en la Gran Guerra de 1914. Con posterioridad, el nacionalismo ha estado ligado a los procesos de descolonización en Asia, América y África, produciendo muchas veces no pocos conflictos regionales y disfunciones en grandes áreas continentales. Si es éste el fundamento y marco de dicho movimiento político e ideológico, que un análisis apegado al devenir de los acontecimientos confirma, queda descartado que dicho fenómeno pueda ser sustentado por una visión esencialista que lo justifica como universalizador y ahistórico. Justamente, ante esta visión esencialista nos encontramos, cuando consideramos la razón justificativa de los nacionalismos en España en la era de la globalización, la revolución digital y esa especie de noosfera intangible que es internet.
La visión del nacionalismo se asemeja a la de partera que ayuda a nacer a una criatura o al príncipe que despierta a una Bella Durmiente. Las naciones, de esa forma, son entes más allá de los procesos históricos, casi metafísicos, que encuentran su vehículo en el tiempo histórico pero no son su producto. La cultura, por otra parte, nunca ha constituido por si misma una justificación del nacionalismo, pues, por ejemplo, la conciencia de superioridad cultural de los helenos no les llevó a unificarse políticamente, más que por los macedonios, marginales y menos refinados, que la impusieron por la razón de la fuerza. Sin embargo, la cultura no es ajena a los planteamientos del nacionalismo, que ven en su homogeneización una exigencia irrenunciable. Esto lo podemos apreciar con claridad en las políticas educativas implementadas desde los Gobiernos autonómicos dirigidos por el nacionalismo, tanto en el País Vasco como en Cataluña. Al niño se le ha de infundir el sentimiento, reforzado por ideas blindadas contra la crítica, de que pertenece a una comunidad exclusiva caracterizada por una lengua, unos usos culturales, unas costumbres, etc. a la que no pertenecen los que no se someten a este programa. Hacer inteligible al alumnado, desde sus primeros años, la complejidad y la pluralidad social de su medio es algo que no ha entrado, no entra, ni entrará dentro de la estrategia del nacionalismo en el poder, pues la cultura del marcado como ‘otro’, sencillamente no existe, no es objeto de consideración por parte de la instrumentalización política de la cultura que hace el nacionalismo. Lo prueba no sólo el hecho de la política de inmersión lingüística en Cataluña, sino también que se dediquen más tiempo y medios a la enseñanza del inglés que del español o castellano (la lengua del ‘otro’). De este modo, no se trata tanto de promover el uso de la lengua, promocionarla junto a la otra, como un bien y un lugar de encuentro para todos, como de constituirla en distintivo que diferencia y separa a los propios de los extraños. Además de esto, radicar o residir, participar de los problemas cotidianos, adoptar costumbres y producir mestizaje en el territorio marcado por el nacionalismo no es condición suficiente para ser aceptado como propio sin sufrir un proceso de aculturación que puede asemejarse al de la metamorfosis, lo que implica no sólo renuncia sino también militante desafección con los propios orígenes, aunque estos pertenezcan a la misma matriz cultural, histórica y geográfica que la del coto nacionalista. El nacionalismo opera como una fuerza al mismo tiempo centrípeta y centrífuga, por eso Mas, el presidente de la Generalitat, pide más poder para su partido, en definitiva, para él, que es quien manda en su partido. Concentración de poder para satisfacer el imperativo del binomio nacionalista ‘un Estado, una cultura’. Para ello, se observa como el nacionalismo ha construido toda una industria de cultura oficial en la que sus ‘ingenieros’ se afanan por hacer coincidir los objetivos a medio plazo con el guión estratégico del soberanismo, del independentismo, del irredentismo, etc. todo ello en un mundo globalizado y en un espacio como España y la UE constituidos ya por un complejo mosaico cultural que caracteriza al ámbito geográfico y a la estructura social. Parece pues, que se está construyendo un laboratorio para un experimento del que no se sabe qué fenómeno saldrá, para el que no se han establecido parámetros de seguridad ni control de sus consecuencias. Una aventura en dirección contraria a los procesos históricos que vivimos de mayor integración supranacional. No es probable que se reediten tragedias como la de los Balcanes, pero en sociedades complejas como las nuestras para satisfacer el ideario nacionalista o se persuade mediante la imposición y el miedo a la represión o se comienza la ‘limpieza’ étnica, sin sangre, sin tragedia como he dicho, de forma persistente, como la lluvia mansa, pero dejando tras de si una ancha y profunda estela de dolor. Al igual que demasiados vascos, a los que se niega el derecho de voto en su tierra, tuvieron que abandonarla, muchos catalanes que se lo puedan permitir, seguirán el camino de un exilio impuesto por la melancolía del pasado. El goteo ya ha comenzado.

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