En el artículo anterior (Desinvestigación) comentábamos de pasada que en España se ha vivido una burbuja en la investigación durante los últimos años. Quiero hacer más hincapié en este hecho, ya que nos ayudará a entender mejor la gravedad y el peligro a los que está sometida la creación científica en este país.
El sistema de investigación español siempre se ha caracterizado por una fuerte endogamia, sobre todo en las universidades, y por una escasa inversión por parte de los agentes públicos y privados. Esto ha llevado a que los grandes grupos siempre se han articulado alrededor de individuos que acumulan poder y contactos, lo cual les permite disponer de la escasa financiación que tradicionalmente ha estado disponible para la I+D española. Aquí es importante indicar que se reproduce el mismo sistema de captación de recursos que se puede observar en las altas instituciones estatales: los allegados al poder y con más amigos influyentes son los que más posibilidades han tenido siempre de conseguir financiación, independientemente de la valía de sus trabajos. Esto implica que el líder de un grupo es el que tiene poder de facto sobre todos los que lo componen, y es el que determina quién sigue y quién no, dependiendo de si caes en gracia o en desgracia, de si tienes valía o no, de si eres hijo de alguien amigo o enemigo, o de cualquier otro factor completamente aleatorio o subjetivo. Aquí uno se puede encontrar ejemplos de todos los tipos: desde jefes de grupo excelentes, justos y equitativos, que tienen verdadera vocación por la investigación y se han preocupado por formar grupos buenos y competitivos, hasta los déspotas más indeseables cuyo único afán es acaparar méritos y trepar en el escalafón a costa de la explotación de los que tienen debajo. Todos ellos han tenido que pelear dentro del mismo sistema, algunos con más éxito que otros.
Entonces llegaron los años de bonanza económica, propiciados por el boom del ladrillo, que permitieron que se generara mucho dinero, lo suficiente como para aumentar incluso las partidas destinadas a investigación. Y aquí empezó nuestra burbuja científica particular. Se realizaron grandes inversiones en centros de investigación, infraestructuras, laboratorios…, se destinaron partidas a recuperar “cerebros” fugados y a contratar a los mejores (y no tan mejores) investigadores que iban llegando a los laboratorios, becas (para realizar tesis) que dejaron de serlo para convertirse en los anhelados contratos de investigadores en formación (tantas veces reclamados por Precarios), y un largo etcétera que incluye, entre otras cosas, sus propios despropósitos, como por ejemplo, costosos y complejos equipos duplicados en un mismo centro.
Pero como suele ocurrir, incluso cuando se despilfarra y se gasta sin ton ni son, sin tener una planificación a largo plazo ni una estrategia, incluso entonces, suelen aparecer cosas buenas, pequeñas yemas incipientes que pueden llegar a cambiar el futuro si se mantienen el tiempo suficiente para fructificar. Con las sobras de todo ese festín que nunca se había visto en la investigación ibérica (fruto a su vez de las sobras ladrilliles), comenzaron a establecerse en España pequeños grupos e investigadores independientes de los grandes, con una buena formación (local y de laboratorios extranjeros), sangre nueva y con ilusiones que, en las condiciones anteriores, jamás habría podido quedarse aquí o soñar con formar un grupo para llevar a cabo sus ideas sin necesidad de un padrino. Incluso investigadores que habían tenido problemas en sus grupos de origen, tuvieron la oportunidad de conseguir contratos en otros centros en base a su curriculum y de establecerse con cierta seguridad para poder desarrollar sus trabajos.
Y entonces la pirámide de ladrillos se desmoronó, arrastrando consigo todo lo que había surgido a su sombra, como una avalancha de barro. Y como es natural en estos casos, los pequeños brotes que estaban empezando a desarrollarse, serán los primeros en secarse. El sistema investigador español volverá a sus orígenes, pero en peores condiciones que antes, ya que su credibilidad también se ha desmoronado. La inversión se va a reducir mucho más, y sólo los tradicionales grupos que ya se repartían el pastel antes estarán en condiciones de enzarzarse en la encarnizada lucha por los despojos. Algunos desaparecerán porque la cabeza dirigente simplemente se jubilará y no habrá un sucesor a su altura, otros se mantendrán recurriendo bien a la escasa financiación nacional para subsistir en virtud de sus contactos, bien a convocatorias europeas e internacionales si son lo suficientemente competitivos. Pero lo que es seguro es que la nueva estructura de grupos jóvenes y con ideas frescas que estaba surgiendo está sentenciada. Lo único que les queda es emigrar o integrarse en alguno de los mastodónticos grupos que dirigen el cotarro, renunciando a su propia identidad y a sus líneas de trabajo. La creatividad científica volverá a depender de la buena voluntad de los jefes de grupo, y en medio de un escenario de recesión económica en un país donde la ciencia no es apreciada.
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