Según los datos del INE disponibles en septiembre de 2015, en España hay unos 23 millones de trabajadores. Trabajan en la agricultura, ganadería, silvicultura y pesca 992.600, de los cuales 735.000 son hombres. Según los datos de 2009, existen más de 900.000 empresas agrícolas censadas. En la industria alimentaria trabajan 462.000 personas, con 278.500 hombres; en la industria de transformación de la madera y el corcho, 60.000 personas, con 53.200 hombres; en industrias de fabricación de bebidas, 60.000 personas, con 47.200 hombres. En actividades relacionadas con la gestión del agua, el medio ambiente y los residuos, trabajan 142.600 personas, de las cuales 117.100 son hombres. En total, en actividades relacionadas con la producción, extracción y gestión del medio, trabajan 1.717.200 personas. En la construcción trabajan 1.297.000 personas, de las cuales 1.208.000 son hombres. En hostelería 1.791.000 personas, de las cuales 853.000 son hombres.
De los datos anteriores llama la atención la casi total masculinización del sector de la construcción, así como el gran porcentaje de trabajadores hombres en el medio rural y pesquero. Podría hablarse de que son trabajos pesados y penosos, lo cual puede ser cierto en la construcción y la pesca. Sin embargo, toda aquella persona que frecuente el medio rural sabe que las madres y esposas participan en las tareas productivas, aunque generalmente sin que sea de un modo remunerado. La mujer rural suele añadir a su carga doméstica la carga laboral invisible. Otro dato llamativo es el número de empresas agropecuarias censadas, que se aproxima al de trabajadores. Esto se debe a que la mayoría son pequeños propietarios y autónomos. Esta tendencia ha sido la general en España desde los años 60 del siglo pasado. Solo en zonas de latifundio, como Andalucía y Extremadura, el número de asalariados supera al de propietarios.
Un segundo dato que llama la atención es que la gestión y explotación del medio proporcionan más empleos que la construcción y casi tantos como la hostelería. No se entiende, por tanto, que las administraciones públicas basen su estrategia de crecimiento del empleo en el sector de la construcción y dejen de lado sectores tan importantes como los arriba descritos. No hay que ser muy perspicaz para adivinar que las grandes constructoras han forzado durante años esa tendencia, inclinando la balanza a su favor con la corrupción de todo el mundo conocida. Resulta más absurdo aún si pensamos que solo necesitamos una casa en la vida, mientras que comer y beber lo necesitamos todos los días. Gestaron una burbuja inmobiliaria que casi nos aniquila al explotar y abandonaron el campo, los montes, los ríos y los mares, que solo les interesaban si se podían recalificar o privatizar. Ahora quieren reactivar la burbuja, pues es lo que les proporciona un enriquecimiento espúreo, mientras que no defienden la conservación del medio, ni la subsistencia de los agricultores, ganaderos y pescadores, hundidos por las leyes que vienen de Europa.
Las mayores dificultades con las que se encuentran estos sectores esenciales son:
.- La combinación de sectores primarios y secundarios, lo que plantea dificultades a la hora de acometer juntos cualquier acción, ya que en el sector primario predominan los autónomos, conservadores por regla general, y en el secundario predominan los asalariados, con mayor implicación reivindicativa usualmente.
.- La gran complicación burocrática y normativa que conlleva cualquier pequeña explotación, lo que puede derivar en falta de rentabilidad y abandono de la misma. Esto ocurre porque la legislación europea que se aplica es adecuada para grandes productores, no para los pequeños.
.- La falta de control de los productores sobre los precios de los productos, que queda en manos de la gran distribución, que explota a los pequeños productores hasta la extenuación.
.- La falta de protección y apoyo a los productos autóctonos, lo que provoca la venta a granel de productos de gran calidad, que en muchos casos son envasados en otros países y en general por grandes empresas (como es el caso del vino y el aceite, que se venden a granel a Francia e Italia), por lo que el valor añadido sale fuera del ámbito de producción.
.- Las dificultades para cambiar de modelo productivo, de uno intensivo y de poco valor, a uno especializado y de alto valor añadido.
Ante este panorama, habría que buscar soluciones a los problemas que aquejan a los pequeños productores. Se me ocurren algunas ideas, aunque del propio sector pueden surgir muchas más:
.- Que se favorezca desde las administraciones el comercio de proximidad, con lo que se reducirían los costes de transporte y se podría revertir ese ahorro en los productores.
.- Regular el mercado de la distribución, impidiendo que sea el que controle los precios y el único que se enriquezca en todo el proceso. Limitar el porcentaje de beneficio sería una necesidad urgente, así como regular que el beneficio del productor no esté por debajo de un mínimo que garantice la rentabilidad de las explotaciones.
.- Fomentar la constitución de cooperativas que abarquen la producción, la distribución y la comercialización de proximidad, de modo que se mejore la rentabilidad de los agricultores. Establecer un funcionamiento democrático en las mismas, impidiendo el caciquismo y la falta de eficiencia.
.- Dedicar apoyos públicos al cambio de modelo de explotación, fomentando el abandono de cultivos intensivos y alóctonos, favoreciendo la implantación de cultivos tradicionales y orgánicos, más respetuosos con el medio ambiente, más sostenibles y de mayor valor añadido.
.- Aumentar la fiscalidad a las tierras fértiles no cultivadas, de modo que se favorezca la creación de empleo en zonas de latifundio, donde esta necesidad es más acuciante.
.- Desarrollar planes formativos para agricultores, de modo que se puedan desarrollar modelos novedosos y reconvertir a desempleados sin formación.
.- Impedir el abandono del cuidado de bosques y montes, con el consiguiente riesgo de incendios, prohibir la recalificación de terrenos quemados, aumentar la protección en zonas de valor agrícola y ambiental.
.- Fomentar la ganadería extensiva, la producción de derivados ganaderos de calidad y su distribución y comercialización, de modo que aumente el beneficio del ganadero.
En temas de pesca no puedo dar ideas, pues desconozco las necesidades del sector.
Hagamos ahora un poco de historia: en los primeros años 70 del siglo pasado, las condiciones campesinas eran muy similares a las actuales. Entonces existían aproximadamente 1.500.000 agricultores en el Estado, de los cuales tenían asalariados a su cargo algo más de 150.000. El desarrollismo conllevó la emigración del campo a la ciudad, donde las condiciones de trabajo no eran tan penosas y los salarios eran más atractivos. La falta de mano de obra en el campo llevó a la subida de salarios y forzó la mecanización masiva, que en el caso de los propietarios más modestos los llevó a endeudarse por encima de lo razonable. Se iniciaron entonces las técnicas de explotación intensiva para mantener la rentabilidad y comenzó la irrupción de grandes distribuidores que se llevaban los mayores beneficios, en detrimento del productor.
En 1970 los pequeños campesinos propietarios se encontraban en unas condiciones de explotación económica parecidas e incluso peores que las del proletariado agrícola. Pero había y todavía hay condiciones ideológicas que les impiden tomar conciencia de esta explotación, así como de identificar a sus verdaderos enemigos de clase.
Según un informe sociológico de Cáritas sobre el año 1970, entre estas condicionantes ideológicas las más destacadas son:
1.- El fetichismo de la propiedad privada, que les impide tomar conciencia del proceso de proletarización al que se hallan abocados.
2.- El mito de la unidad campesina, que les hace creer que sus intereses están ligados a los de la gran burguesía agrícola y que son opuestos a los de la clase obrera industrial, cuando en realidad ocurre lo contrario: tanto ellos como los obreros industriales son explotados por la gran burguesía capitalista.
3.- Su tendencia a esperar la solución de los problemas por parte del Estado, con una gran fe en su neutralidad, lo que les impide ver el papel de instrumento de las clases dominantes que el Estado juega en la sociedad capitalista, lo que además resta enormes posibilidades al desarrollo de organizaciones de base, que puedan defender sus intereses frente al gran capital que los explota (grandes empresas de comercialización y distribución de productos agrícolas, empresas industriales que los proveen de maquinaria, fertilizantes, etc.)
En la actualidad la situación no ha mejorado, como ya hemos esbozado más arriba. Los pequeños y medianos agricultores apenas reciben por sus productos un precio que cubra los costes de producción, están en manos de los intermediarios y se enfrentan a un entramado normativo abusivo, abandonados por la Administración, que solo legisla para favorecer a los grandes.
La solución para el campo pasa por un modelo basado en la soberanía alimentaria, los cultivos tradicionales, sostenibles y orgánicos, así como la comercialización a pequeña escala. Todo ello dentro del plan estratégico de la FAO, que es ignorada sistemáticamente por los gobiernos neoliberales españoles. Podrían haber modificado la estricta legislación de la UE para favorecer a los pequeños agricultores, tal como han hecho en Francia e Italia, pero no lo han hecho, condenando al abandono a muchos de ellos. Podrían favorecer la venta directa del productor al consumidor, que en Francia o Italia alcanza el 20%, pero aquí la mantienen en un mísero 3%. Se legisla para favorecer a las grandes empresas, lo que contiene una profunda carga ideológica, marcada por el neoliberalismo y el deseo de desposeer al mayor número posible de personas de la soberanía alimentaria que a duras penas mantenemos.
http://www.caritas.es/imagesrepository/CapitulosPublicaciones/615/02%20-%20CAMBIO%20SOCIAL%20EN%20ESPA%C3%91A.PDF
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