Hace ahora quinientos años que murió el rey Fernando II de Aragón, más conocido por su alias de Fernando el Católico. La Parca le alcanzó cuando atravesaba la aldea cacereña de Madrigalejo, ayer una finca de los obispos de Trujillo y hoy un pueblo sito en la comarca de las Vegas Altas, a caballo entre las dos provincias extremeñas y lejos de cualquier lugar transitado por las masas.
Exactamente el 23 de enero de 1516 sucedió el óbito real y, en esa misma fecha pero del año 2016, en el llamado Estado Español nadie lo recordó… salvo con algunos pequeños y desganados actos dispersos en las provincias de Cáceres y de Zaragoza y, por descontado, en el propio Madrigalejo. Este olvido manifiesto contrasta con los innumerables saraos y homenajes que el reyno de Ejpaña dedicó en el fastuoso año de 2004 al Quinto Centenario de la muerte de la esposa de Fernando, la super-reina Isabel de Castilla alias la Católica 1 .
¿Tan desiguales en fechos y fechorías fueron Isabel y Fernando? Evidentemente, no. Entonces, ¿por qué ha sido olvidado Fernando II de Aragón? A falta de mejores opiniones -excluimos las que se apoyen en la actual crisis económica-, estimamos que la clave está en “Aragón”. La casta dominante, la del secano mesetario, no gusta recordar a ningún monarca, exarca o tetrarca que esté tintado de catalanismo. Antes rememora a Boabdil que a Ferran, el medio catalán, el europeísta, el mediterranista. Es decir, el consuetudinario centralismo españolista huye de un rey que dominaba Levante y nunca permitirá que un rey ‘aragonés’ se atreva a equipararse con un rey ‘castellano’. Prueba definitiva: ni siquiera cuando ese rey sea reina.
Centralistas de opereta y riñón forrado, ya lo dijo don Antonio: “Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus andrajos / desprecia cuanto ignora”. Si se me perdona el imperdonable atrevimiento de parafrasear a Machado, actualizando su sentencia ahora escribiríamos este horrendo ripio: “Castilla fascistoide, hoy dominatríx / para despreciar al maño / ignora su raíz” –perdón otra vez-.
Joan de Canyamars, mal conocido como Juan Cañamares
Aragonesismos y catalanismos aparte, es de señalar que, a lo largo de cinco siglos, los profesionales de la Historia Sagrada han creado la imagen de un Fernando II tan proclive a la traición –perdón, política de Estado- y hábil en la duplicidad –perdón, necesidades del guion- como para que Maquiavelo le considerara el Príncipe por antonomasia 2 . Ahora bien, según los mismos creadores de opinión, sus habilidades eran exclusivamente cortesanas. Pues si así hubiera sido, no le hubiéramos dedicado ni un segundo porque las intrigas palaciegas nos resultan repetitivas, prolijas, aburridas e imposibles de verificación por lo que, resumiendo, nos importan un bledo. Las que sí nos interesan son las políticas que la Corte de tal o cual rey –en términos actuales, su equipo de gobierno- hayan mantenido con respecto a la plebe. Concretamente hoy, lo que nos interesa es conocer cómo trató a sus súbditos la Corte de Fernando II y, por reducción, cómo les trató el mismo Fernando. En este sentido, la figura de un mísero campesino llamado Joan nos ilustra sobre la tiranía monárquica mucho más que los devaneos de la gran política fernandina. Por todo ello, el gran Joan de Canyamars, pagès de remença 3 , aunque regicida frustrado, siempre merecerá un espacio en todo pasquín que se ocupe de ese rey absoluto al que su malogrado siervo conocía como Ferran el Catòlic.
Vayamos al Gran Hecho: en diciembre del año de gracia de 1492, expulsados los moros y los judíos pero sin que aún se supiera nada de las Yndias, nuestro querido Joan intentó decapitar a Fernando a golpes de lo que hoy llamaríamos un machete. El magnicidio tuvo lugar en Barcelona, justo en las escaleras de la Plaza del Rey; el machetazo rozó el cuello, rajó el hombro y llegó hasta la clavícula. Días después, Fernando padeció una gravísima infección, señal de que Joan utilizó un acero sucio, probablemente con toda la mala baba que se acumula tras siglos de opresión feudal-absolutista.
Huelga añadir que Joan fue torturado y descuartizado públicamente pero, más que los detalles de su tormento, nos interesa observar cómo los servicios de agit-prop de la monarquía castellana han transmitido su torticera versión a la (mala) Historia porque, pese a que revienta de quimeras, es la que ha prevalecido a lo largo de los siglos. Por ende, más que un libraco académico, hoy queremos leer sobre el regicidio de Barcelona a través de un romance aparentemente popular en el que, ya lo adelantamos, están condensados todos los embustes emanados de palacio. A saber: la bonhomía del rey, la adhesión inquebrantable que le manifiesta el pueblo y, en especial, la monarquía como mediadora entre las naciones ibéricas y como remediadora de las tiranteces entre castellanos y catalanes.
Transcribimos a continuación algunos versos del susodicho romance, un centón dizque popular pero que tiene todo el aspecto de haber sido redactado para cumplimentar un encargo cortesano. Así narra la intentona regicida:
“[el rey] bravamente fue herido / de revés, por el pescuezo / sin poder ser defendido; / que ano llevar su cadena, / quedaba muerto e tendido. El rey muy maravillado, / mirando al hombre atrevido, dijo de muy piadoso, / valeroso y entendido: / -¡Tate! ¡tate! No le maten, / porque el caso se sabido, / y que vista la presente, / en prisión sea metido” (Anónimo, Un loco hiere en Barcelona al rey Católico don Fernando, versión actualizada)
¿Un monarca respetuoso con la presunción de inocencia de Joan?, ¿un Ferran piadoso y garantista? Aunque nos lo reciten en román paladino, es duro de tragar. Después, el romance se pregunta por la nación de los hipotéticos conjurados de los cuales Joan sería sólo el brazo ejecutor. Plantea, por ende, la existencia de una reyerta inter-naciones que, faltaría más, pese a sus graves heridas apacigua personalmente el propio Fernando:
“Castellanos, catalanes, / malamente se han asido: / los castellanos decían: / -Catalanes lo han urdido- / Los catalanes responden / que d’ellos había salido. / El rey en ver la revuelta, / en un caballo ha subido con el duque de Cardona, apaciguando el ruído” (ibid)
Pero donde la manipulación se vuelve contraproducente es cuando se excede en su populismo para abismarse en la inverosimilitud. Fantasea el escribidor palaciego cuando narra como verídica una petición de mano absolutamente imposible en una sociedad de castas como la fernandina –seguramente es una pieza fabricada siglos después del año 1492- y su propósito está claro: abundar en la leyenda urbana del desharrapado enamorado de la princesa, mamarrachada que el extremista Disney eleva hasta perpetrar la Bella y la Bestia.
“Era Juan de Cañamares, / hombre tonto y sin sentido, / plebeyo y de baja suerte, / y en Cataluña nacido, / que pensó si al rey mataba / que por rey sería tenido: / porque de una noble dama / de amores estaba herido, / y de casarse con ella / se lo había requerido” (ibid)
Pasado el tiempo, en el siglo XVII comienzan a abundar los detalles procesales más lúgubres que imaginarse cabe:
“[a Joan] Le cortaron la mano derecha con quelo fizo e los pies conque vino a lo fazer, e sacáronle los ojos con quelo vido e el corazon con quelo pensó” (Pedro Abarca, fol. 316 en Anales históricos de los reyes de Aragón, 1684)
Y, ya en el siglo XXI, continúa el estudio de la tortura de Joan, ahora con precisiones urbanas que facilitan el desfile conmemorativo que merece el de Canyamars y que, esperamos, se haga algún día de incandescente ánimo historiográfico-reivindicativo 4 :
“Casi desnudo, lo pusieron en un carrito amarrado a un poste. En la plaza del Trigo le fue cortado un puño, en el Born, el otro. Y allí el hombre murió. El suplicio, sin embargo, debía continuar y continuó. En la plaza de Sant Jaume le cortaron la nariz, una pierna y le quitaron un ojo, y en la plaza Nueva, un muslo. En la plaza de Santa Ana, la otra pierna. Después la comitiva fue por la calle de Sant Pere, donde acabaron de descuartizar lo que quedaba del cuerpo. Una vez fuera de la ciudad, fue prendido fuego a la cesta, y de todo se hizo ceniza”. (Joan de Déu Doménech, L’espectacle de la pena de mort, 2007)
¿Ferran es un rey melifluo?, ¿reinó en media Europa gracias a su fina pesquis política o gracias a ser superlativamente amoral en un continente especialmente amoral? El lector escoja o quédese con las dos porque, sea como sea, es de admirar la habilidad propagandística de Fernando y de sus secuaces en el tiempo y el lugar. Hay que ver, ay, cómo han logrado mantener durante más de cinco siglos esa imagen de rey marrullero con sus pares pero condescendiente con sus siervos y, en consecuencia, adorado por ellos. Una de las muchas maravillas en la milagrosa formación de ese perfil monárquico estriba en que la han conseguido mezclando cuidadosamente sexo –pecadillo venial para el populacho- y política cuando, en casos de hegemonía política como el paradigmático del omnipotente Católico, el primero no tiene la menor importancia como demuestran las alianzas matrimoniales por razones de Estado, aparentemente la piedra angular de la construcción de Europa y, en realidad, una cortesanía de ninfas y de efebos que enmascara la enormidad de otras tratas similares pero de baja estofa social.
El Príncipe baturro: ¿conjuras o sexo?
Pero volvamos a Ferran II y sigamos por riguroso orden cronológico sus desmanes, contubernios, veleidades palaciegas y chismorreos de alcoba:
Año1505. Fernando es un anciano de 52 años que lleva un año viudo. Según algunos autores, ha de casarse con alguna regia cortesana francesa porque así lo exige su política de alianzas con Francia y, efectivamente, este año se casa por poderes con una tal Germana. Pero, según otros entrometidos, en ese mismo momento está maquinando el que, a la postre, será uno de sus más provechosos contubernios 5 : matar a su yerno Felipe I el Hermoso e incapacitar a su hija Juana, reina de Castilla, a la que destruirá para siempre etiquetándola como la Loca 6 .
Año 1506. Fernando culmina su opus major porque en este año volverá a ser rey (o regente, qué más da) no sólo de lo que sólo algunos descerebrados excesivamente chauvinistas llaman “España” –término desconocido entonces- sino también de media Europa. Observemos los meses: en marzo, consuma su casorio de Estado; en septiembre, elimina en Burgos a El Hermoso y comienza a difundir la lúgubre leyenda de la Reina Loca siguiendo el catafalco por los vergeles y eriales castellanos 7 .
El caso es que Fernando, el príncipe maquiavélico, celebra en Valladolid sus desposorios con una joven que bien podría ser su nieta pues cuenta 35 años menos. La favorecida con el regio tálamo se llama Germana de Foix y su única gracia política es ser sobrina del rey de Francia. Tres años después, la reina gabacha pare un hijo que muere al poco de nacer. De haber vivido, se hubiera roto la unión de Castilla y Aragón por lo que es falsa de absolutísima falsedad la doctrina oficial sobre la unificación de ‘España’ gracias a los Reyes Católicos.
Cuatro años más tarde, el rey Católico casi agoniza por una intoxicación –dicen-, de “potajes que ayudaran a la generación” 8 . Aun así, el verraco maño no abandona su adicción a los afrodisíacos sino que insiste en su ingesta y tanta confianza les tiene que su abuso le remolca a Madrigalejo tras sólo diez años de casado. Hoy, se aventura que la causa de su óbito fue una “nefritis irritativa causada por el reiterado uso de pócimas erotizantes” (E. Juaneda) Dicho en cristiano, tenía el riñón escarnecido por la ansiedad erótica.
Hoy diríamos que fue un mártir de la pastilla azul –viagra-. Pero, puesto que el óbito ocurrió en Extremadura, añadiríamos algunas consejas de esa tierra ligeramente actualizadas: comer tripas y follar / no es bueno de arriesgar; el amor del señorón / no necesita jamón (apud el proverbio inglés, ya mencionado por Chaucer, Love and lordship like no fellowship); al que come bien chumino / es pecado darle tocino; no mezcles la cantárida / con la chanfaina; comer viagra con morcilla / termina en pesadilla. Etcétera.
Elementos paremiológicos aparte, ¿por qué esa peligrosa insistencia fernandina en procrear un heredero medio francés? La versión popular de la Historia Sagrada dicta que fue por pura erotomanía. No voy a quitarle a Fernando que disfrutara en algún grado con la concupiscencia pero, para un Prócer como él, sus ansias de Germana –o de otras, da igual-, no tienen nada que ver con lo fisiológico y sí con su as en la manga: romper definitivamente con Castilla para ampliar a Francia su reino de Aragón. ¿El pez chico maquinaba comerse al pez grande?, ¿y por qué no? Ferran tuvo un nieto emperador 9 . Ferran, almirante de una potencia marítima, tuvo la oportunidad de fagocitar a una Galia emparedada entre lo romano-germánico y lo aragonés. La Francia como plan B no era una opción descabellada. Y, finalmente, reyes más ambiciosos los ha habido siempre y más insensatos, también.
La némesis extremeña, hoy
Retornemos a contemplar cómo ésta nuestra edad de plástico exhuma aquellas edades de oro en los que un oso (sobra decir, Favila), la caña de un amigo (Enrique II de Francia), el mordisco de su mico mascota (Alejandro I de Grecia) o, menos heroica pero más frecuentemente, una indigestión de escarabajos verdes terminaba con los amos del mundo. Retornemos, pues, al V Centenario de Fernando II y, concretamente, veamos qué pasó en Extremadura.
Madrigalejo, mayo 2015, elecciones municipales: con una altísima participación (88 %), 1.376 de sus vecinos votan al Partido Popular por lo que consigue siete ediles por sólo dos del PSOE. Por tanto, diríamos que es un pueblo muy de derechas. El pueblo se engalana para conmemorar el tránsito del Rey Católico o, si no todo el pueblo, al menos el salón del ayuntamiento. Discursos, aplausos… y un suplemento de 12 páginas en un diario regional. ¿Sólo eso? No, lo mejor ha sido la invención de un lema para todo ello: “Aquí murió el Rey y nació España”. Ni más ni menos. Ambiciosa etiqueta aunque no llegue a los insuperables extremos de aquellos que ubicaron la Cuna de la Humanidad en sus respectivos barrios, como se les antojó a los eximios Florentino Ameghino (en Buenos Aires, 1870’s) o J.M. Rivero San José (en ‘Iberia’, 1985)
En todo caso, desconocemos cuáles han sido los argumentos para pregonar que España nació en Madrigalejo. Lo que sí sabíamos antes de esta curiosa conmemoración es que la memoria individual es selectiva y la memoria del Estado, censurativa. Y no menos sospechábamos que el centralismo –especialmente inoportuno en estos años de remença catalana generalizada- está detrás de la censura al rey aragonés. Alguna solución han de tener estos conflictos sobrevenidos. Por nuestra parte, sugerimos que uno de los modestos modos de superar esta inquina centralista contra los reyes ‘catalanes’, sería que hubiera un hermanamiento entre Canyamars 10 y Madrigalejo. Es decir, entre el pueblo natal del frustrado regicida y el pueblo donde los microbios de Venus culminaron la antigua obra del remenso. No sólo sería justicia poética sino también una obra de auténtica limpieza historiográfica. En definitiva, sería una muestra de la hoy tan mentada plurinacionalidad.
Finalmente, en justa reciprocidad y para compensar el regio delirio personalista, proponemos que en todos los pueblos donde nacieron reyes y príncipes, se coloquen rotundas lápidas donde se lea en grandes letras criselenfantinas: Aquí nació el Rey Equis y murió España.
1 La conmemoración tuvo ámbito nacional y muchas autonomías y municipios se apuntaron no sabemos si por oportunismo o por convicción. Ejemplo: sólo la Junta de Castilla y León, presupuestó 12 millones de euros para aquel V Centenario de la Católica. Doce años después, sólo recordaron a su viudo en Madrigalejo y, desvaídamente, en su lugar natal, Sos del Rey Católico (menos de mil habitantes, provincia de Zaragoza)
2 Sus razones tendría el diplomático florentino para que, entre la masa de palacios europeos atiborrados de envenenadores compulsivos, destacara la figura del rey aragonés. Niccolo Machiavelli, te recordamos ahora que España está plagada de varoncitos llamados Borja; si la milésima parte de estos Borgias se especializara en la sonrisa de vidrio molido de sus famosos homónimos, tendrían que cerrar los restaurantes de lujo –pues no estaría nada mal…-.
3 O, simplemente, remensos. O, siervos de la gleba puesto que cultivaban las tierras del Noble Señor pero estaban adscritos a ellas de modo forzoso y hereditario. La remença era el rescate o indemnización que tenían que pagar si querían abandonar el surco y el yugo. Por la cuenta que les traía, los remensos apoyaron al rey aragonés Juan II en la guerra civil (1462-1472) que este sostuvo contra la nobleza. Por el padre de Fernando II dieron sus vidas los remensos pero, al llegar los apaños de paz entre la monarquía y los nobles, los poderosos se olvidaron de sus sufrimientos. ¿A quién puede extrañar que, años después de la Paz, un remenso intentara ejecutar al rey de turno?
4 Es una lástima que comience en el año 1835 el magnífico libro La Barcelona rebelde. Guía de una ciudad silenciada (vv. eds.; Octaedro, 2003; 301 pp., + ilus. e índices; ISBN 84-8063-628-9) Si algún venturoso día, deciden incorporar eventos revolucionarios anteriores a esa fecha, suponemos que incluirán las calles por las que discurrieron la gesta y el tormento de Joan de Canyamars.
5 Entramos ahora en una fase de política-ficción que repugnará a los idólatras de la Historia Sagrada quienes seguramente nos reprocharán que deliramos sin base documental alguna. Cierto. Pero es no menos cierto que confiar en la Historia oficial es aún muchísimo más delirante puesto que los papeles regios lo aguantan todo –dejando aparte que ni los conocemos todos ni nunca los conoceremos-. Capas y más capas de censuras, cuentos chinos y leyendas aconsejan leer la Historia Sagrada como una estratigrafía de folklorismos a cual más increíble. Nuestra Historia no es más increíble sino menos y tiene la ventaja de que está redactada sin ningún interés personal, incompatibilidad laboral o ánimo de promoción social.
6 El cadáver del Hermoso Flamenco fue trasladado de Burgos al monasterio de Santa Clara, cerca de Tordesillas; Juana estaba embarazada por sexta vez y, según los hagiógrafos de Fernando II, ya había dado muestras de cierta insensatez, todavía no calificable como ‘locura’. El largo entierro tuvo lugar desde finales del verano, en época de fiestas y de vendimia y con un calor que no hubieran soportado los abrigadísimos cortesanos que acompañan a la Reina Loca en los cuadros de época –el más conocido, el de Francisco Pradilla, 1877-.
7 Por muy despiadado que parezca, hay un punto de humanidad en esta conspiración pues mata al extranjero Felipe pero a su hija Juana sólo la vuelve oficialmente “loca”. Con el tiempo, la supuesta loca cometerá el error de apoyar a los Comuneros por lo que, una vez derrotados estos ambiguos nobles, su propio hijo (Carlos I de ‘España’ y V de Alemania) ratificará su perversa condición psiquiátrica aunque por diferentes motivos a los que empleó el abuelo Fernando.
8 Probablemente, tendría preferencia por la cantárida (un escarabajo del género Lytta también conocido como spanish fly, 斑蝥 y الذراح من الحشرات) Los textos más pacatos, limitan sus propiedades a lo vesicatorio –de ahí el nombre de su especie, L. vesicatoria– asegurando que con ella sólo se llega al priapismo pero otros textos son más generosos y llegan a lo afrodisíaco, de ahí que también se la conozca como polvo de Cleopatra.
9
Una muestra de la moralidad que reinaba en los palacios de entonces –no digamos de ahora- es que, al poco de morir Fernando, su viuda Germana recibió con grandes muestras de complacencia a su nietastro Carlos I cuando éste llegó a ‘España’. Tan complacida resulto que, según historiadores académicos como Manuel Fernández Álvarez (2001) y Pere Maria Orts, llevó su cariño hasta el extremo de tener una hija con el Emperador Carlos cuando éste tenía 17 o 18 años y ella 29 o 30. La incestuosa nieta o bisnieta de Fernando fue llamada Isabel, fue clandestina “infanta de Castilla” e incluso tuvo una sosias, Margarita de Parma, detectada gracias al rocambolesco “collar de las 133 perlas” –vamos, el motivo folklórico del “collar de la reina” que, siglos después, tanto juego dio a los Tres Mosqueteros-. Su palacio de Madama, en Roma, es la sede actual del Senado italiano.
10 Canyamars pertenece al pueblo de Dosrius (más de 5000 habitantes) y está en la comarca del Maresme. La idea de hermanar Canyamars con Madrigalejo (hoy menos de 2000 habitantes) puede parecer irreverente pero recordemos que el callejero de muchas ciudades españolas ostenta nombres como los de los jefes comuneros (Padilla, Bravo y Maldonado) que, a veces confluyen en calles o plazas dedicadas a su verdugo, el emperador Carlos. Para rellenar de colorines el círculo de la amistad Maresme-Vegas Altas, sugiero que ambos pueblos hicieran fiesta común el 07.diciembre, fecha del atentado contra Ferran el Catòlic. Además, es posible e incluso probable que algún emigrante saliera en su día de Madrigalejo y ahora esté radicado en Canyamars.
Antonio Pérez no sé si será este tu verdadero nombre pero si no has escogido el nombre de un traidor.
Tus artículos son farragosos y muy pedantes.
Te dire que no es extraño que no se celebre el centenario de la muerte de Fernando el Católico pero es por lo contrario de lo que tu dices. Hay muchas razones:
1- Era un hombre y no vende tanto como la reina Isabel, ya se sabe en tiempos de la política de género, lo femenino cuenta lo masculino se denosta.
2- Representa la españolidad y no hay cosa pero vista en este régimen de nenazas socialdemocratas vendepatrias que hablar de España.
3- Tampoco se celebró hace 3 años el centenario de la batalla de las Navas de Tolosa, no vaya a ser que se hieran los sentimientos de moros y mojigatos pacifistas. ¿Escribiste algún artículo para explicarlo?
Tu verborrea anticastellana y antiespañola no vende macho…dedícate a otra cosa.
cuanta razón llevas, Atolladero
Que gilipollez de artículo tío Al rey Fernando se le estima tanto o más que a Isabel Nada tiene que ver que fuera “catalán”, que no lo era Pero absolutamente nada Sois vosotros los que buscáis el conflicto continuamente