¿CIVILIZACIÓN O BARBARIE?
[Segunda Parte]
27.diciembre.2015
Decíamos en la 1ª Parte que ni los bárbaros son tan bárbaros –porque tienen memoria- ni los civilizados son tan finos porque se lo impide su mórbida afición a la mayor de las barbaries -la religión-. De ahí que englobar civilización con religión sea un burdo amasijo interesado. De ahí que la disyuntiva civilización o barbarie que tanto gusta al presidente español, sea una falsa disyuntiva y, consecuentemente, presentarla como un asunto de vida o muerte, es propio de charlatanes amorales. Ello no quita que, si nos obligan a escoger, prefiramos una guerra de religión a una guerra de exterminio como la que se perpetra contra esos pueblos mostrencos que el Poder define como ‘bárbaros’.
Otrosí, no lo decíamos en la 1ª Parte pero se transparentaba que no queremos perder el tiempo propio ni el ajeno fatigando al lector con una avalancha de pruebas demostrando que el Califato es la actualización de la política que Occidente perpetra contra ese Oriente que se encarnó en el Imperio Otomano y cuyo punto álgido más reciente fue la invención del Estado Sionista (1948). Dicho sea con la mayor de las simplicidades: el ISIS es la batalla más reciente de una guerra cuyo estallido se remonta -según el gusto de cada cual-, al primer sitio de Viena (1529), a la Declaración Balfour (1917), al Septiembre Negro contra los palestinos (1970), a la hodierna destrucción de Yemen o a cualquier otra sangrante efemérides.
Por lo tanto, si Usted no cree que Occidente es el padre putativo, biológico y financiero de ISIS y que esta afirmación no es gratuita sino producto de la acumulación de pruebas no aptas para el delicado estómago de los media de desinformación, no siga leyendo. Tampoco continúe con la lectura quien espere encontrar angélicas protestas de democracia y/o fáciles soflamas de odio al terrorismo. Ya hay demasiadas en los media, generalmente garabateadas por cristianos meapilas, belicistas y sádicos. Por parecidas razones, arroje lejos de sí esta II Parte quien se satisfaga con la complacencia pasiva en las Grandes Palabras (libertad, amor, odio), quien se regodee cuando lee en letras de molde que está feo maltratar a las mujeres o aquel que prefiere a los perrogatos antes que a los mendigos humanos. Por último, huya de aquí quien busque pruebas irrefutables de que el Gran Poder X o la Gran Nación Y está detrás de todo atentado; queremos decir, que detrás de algo que se ha hecho famoso siempre hay alguien poderoso pero eso no menoscaba la autonomía de la sinrazón terrorista ni la voluntad individual del terrorista, solamente las enmarca.
Dicho lo cual, continuamos flaneando y errando por París: para un sesentayochista como quien suscribe, contemplar al presidente Hollande y su combo mancillando ese patio de La Sorbona donde tantas asambleas y otros amoríos mantuvimos en el Mayo 68, ha sido muy desagradable. Pero quizá menos que escuchar a la foule escandeando La Marsellesa -más que cantándola-. Es duro pasar de un Mayo 68 en el que sólo se atrevieron a corearla los gaullistas a un mundo en el que una mitad del planeta la repite cual regüeldo del ayer… mientras que la otra mitad rechina los dientes. En medio siglo, hemos pasado de cantar cívica y acompasadamente “el género humano es la Internacional” a rugir ahítos de pus “que una sangre impura riegue nuestros campos”. Pa’ que luego nos hablen del progreso de la Humanidad.
Repasemos el conflicto utilizando como titulares de los sucesivos parágrafos las cuatro frases más escuchadas en estos días:
“Los terroristas quieren acabar con nuestro modo de vida”
… “Y por eso, esta noche nos vamos de copas; así demostramos a los terroristas que no tenemos miedo y que jamás nos derrotarán”, concluyen los buenos ciudadanos cuando sus líderes se lamentan de la letal puntería de los ataques yihadistas a los lugares del ocio francés –concretamente, bares y fútbol-. Entre los biempensantes no es que hayan germinado las bacanales, es que ha nacido el ejército de Baco. Dicho sea en latinajos, in vino veritas se ha quedado anticuado; ahora la rebeldía de los domingueros va mucho más allá, ahora es in vino triunphans.
Ahora bien, ¿de qué modo de vida estamos hablando? Del occidental, of course, pero ¡maldita casualidad!, la basura occidental ha conquistado el Mundo con apenas pequeñas variaciones sobre el mismo eje Producción-Progreso-Consumo por lo que podríamos hablar del modo de vida universal… de los desahogados (es decir, una minoría de desahogados que es también la cofradía de los ahogadores) Si se hace un esfuerzo y se me perdona el grosso modo, aventuraré que estas minúsculas variantes se distribuyen geográficamente así: en el Lejano Oriente gusta el kitsch áureo; en el hemisferio americano y en África, el kitsch plástico y, en Europa, el kitsch pétreo –repito, muy grosso modo-.
Tres ejemplos de hasta dónde llega la metástasis de la basura occidental: 1) Walt Disney, una de las principales armas de destrucción cerebral masiva (WDMC, en inglés), dice que ha ingresado 52.465 millones de US$ en los últimos doce meses. 2) En España, la película “Ocho apellidos vascos” -un recuelo de los más groseros lugares comunes-, ha embrutecido a diez millones de espectadores y su coda catalana amenaza con duplicar el daño. 3) El estreno en diciembre de 2015 de la enésima versión de Star Wars ha sido el más productivo de la Historia (dicen) Deseo que la vida me ahorre la visión de ninguna de estas (llamémoslas) películas porque son peores que el Catoblepas: si éste mata al que le ve, esas pelis matan al que las ve y, después, a toda su descendencia. Por favor, boicoteemos Star Wars. Que otros borregos hematófagos paguen por contemplar cómo la herrumbre de los paladines de un Medioevo asexuado se transforma en carbonilla cuando los mendaces se hacinan en la alfombra de Simbad el marino -plástico y estrellas, chatarra sobre seda: los extremos unidos jamás serán vencidos-.
“Nuestro modo de vida” alcanza su apogeo en dos niveles: el deportivo y el religioso. Y decimos que con ambas actividades (pasividades más bien) llega Occidente a su cénit por entender que así le sobreviene su orgasmo, entendiendo éste en el sentido, tantas veces mencionado, de “muerte pequeña”. En efecto, en los estadios mueren el individuo y su racionalidad mientras que en las iglesias mueren las razones que sustentaron las primeras sociedades. Y, expresándolo según nuestro leit motiv: los ínfimos restos de civilización que subsisten en esos individuos irracionalizados que succionan deporte, son instrumentalizados por la religión para, yuxtaponiéndolos todos, zurcir un trasgo de extrema barbarie.
Centrándonos exclusivamente en los magnoseventos que hayan contoneado la actualidad parisino-universal y por orden de importancia mediática, comencemos con el fútbol, indiscutido paradigma del deporte:
a) En medio de los últimos atentados yihadistas, dióse en celebrar uno de esos rutinarios ‘partidos del siglo’, el enésimo Real Madrid-Barcelona. El gobierno español aprovechó la ocasión para abandonarse al vicio del striptease contoneándose en su desnudo integral preferido: el de sus ‘fuerzas y cuerpos de seguridad’. Pues bien: el ventajismo pornográfico de su exhibición queda ostentóreo (sic, estamos en el fútbol) si recordamos que en realidad no se enfrentaban dos empresas balompédicas sino los dos países ultra-islámicos que las patrocinan: Qatar y Emiratos. ¿En qué cabeza cabe que los yihadistas atentarían contra la mano que les da de comer?
b) La siempre instrumental Religión: puesto que es una actividad/pasividad esencialmente atemporal –el mercado de futuros salvíficos-, aquí es más difícil encontrar en la actualidad cotidiana referencias religiosas directas. Pero haberlos, haylos. Por ejemplo, el infame caso turco al que podríamos personalizar en la figura de su multifacético presidente Erdogan, el morito faldero de los EEUU, de profesión su islamismo (moderado, dicen los media occidentales) quien no pierde ocasión para mostrar su fé y la de su arrebujada esposa. Erdogan será muy devoto de Alá pero se besa y se acuesta con los herejes anglosajones y con los fundamentalistas sionistas. Por ello, la oligarquía turca es un buen ejemplo de que, para las élites, la religión es siempre instrumental. Ese Corán que Erdogan y su combo adoran a diario, dicta que matar es pecaminoso pero el gobierno turco no sólo asesina compulsivamente a kurdos e izquierdistas sino que, además, su servicio secreto (el Milli Istihbarat Teskilati, MIT, n. 1965) es un alumno aventajado de la CIA-NSA-MI6-Mossad-etc. en materia de guerra sucia. Y, consecuentemente, la comadrona y el principal padrino del ISIS.
Además del islam instrumentalizado, en este siglo dicen que laico ha habido varias guerras a las que nadie ha calificado como religiosas. Por ejemplo, el mayor genocidio de los últimos 30 años ocurrió en el Congo y nadie le llamó “la guerra del coltán” y menos aún “la guerra de los teléfonos inteligentes” aunque tales fueron las palabras clave de aquellas matanzas. Hubo también guerras parecidamente ‘arreligiosas’ como las de Ruanda, Yugoslavia o la antigua carnicería de Burundi, antigua pero hoy reverdecida porque a algunas ong’s les ha dado por jugar a los soldaditos.
Ahora bien, para equilibrar la irreligiosidad de algunas guerras contra nuestro-modo-de-vida, también se da el caso de alguna guerra cuyo carácter, claramente religioso, ha sido ocultado por los media. Ejemplo: las matanzas que los budistas birmanos perpetran contra los Rohingya musulmanes.
“Nuestro modo de vida” no termina en el deporte y/o la religión puesto que, evidentemente, hay más vida fuera de ellos que dentro. Léase, hay procesos vitales que entran en conflicto. Ejemplos, la vida verde ¿contra? la vida de los profesionales de la política. Veamos: los llamados ‘ecologistas’ suelen conocer la parte de la Historia Natural que les corresponde; al menos lo suficiente como para arrepentirse de haber simpatizado –de niños- con el Hombre cuando el capitán Ahab perseguía a Moby Dick. Sin embargo, los políticos orientalizantes desconocen los vericuetos de la Historia Oriental por lo que aplauden a Thomas Edward Lawrence (1888-1935, más conocido como ‘Lorenzo de Arabia’) por novelero, homosexual, motero y espía olvidando que, además de todas esas fruslerías, fue pieza fundamental –junto con Gertrude Bell- en la destrucción duradera de Oriente.
Sírvanos T.H. Lawrence como introducción al capítulo arqueológico-histórico. Mucho se ha propagandeado que los bárbaros yihadistas destrozan el inmemorial patrimonio de ‘la cuna de la Civilización’, esa que ahora ubican en Mesopotamia. Dejemos aparte que los yihadistas no son místicos anacoretas que desdeñan el mundo y sus riquezas sino guerreros -es decir, escuadrones organizados para prosperar a medida del botín-. Lo que destrozan a mandarriazos son réplicas o piezas menores cuyo hipotético precio no compensa los peligros inherentes a su transporte. Las joyas de verdad son contrabandeadas e introducidas en el jugoso mercado de esas antigüedades que siempre son ‘artísticas’ .
Obviamente, en este capítulo artístico-dinamitero, el ISIS no se comporta como un salvajito pelúo recién bajado del baobab sino que continúa la más pura tradición occidental sobre el saqueo. Por definición, bárbaros son los saqueadores y civilizados los que construyeron lo saqueado . Pero, ¿dónde dejamos a los receptadores? Ya es significativo que esa palabra no sea conocida y, sin embargo, no hay saqueo sin comprador del botín. Por ello, deberíamos conocer mejor a personajes como, por ejemplo, Ashton Hawkins, ex subdirector del MOMA de Nueva York y perista (receptador) principal de las obras saqueadas a Mesopotamia durante las invasiones que padece últimamente.
“¿Cuándo comienza la guerra contra el Califato?”
Respuesta: comenzó al mismo tiempo que comenzó su financiación externa –léase, saudita, sionista y euroamericana-. Pero los banqueros de la Muerte jamás reconocerán su papel en la ruptura de hostialidades puesto que, para ellos, la provocación siempre viene del Otro: ellos responden a través de carne de cañón ajena y escaramuzas proxy pero quede claro que nunca tienen la iniciativa porque son armónicos cristiano-mahométicos, pacifistas, adoradores del olivo, protectores de las palomas y olé.
Ahora bien, como cualquier otro proceso, las guerras tienen sus altibajos. Hoy estamos en un pico del ardor guerrero y la prueba más escandalosa es la inmediata y harto pornográfica alza de las Bolsas occidentales . Por ello, nadie quiere reanudar –ni siquiera recordar- aquella Alianza de Civilizaciones de la que tanto se rió el mundo cuando la firmaron Erdogan y Zapatero. ¿No quieren acordarse por motivos religiosos, estratégicos, políticos o por amor al pueblo kurdo? Pues no precisamente por esos motivos sino por otros más fútiles: nadie quiere –y los sionistas menos que nadie- que Erdogan impida el paso por territorio turco del petróleo que el ISIS vende a Israel… previa comisión y partija para el Turco y los servicios secretos de medio mundo, claro está. En estas circunstancias, es impensable que las potencias inventoras y promotoras de los Derechos Humanos le hagan cosquillas al Sultán o, sutilmente, le recomienden a un siquiatra para que le cure su obsesión asesina contra el Pueblo Kurdo.
Dicho lo cual, subrayemos que la guerra contra el Califato ha comenzado… sólo que simbólica y burocráticamente. Como corresponde a los protocolos que han de seguirse a la hora del gasto militar, la guerra ha comenzado con unas maniobras de la OTAN . Que de las maniobras se pase a mayores depende de otras muchas variables así que, mientras encaja el rompecabezas de todas ellas, habrá que esperar –sentados-.
Cabe destacar que algunos países limítrofes con la Musulmanía se han precipitado a desenfundar sus pistolitas. España, la primera. Que tanto ardor guerrero concite tristes recuerdos (remember las matanzas de Casablanca y de Atocha), no parece detener a los españolitos que más presumen de tener aliados occidentales con acento texano. De ahí que España se vanaglorie de estar en la primera línea de fuego y no le falta razón puesto que, en efecto, mantiene tropas destacadas en un mínimo de once países ubicados en tres continentes: Europa (en el narco-estado de Kosovo), Asia (Afganistán, Irak, Líbano y, en Turquía, el cuartel de Adana cercano a la frontera con Siria) y África (Malí, República Centroafricana, Somalia, Yibuti, Senegal y Gabón) Cuenten cuántos de estos países son islámicos total o parcialmente y, ya que no tienen nariz para oler el tufo de los moros bombardeados allende nuestras fronteras, notarán el olor a trenes retorcidos dentro de España.
Mientras tanto, los EEUU, felices en la distancia, vendiendo armas a güelfos y gibelinos, sin soldaditos envueltos en bolsas de plástico , viendo qué bien funcionan los palos en las ruedas que pone a su (supuesta) aliada Europa.
Otrosí, dicen que puede haber ataques del ISIS con “armas químicas o bacteriológicas”. Podría ser entre otras razones porque el Califato ya ha utilizado esa clase de armas ; pero como las utilizó y las sigue utilizando contra los rebeldes kurdos, los media occidentales no saben no contestan. Sin embargo, son los kurdos de la frontera turco/sirio/irakí, los revolucionarios de la famosa Rojava/Kobane, los únicos que se han enfrentado realmente al ISIS. Y no sólo a él sino a sus patrocinadores turcos, arábigos, sionistas y kurdos domesticados, especialmente los kurdo-irakíes de Masud Barzani. Hasta ahora, estas admirables guerrilleras –en un 40%, son señoras armadas- , no sólo han obstaculizado al ISIS la comercialización de su petróleo (desde el norte de Irak-Siria hasta el puerto turco de Ceyhan y de allí, a Israel; ver I Parte) sino que están construyendo una sociedad menos desigual en la mejor tradición de hacer la revolución para ganar la guerra. Revolucionarias emancipadas y armadas, autodeterminación de todo un pueblo, ayuda mutua… visto desde el Poder, ¿cabe pecado más nefando?
“¿Habrá cada día habrá más terrorismo?”
Respuesta: sin duda. Decretar que el terrorismo aumentará requiere alguna explicación de índole histórica o diacrónica puesto que estamos afirmando que, como en el amor verdadero, ‘hoy lo hay más que ayer pero menos que mañana’. Esta progresión –probablemente geométrica en el número de individuos proclives-, tiene dos causas concatenadas: la Desigualdad y la correlativa Desesperación.
Comencemos esbozando una cronología de la Desigualdad limitándonos a resumir las desigualdades en utillaje bélico y en situación de clase social que existen entre el ayer y el hoy:
a) Desigualdad en el material bélico ligero. Hace un siglo, los fusiles eran escasos y difíciles de fabricar. Hoy, dicen que hay 50 millones de AK-47 (cuerno’e chivo) rodando por el mundo pero, si a esa cifra sumamos las falsificaciones y las imitaciones tanto caseras como industriales, con la misma seriedad podríamos duplicarla, triplicarla, cuadruplicarla, etc. Igual ocurre con los explosivos; ayer, sólo había pólvora en una olla atiborrada de clavos; hoy, gracias al incremento en la obra pública, la dinamita es pedo de monja si la comparamos con las cargas plásticas. En cuanto a la fabricación casera de bombas y similares, basta un costal de fertilizante agrícola y unas instrucciones sacadas de internet.
Suficiente para concluir que, en efecto, el terrorismo crece gracias, en primer lugar, a que crecen algunas de las condiciones materiales básicas que necesita para multiplicarse –hasta Perogrullo lo entendería-. Ni siquiera hace falta añadir que los Estados cada día se cuidan menos de perfeccionar su propio terrorismo –infinitamente más frecuente y dañino que el terrorismo privado o de la oposición-. Y cada vez lo disimulan menos porque así consiguen que el contraataque de los ciudadanos –querámoslo o no, los yihadistas lo son- sea más precipitado y, por ende, más chapucero.
Para rematar nuestra tesis, apenas hace falta añadir otro ingrediente para hinchar la pompa del suflé terrorífico: el desorbitado aumento de guerras subitáneas –hoy, léanse Donbass, Yemen, Burundi- y de las rebeliones locales. El mundo entero está en guerra. Siempre lo ha estado pero ahora encontramos en los idólatras de Marte una aún más vulgar desfachatez que en el pasado. Aunque lo que más nos irrita es que esos pastores-verdugos que son los Estados pretenden equilibrar su insolencia con una empalagosa inflación de paz-flores-amor; lo cual, en definitiva, más que ‘equilibrar’ lo que hace es añadir el agravio a la injuria.
b) Desigualdad de clase. En estas notas, no vamos a discutir si ahora hay más desigualdad de clase que ayer. A simple vista, es fácil concluir que hoy estamos más controlados por el Poder que ayer pero la simple vista es engañosa si nos obsesionamos con saber si el abismo entre ricos y pobres se está agrandando o se está estrechando. Por ejemplo, si nos circunscribimos a lo económico-cuantitativo, la grandilocuencia de las cifras nos puede confundir: que Fulanismith o Menganov tengan tantísimos millones, ¿significa que se han distanciado de la plebe más de lo que estuvieron los Vanderbilt o los Romanov? No nos atreveríamos a dictaminarlo.
Horros de datos objetivos que nos guíen en esta tesitura (influencia político-cultural, herencia, duración del capital, diferencias no bursátiles entre capitales, etc.), tenemos sin embargo un espacio público en el que se notan con nitidez las diferencias entre las clases sociales: nos referimos al campo del consumo o, más exactamente, al campo de la publicidad.
Si entendemos a los reyes como paradigma de la riqueza –no digamos del Poder-, es obvio que la plebe de ayer no tenía mucha información sobre el patrimonio real. Sin embargo, hoy son los reyes los que se empeñan en repasarnos sus caudales por delante de nuestras narices: es lo que llamamos publicidad. Y nos abofetean con sus tesoros no sólo por puro sadismo –que también- sino porque, como se ha demostrado hasta el aburrimiento, el escaparate, la vitrina y las lucecitas de los anuncios, constituyen una de las principales armas del capitalismo. Es decir, a diferencia del ayer, ahora los pobretones tienen toda la riqueza del mundo ante sus ojos y durante todas las horas de sus vidas. La quieran ver o no. ¿Puede extrañarnos que los desheredados perciban –con razón o sin ella-, que les están sometiendo a un permanente agravio comparativo?
Corolario: no sabríamos decir si las clases sociales están entre sí más distantes o más próximas que en el siglo XX o en el Medioevo pero estamos seguros de que, gracias al caramelo envenenado de la publicidad, la percepción de las clases pobres es que jamás llegarán a disfrutar de la opulencia de la otra clase. Y tienen razón puesto que, en efecto, nunca rozarán siquiera esos enormes lujos que les restriegan continuamente por sus caras.
Si sumamos las crecientes desigualdades de utillaje mortífero y de percepción de la riqueza ajena (parágrafos a+b) que encontramos entre el pasado y el presente, concluimos que la suma de ambas conduce vertiginosamente a la Desesperación. Quizá no haya mayor desesperación que hundirse en la droga dura de la religión y de sus sacerdotes. O quizá sí la haya: hundirse en la droga, aún más dura, de las armas. Sea como sea, ¿qué más se necesita para hacer crecer el terrorismo privado -sea religioso o utilice cualquier otra justificación- y, como inevitable prerrequisito y correlato, el terrorismo público intrínseco al Estado? .
“Internet es muy importante”
Hace muchos años, en algunas autopistas de Los Angeles (California), ví unos enormes cartelones de propaganda de la policía local (LAPD) Es posible que no todos fueran exactamente iguales pero, tanto si lo eran como si no, igualitos me parecieron porque en todos ellos las calles de la ciudad estaban vacías… salvo por la presencia de un coche patrulla. El mensaje de las Fuerzas del Orden no podía ser más claro: “Quédense todos en sus casas y déjenme las calles para mí”. En otras palabras: “No pretendan utilizar los espacios comunes porque no los hay. Yo, LAPD, he privatizado todo; la ciudad es mía.” Por esas mismas fechas, uno de los personajes más dañinos de la historia contemporánea española, el verdugo de Vitoria (03.III.1976), el muy fascista ministro Fraga Iribarne había vociferado lo mismo: “¡La calle es mía!”.
Pues bien: LAPD y Fraga lo han conseguido, las calles son suyas. El personal, o bien está recluido en sus casas o bien camina zombificado por las pantallitas de bolsillo; en cualquier caso, la ciudadanía está encadenada a las pantallas, sean éstas pequeñas o minúsculas. De ahí a deducir que internet es muy importante a la hora de empujar a los yihadistas a la acción criminal parece que sólo hay un paso. Pues no, queridos feligreses Nos creemos que siendo desigualmente ciertos el primero y el último eslabón, desdeñar los eslabones intermedios sería un grave error.
Es cierto el primer eslabón; de hecho, es un axioma pues no necesita demostración constatar que el mundo entero está pantallizado o cibernetizado. Mientras, el último eslabón necesitaría superar algunas pruebas imposibles de materializar puesto que es dificilísimo constatar que los yihadistas fueron empujados por internet; ni siquiera sería fácil demostrar que pasaban muchas horas en internet pues siempre cabría la posibilidad de que fueran otros -o, más probablemente, otras- quienes navegaran suplantando sus nombres en la más pura tradición pirata de bandera con calavera. Aun así, vamos a concedernos una suspensión temporal de nuestra incredulidad constitutiva y vamos a creer que, en efecto, los terroristas de París estaban prendados de internet. Vale, ¿y quién no?
Los eslabones intermedios son los verdaderamente significativos; lástima que, como hay muchos e incluso tantos como queramos, nos surjan muchísimos significados. Haciendo el cuento corto: es significativo el entorno (banlieu, marginación, religión, huidas, derrotas, historia de las diásporas moras, etc.) pero también es significativa la personalidad de cada yihadista (es decir, su historia personal) Mientras no evaluemos todo ello, decir que “internet es muy importante en el reclutamiento de los yihadistas” es como decir que la ley de la gravedad afecta más a los gordos que a los flacos: una solemne banalidad.
Internet será muy importante o no lo será… pero el dinero contante y sonante lo es definitivamente. Por ello, para resaltar el contraste entre los bytes y los dollares, conviene ubicar en este parágrafo –y no en el anterior- el coste material del terrorismo: según una consultora cuyos cálculos valen lo mismo que los cálculos que hacen todas esas empresas –lo que queramos pagar por ellos-, el Institute for Economics and Peace (IEP), los daños y perjuicios causados por el terrorismo supusieron, en el año 2014, la jugosa cantidad de 49.000 millones de euros y estamos hablando solamente de costes directos . Una sangría, un despilfarro, un desastre pensarán algunas almas cándidas… Ahora bien, ¿un desastre?, ¿se pueden usar los términos “daños y perjuicios” cuando hablamos de toda la economía? Yendo por partes: un atentado destructor supondrá una pérdida para las compañías aseguradoras pero, ¿y si resulta que esas mismas compañías controlan las empresas reconstructoras?, ¿no ocurrirá, en tal caso, que el dinero gira y gira y acaba volviendo a las mismas manos? Es talmente lo que ocurre desde que el PIB, la riqueza de un país –olvidemos las desigualdades-, incluye la construcción y la destrucción, lo positivo y lo negativo. Cuando el gasto de unos se convierte en el ingreso de otros, calificar como pérdida los “costes” del terrorismo es pura demagogia encaminada a justificar el aumento del gasto policíaco y, de paso, a minimizar la verdadera y unívoca pérdida: la destrucción de las libertades cívicas.
Coda: el civismo y el barbarismo
Volvamos al origen: Civilización y barbarie… famosa expresión de la cual se dice que fue popularizada contemporáneamente por el milico argentino D.F. Sarmiento quien la publicó en 1845 cuando tenía sólo 34 años; o sea, mientras se enfangaba en la barbarie del genocida pseudo-intelectual que realmente fue .
¿Cómo distinguiríamos a un civilizado de un bárbaro? Otrosí, en nuestro caso de occidentales ilustrados, ¿es más frecuente que nos encontremos con los primeros o con los segundos? Cualquier antropólogo respondería que, de su trato con los salvajes, ha llegado a la conclusión de que sus compatriotas son infinitamente más bárbaros que los salvajes pero eso sería ampararse en la evidencia de que Occidente ha exterminado a medio mundo y no al revés. Por nuestra parte queremos superar las aproximaciones cuantitativas, por mucho que justamente pesen en la Historia y en la Lógica.
Nuestra manera de diferenciar al civilizado del bárbaro es evaluar el comportamiento de ambos segmentos según su grado de aceptación/repulsa del Poder. Nuestra regla es sencilla: a mayor aceptación del Poder, menor civilización. Por ello, bárbaros en el supremo grado bestial son aquellos moros y/o los cristianos que reverencian a la Potencia Hegemónica –hoy, los EEUU-; y, al revés, civilizados son aquellos que rechazan toda hegemonía, máxime si ésta es personal cual sucede con la monarquía. De ahí que la cúspide de la Civilización esté ocupada por los regicidas; y, en el plano intelectual, por los sabios que han defendido el tiranicidio .
Sin embargo y contra toda buena lógica, los regicidas tienen mala fama. Ejemplo: en 1649, Oliver Cromwell ordenó ejecutar públicamente al rey Carlos I. Pasados más de tres siglos y medio, la Historia Sagrada sigue caracterizando a este precursor de la modernidad como un dictador, un puritano, un desalmado y un enorme etcétera de tergiversaciones. Cromwell no fue ningún virtuoso héroe civil pero su regicidio lo compensa todo. Más o menos, lo mismo les sucede a los regicidas de la Revolución francesa.
El pueblo parisino fue civilizado, humano y valeroso cuando limpió Versalles de la inmundicia hereditaria; lo volvió a ser cuando resistió en La Commune y también cuando lo rememoró en las barricadas del mayo 68. Pero, en el otoño de 2015, este mismo pueblo ha huido despavorido agarrotado por el mismo pánico que atenazó al pueblo neoyorkino cuando le tumbaron las Torres Gemelas. Conclusión: París se ha rendido a la barbarie hegemónica. Sólo se salvará a sí misma cuando consiga re-humanizarse y eso sólo ocurrirá cuando rechacé al Poder… civilizadamente.