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Otro viaje al extranjero. El tercero del año. Y sólo voy por la mitad, quizá menos. Justo en el momento en el que más estoy alzando mi voz para denunciar la insostenibilidad de nuestro sistema basado en el derroche de la energía barata y el consumo de masa cojo un avión y me planto en Viena, tres días, cuatro noches, con la mayor parte de mi grupo de investigación. La ocasión lo requiere: se celebra la Asamblea Anual de la Unión Geofísica Europea, un macrocongreso que cada año congrega a más de 10.000 especialistas del mundo entero, aunque en su mayoría sean europeos. Nosotros teníamos bastantes cosas que presentar en el gran escaparate de la geociencia europea, y además habíamos preparado una reunión específica junto con otros especialistas del continente para discutir el presente y el futuro de nuestro campo de trabajo en particular. Tres días intensos, por lo tanto. También, cómo no, para preparar con los colegas de más allá de las fronteras posibles colaboraciones, propuestas de proyectos conjuntos para conseguir financiación de instancias europeas y ya puestos, cuando el tiempo lo permite, hablar un poco de ciencia.
Desde el punto vista científico el congreso no ha ido nada mal (hablo en pasado porque para mi, aunque aún estoy en Viena, el congreso ya ha terminado). Hemos hablado de buena ciencia, hemos sentado la base para nuevas colaboraciones e intensificado las antiguas, y hemos visto nuevas posibilidades de financiación en Europa, cosa importante ahora que los fondos que podremos recibir en casa se van a reducir. Yo había querido apretar un poco más, sacar unos resultados espectaculares de última hora para dar el campanazo, el golpe de efecto, pero al final no hemos podido generarlos a tiempo a pesar del tesón y la abnegación del equipo (gracias Justino sobre todo, y también Caro por tu asesoramiento, si alguna vez llegáis a leer esto). En realidad no importa: acabaremos los resultados, los enviaremos a nuestros colegas por e-mail, los discutiremos. Ventajas de la época globalizada a nivel de comunicaciones en la que aún vivimos.
Lo interesante, una vez más, es lo que pasa en el contorno, en los alrededores. Son esas pequeñas fracturas de la apariencia de normalidad por las que poco a poco se va filtrando la tragedia de nuestro tiempo, un tiempo de liquidación y cierre, un lapso cenital.
Austria, a pesar de todo, vive en una burbuja de bienestar. A pesar de lo pequeño del país y de carecer casi de recursos naturales para la explotación en masa, aún retiene cierta actividad fabril y sobre todo un elevado nivel de servicios de los que se dicen “de alto valor añadido”, muchos de ellos, financieros: Austria es la cabeza de puente hacia el este de Europa, lo que no es de extrañar: para alguien que vive en la Europa Occidental como yo resulta chocante ir por la autopista y ver direcciones como Brastislava, Estambul, Kiev o Moscú, y ver anotaciones quilométricas no completamente quiméricas. La situación en Austria, por tanto, es de un cierto y cómodo bienestar. Bienestar amenazado por las tendencias hacia la contención fiscal como las que preconiza este informe de la OCDE, pero se nota en la calle cierta relajación y un alto grado de civilidad: la gente no se cuela en un metro para el acceso al cual no hay torniquetes, las personas esperan pacientemente a que el semáforo se ponga en verde aunque no haya un coche que venga en centenares de metros (ayer creo que me señalé bastante cuando crucé una calle “a la latina”), la gente habla en voz baja y se respeta, todo el mundo te sonríe y te atiende amablemente.
Y, como digo, incluso en esta burbuja de bienestar se perciben pequeñas grietas, pequeños desajustes.
Es esa noticia que dan en el telediario local de gente que reposta en las gasolineras y después se va a toda prisa sin pagar, para general estupefacción de las gentes de un país tan educado y correcto. Son esos anuncios en los que denuncian el despilfarro en la compra del EuroFighter y en grandes obras locales y luego lo contraponen a recortes en la Sanidad (el anuncio es de un seguro privado y aprovecha para venderse). Son esas joyerías en pleno centro que, acostumbradas a vender a precios de cuatro cifras no reciben ya la visita ni del revisor del gas y ponen su mercancía a la venta con rebajas del 50% (¡y aún así siguen en las cuatro cifras!). Es, en suma, esa Austria donde el temor al futuro crece y con él la xenofobia, el nacionalismo y el populismo.
Hace cuatro años, la última vez que estuve en Viena, la ciudad estaba en obras. Cuando he vuelto aún había numerosas obras por toda la ciudad. Durante días he pasado por los complicados desvíos, en medio de todas las verjas de la obra, que tenía que hacer para llegar al metro desde mi hotel, y siempre me parecía que había algo raro, pero no sabía qué. Y hoy, mientras salía para ir a cenar con mis compañeros y he pasado una vez más entre la maraña de obras de Südtiroler Platz, de repente me he dado cuenta de qué pasaba. No he visto en toda la semana un operario trabajando. De hecho, no hay máquinas. De hecho, ni siquiera hay material (y no creo que sea aquí por temor a que se lo roben), sólo he visto un palé vacío, y el resto despejado: nada de restos de material.
De hecho, en una parte no asfaltada ha crecido mucha hierba, que tiene pinta de llevar meses ahí sin que nadie la pise. Y me ha reafirmado mi impresión la cantidad de dientes de león intactos que he encontrado en una zona más resguardada del viento.
Y es que parece que la austeridad obligatoria ha llegado a Viena. Ya no se construye las cosas como antes, y todas las obras de mejora de circulación viaria que se estaban emprendiendo en Südtiroler Platz están paradas, haciendo en realidad más difícil la circulación.
Volviendo de la animada cena, repaso algunos momentos importantes de estos días, y de repente me acuerdo de una curiosa y por momentos surrealista conversación con un colega norteamericano. Comenzamos hablando de ciencia, después enfatizamos el interés de una política de apoyo mutuo por las dificultades para mantener nuestras líneas de trabajo y de ahí casi naturalmente empezamos a hablar de las dificultades económicas. Ahí el americano me dijo: “Ah, nosotros sí que tenemos recortes, no como Vds.” y yo: “Pero qué dices, nosotros estamos fatal”. El americano (extrañado): “¿Ah, sí? ¿Peor que nosotros? Nosotros estamos fatal, nos están recortando de una manera vital, no nos llega para pagar a mucha gente”. Y yo: “Pues nosotros estamos prácticamente en situación de bancarrota; vamos, que por que España es too big to fail, que si no ya estaríamos quebrados”. Extrañeza de los dos delante de las palabras del otro. Recuerdo también encontrarme en los pasillos con el ceño fruncido de esa colega de una importante institución oceanográfica europea, tras saber que la dirección de su instituto ha decidido que tienen que hacer nuevos sacrificios, y eso después de haber sufrido un ERE del 25% de la plantilla hace un mes…
Sigo caminando por las mortecinas calles (oscuras para un estándar español: en España se ponen unas luminarias brutales, en tanto que en Europa se es mucho más comedido, desde siempre). Viene a mi mente la carta del presidente del CSIC dirigida a todos los investigadores de la institución (o sea, a mí también) que he leído justo antes de salir. El presidente nos anuncia que, de acuerdo con el proyecto de Presupuestos Generales del Estado (PGE), nos sobreviene un recorte brutal en la asignación del Estado al CSIC. Hace unos días se publicitaba que el recorte del presupuesto del CSIC sería pequeña, de sólo un 3%, lo que se consideraba normal después de haber sufrido un recorte de más del 30% en dos años. Pero lo que ahora hemos sabido es que el presupuesto baja poco, pero la parte del presupuesto que viene directamente del Estado baja bastante (yo diría que un poco menos del 20%), mientras que los PGE asumen que aumentaremos mucho el dinero que ganaremos con proyectos conseguidos en convocatorias competitivas y en contratos. El desfase entre los gastos corrientes y la asignación directa del Estado es de 173 millones de euros, y el presidente del CSIC nos conmina a ser austeros y eficientes, de caras a evitar tanto como sea posible que los Recursos Humanos se vean afectados. Yo he hecho cuatro números y las cifras no me salen, y eso sin tener en cuenta que las empresas invierten cada vez menos en I+D…
Tengo ganas de volver al hotel, tengo ganas de coger mañana ya el avión y volver a casa. La bolsa española no acaba de ir bien; de hecho, va de mal en peor, y ya sabemos que si el Ibex se va de forma persistente por debajo de los 6000 puntos podemos sufrir graves consecuencias. Recuerdo que hace unos meses Austria fue reticente a financiar el plan de rescate de Grecia. Seguramente les pudo el miedo a verse arrastrados por la caída del país heleno. Es el vértigo ante el abismo. Que pasaría si España también lo necesitara… Too big to fail…
Es hora ya de volver a casa.