LA TELA DE ARAÑA.

Cualquier politólogo sabe distinguir perfectamente entre sistemas de partidos, regímenes políticos, cultura política y comportamiento electoral. Hay vinculos que no pasan desapercibidos y aunque en la mayoría de los casos hablamos de tipos ideales, tal y como los describió Max Weber, no cabe duda de que las teorías tienen su origen en la observación empírica de todo aquello que ocurre a nuestro alrededor.

El propio Weber nos dice que toda organización tiene como objetivo consolidarse y expandirse. Además tiene que configurar un pequeño grupo de personas que detenten el poder, una oligarquia que tiende a la permanencia de la organización y al desarrollo de intereses que no necesariamente tienen que ver con los fines de la organización, pues toda organización genera intereses que no son propios de los militantes sino de quienes las dirigen.

En España como en el resto de los regímenes democráticos, los partidos son organizaciones estables, extendidas territorialmente con una ideología y un programa que pretenden conquistar el poder político para tomar decisiones y aplicarlas, normalmente concurriendo con el apoyo de la población.

Pero los partidos políticos españoles han pasado de ser organizaciones bisagras entre el Estado y la sociedad a realizar unas funciones de absorción de la sociedad, secuestrando el debate que se debería producir en la sociedad, de abajo hacia arriba, para retenerlo, tramitarlo y gestionarlo en base a sus intereses particulares, de modo que todo aquello que debería fluir de la sociedad y ser captado por los partidos políticos para incluirlo en el proceso de tomas de decisiones es ignorado, no es canalizado porque no existen esos canales de comunicación entre sociedad y los instrumentos intermedios que son los partidos y, por tanto, no es articulado, lo cual conduce irremediablemente al distanciamiento y a la desafección. No integran el debate que se produce en la opinión pública y no pueden integrar las soluciones en forma de políticas públicas.

El debate es exclusivo de los partidos hasta el punto que al ciudadano le acaba produciendo un hartazgo monumental cuando considera que las prioridades de los partidos no son las de la sociedad. Pero el fenómeno es aún más dañino cuando esos partidos han creado una constelación de organizaciones satélites que han penetrado en la sociedad, no para atender al individuo, sino como órganos de captación del núcleo central que son los partidos políticos. Estas organizaciones satélites propician un debate virtual que sólo tiene como objetivo la integración y la busqueda del voto, y la propia ideología partidista es el arma de división en facciones, arma que les garantiza el mantenimiento en el estrato político.

Una sociedad movida por los hilos de los partidos es propia de regímenes totalitarios donde el debate y las prioridades se imponen desde el aparato de poder, todo lo contrario de lo que ocurre con los regímenes democráticos donde el poder debe someterse a la opinión pública porque la opinión pública es la que se ve afectada por las decisiones políticas y por tanto sobre la que recae el peso de las mismas y es el mejor banco de pruebas para saber si estas son eficaces o no. Todas las decisiones recaen sobre los ciudadanos y ellos han de hacer saber al gobierno la utilidad de las mismas, la opinión pública introduce luz y es el caldo de cultivo de la representación ciudadana, introduce el debate y la expresión, evita que haya zonas oscuras. Por tanto, la sociedad mediante la opinión pública ha de acabar de una vez por todas con éstas limitaciones y restricciones impuestas desde los partidos políticos que, con la complicidad de las corporaciones de medios de comunicación son los que marcan la agenda y la notoriedad de los asuntos. Esta inmensa tela de araña que hoy es el sistema que nos tiene secuestrados ha de ser eliminado porque las opiniones de la gente son inexcrutables, se forman en un discurso abierto, público, libre etc… y donde no hay esto no hay democracia. Recuperar la auténtica democracia pasa por romper la tela de araña.

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