[Colaboración de Diego Hidalgo]
El acuerdo con Turquía y la expulsión de los refugiados no parece que se deba al número de refugiados que tendría que acoger la Unión Europea. No parece un problema económico tan grave como para justificar estas medidas vergonzosas. Muchos apuntan a una cuestión de posicionamiento político, de opinión pública, de lograr votos o apropiarse de un discurso de la extrema derecha que gana votos… Y temo que se trate de construir sentido hegemónico identitario en esos márgenes donde aún las élites pueden convencer de que la solución a los problemas de Europa no pasa por acabar de una vez con sus privilegios y construir la democracia. Las expulsiones parecen un acto para respaldar y fomentar una lógica política perversa: el odio a “otro”.
Fomentar las políticas del odio al otro puede lograr apoyos de muchos que, aunque estén en contra de las políticas que están llevando los gobernantes, pueden pasar eso por alto si estos gobernantes se presentan como defensores de identidades nacionalistas atacadas. Las políticas del odio sirven para centrar la atención general en los más débiles ante el deterioro de los derechos de la mayoría para el beneficio de los más poderosos.
Los problemas de Europa no hacen más que crecer. La destrucción de derechos de los europeos y de las instituciones que antes nos hicieron sentir orgullosos parece no tener fin. La desigualdad no dejará de crecer por las políticas de desigualdad (llamadas de austeridad) que funcionan como una espiral creciente político-económica. Cada vez hay más poder para hacer mayores y maś duras políticas de desigualdad, y cada vez hay más necesidad de políticas de desigualdad, puesto que el control de los recursos por las élites es tan alto e ilimitado que si no se le aumentan los beneficios no permiten el uso de los recursos para que la economía pueda subsistir a duras penas.
Ante la innegable destrucción de derechos, es preciso un nuevo marco que explique dónde estamos, un sentido común que facilite una razón o unos culpables, un posicionamiento ante esta crisis y una forma de actuar ante ella. Un marco así es identitario. No se trata de una explicación racional, sino de un nuevo esquema de valores e identidades.
Y hay una gran lucha por establecer este marco. Esta lucha es la que está derivando, desde el bando de los privilegiados, hacia un marco de políticas de odio para mantener ocultos la sangría que provocan sus privilegios.
Desde el principio de la crisis, rápidamente se entendió que la explicación a la destrucción de derechos que sufrimos tiene que ver con la especulación financiera desatada, con los privilegios de las élites político-financieras y la desigualdad que han extendido potenciando estos privilegios.
Para salir de la crisis, muchos defendieron valores como el trabajo o la solidaridad para la satisfacción de las necesidades humanas, y reclamaron abandonar el valor de la especulación y la inversión, de la riqueza por la riqueza. Creo que algo así era y sigue siendo el camino del 15M (para mí aún sigue vigente), y esas son algunas de las bases de esa identidad colectiva de “los de abajo”.
También desde el estallido de la crisis (o mejor, desde el desenmascaramiento de la crisis), las élites político-financieras empezaron una huida hacia adelante para mantener a cualquier costo sus privilegios y el esquema económico existente inyectándole dinero y recursos para mantenerlo vivo artificialmente, y una huida hacia adelante para extender un sentido común en la población sobre las causas de su pérdida de derechos que oculte cómo se están beneficiando de tal destrucción para mantener con vida sus posiciones privilegiadas.
Ambas huidas son hacia el abismo.
Las élites político-financieras han apoyado y apoyarán cualquier marco que mantenga intacta la defensa de sus privilegios y desigualdad e incluso llegarán a apoyar la política del odio al otro. Ya pasó, esa fue la forma en que se asfaltó el camino de los fascismo en el siglo pasado.
Mantener la desigualdad requiere de este trabajo de construcción de sentido. La desigualdad no se mantiene porque sí. Se necesita que los perjudicados, de alguna manera, la asuman, algunos la acepten, y algunos incluso la defiendan. Como explicó Rousseau en su mítico Discurso sobre el origen de las desigualdades, se necesita convencer a los perjudicados de que la defensa de los privilegios es la defensa del bien de todos (como ejemplo, de ahí el famoso sentido de “demasiado grandes para caer”, para convencer de que todos debíamos sacrificarnos para rescatar a ciertos bancos y empresas porque si caían sería un gran mal para todos).
Esta percepción del “bien de todos” no se trata de una conclusión “racional”, sino que depende de un marco identitario. Para defender la desigualdad se precisa extender un sentido común que articule una comunión entre los privilegiados y los explotados o una parte de ellos, en donde las expectativas o el bienestar de los explotados dependa o reciba algunas mejoras en su situación por el beneficio de los privilegiados, su éxito y posición.
Creo que esto se consiguió durante mucho tiempo con la identidad de la clase media, y los discursos sobre la inversión como bien colectivo y la idea de que la empresa “da trabajo” al trabajador… Pero ya la destrucción de los derechos y expectativas de futuro de la mayoría es tan grande que este marco identitario ha quedado sobrepasado.
Lo esencial que tenía el estado del bienestar era futuro. Nunca fue tan bueno su presente como su futuro. Los que han vivido el Estado del Bienestar o sus alrededores (llamemos así a lo que se implantó en el Estado Español), vivían con un mañana prometedor delante, sabiendo que cuando se jubilaran tendrían una buena jubilación, pensando en que cuando lo necesitasen serían atendidos en un centro sanitario excelente, esperanzados de que sus hijos tendrían un futuro mejor. La extensión del bien de la esperanza fue una de las grandes conquistas del estado del bienestar generalizado y los derechos humanos. Su contrario, este Estado de la desigualdad para el privilegio del crédito y la especulación financierai, precisamente se ha cebado en destruir el futuro.
Si algo sentimos los jóvenes actualmente es que no tenemos futuro. No es en vano que uno de los principales impulsores del 15M se llama Juventud Sin Futuro. Creo que esto explica bastante por qué los viejos partidos se sostienen hoy día por los votantes de mayor edad. Muchos dicen que no comprenden por qué los más jóvenes hemos retirado el apoyo a estos partidos (y en general al sistema del que son un elemento clave), mientras no dejan de hablar de lo bien que lo hicieron en el pasado, olvidando que su pasado estaba hecho de ilusión por el futuro, el mismo futuro que nosotros vemos hoy frustrado. ¿Cómo explicarles lo que significa sentir que te han destruido el futuro, la esperanza, que ya no podemos encontrar en esos viejos partidos. Aquellas identidades ilusionadas del Estado del Bienestar son imposibles para una generación que tiene que definirse cuyos jóvenes tienen que definirse como juventud sin futuro.
El anterior marco identitario ha quedado inservible. Brevemente ha sido sustituido por un discurso patriótico o del destino común nacional, que hablaba de sacrificio común para un futuro mejor colectivo. Las políticas de austeridad se escudan en estos discursos.
No creo que esta estrategia de discurso de mucho de sí. Es un insulto a la inteligencia hablar de políticas de austeridad cuando se regalan millones a los bancos y se avalan sus operaciones especulativas con dinero público, se rescatan a las grandes empresas o se triplica la deuda, y se da amnistía fiscal… No son políticas de austeridad, sino de desigualdad. No es austeridad cuando se triplica la deuda para regalar privilegios a una minoría, mientras se destruyen los derechos de la mayoría con excusas. El neoliberalismo siempre gana, como explica Lakoff, porque quien se le opone acepta y usa sus palabras. No son políticas de austeridad, sino de desigualdad.
Ante los inaceptables niveles de desigualdad actuales, parece que el único marco identitario capaz de unir a los privilegiados y a una parte de los sacrificados por la política de desigualdad es el miedo o el odio al “otro”. Dicen que nada une tanto como un enemigo común.
No creo que ya les quede ningún otro discurso tras el que esconderse. No tengo claro si las élites ofrecen este marco de explicación o lo aceptan por ser el más fácil de los que están a su alcance, que no cargue las culpas en sus privilegios. Supongo que es un poco de ambas cosas.
Pero desde luego, en esa huida hacia adelante hasta el abismo, realizan gestos, declaraciones y políticas que sustentan estas visiones xenófobas. Y esta es la única explicación que le podemos encontrar al crimen de las expulsiones de los refugiados: es una máscara a la realidad europea, un escondite para los culpables, un guiño y un apoyo a todos los que miran afuera en lugar de mirar para arriba.
El crimen de las expulsiones de refugiados es más aterrador de lo que parece a primera vista, porque no creo que sea tanto un crimen por odio, hecho por personas llenas de miedo e ira; sino un crimen para odiar y dar vía libre a la vieja máscara política del odio al otro, un crimen hecho por nuestros líderes en frío, por puro cálculo político irresponsable e inhumano.