La democracia ecuatoriana se ha convertido en un juego de marketing político inmerso en un modelo de sociedad basada en el espectáculo. En la actualidad asistimos a un carnavalesco desfile de acusaciones de fraude electoral y corrupciones, a la par de una amplia oferta de promesas electorales irrealizables dada la situación económica en la que se encuentra nuestro país.
Con un Consejo Nacional Electoral -teórico organismo rector de la democracia- deslegitimado por su deplorable actuación, han quedado cuestionados el sentido más profundo de una sociedad políticamente plural y nuestro derecho a la libre elección.
Estamos inmersos en un conflicto entre élites políticas y económicas, donde el deseo de transformación y cambio existente en nuestra sociedad ha pasado a un segundo plano. Quedan cercenados los anhelos de transformación de las mayorías afectadas por la actual crisis económica, y el peso de las medidas para la salida de dicha crisis recae sobre los hombros de las y los de abajo.
En estos días vemos cómo ni siquiera se están cumpliendo las más mínimas reglas formales del juego electoral. Estamos ante un modelo institucional viciado desde el comienzo: con normas antidemocráticas, jueces parcializados, organismos de control cooptados por el gobierno, partidos que carecen de procesos democráticos para elegir a sus candidatos, medios de comunicación que suministran información tendenciosa por ambos lados, encuestadoras vinculadas a intereses políticos, una inmensa contaminación por corrupción de la gestión pública, impunidad en las más altas esferas de poder, una dialéctica confrontativa entre las diferentes tiendas políticas y una escasa capacidad de propuestas políticas alternativas a la realidad existente.
Asistimos a una campaña electoral en negativo, instalada sobre la base del temor y miedo de los unos a los otros y viceversa. En resumen, ha primado la disputa entre las élites en desmedro de las y los que componemos el común de la sociedad ecuatoriana.
“Estamos ante un modelo institucional viciado desde el comienzo: con normas antidemocráticas, jueces parcializados, organismos de control cooptados por el gobierno, partidos que carecen de procesos democráticos para elegir a sus candidatos…”
Esta disputa entre castas busca generar una espacio binario de lucha por el poder entre el actual gobierno y una oposición del más rancio estilo, dejando fuera a la amplia diversidad de voces que componen nuestra sociedad y que buscan encontrar caminos alternativos que solucionen de forma real los problemas existentes. Es un enfrentamiento entre los de arriba, entre polos de poder que están alejados de nuestros problemas cotidianos, entre un régimen que pretende mantenerse gobernando a pesar de que ha despilfarrado la posibilidad de transformar este país, y una serie de opciones políticas antagonistas que a la postre no representan más que el retorno de un modelo caduco que ya gobernó y que corresponde al pasado. Un conflicto de representación entre el fracaso presente y el fracaso pasado.
No encontramos organizaciones que representen las aspiraciones profundas de cambio. La corrupción más obscena y el saqueo descarado a las arcas públicas por parte de los políticos del régimen y las élites económicas han adquirido un carácter epidémico. Todos los partidos garantes del status quo han mostrado una notable incapacidad para generar alternativas a esta crisis. No es casualidad que tras las dos opciones políticas que disputan esta segunda vuelta electoral, la tercera fuerza en estas elecciones haya sido el ausentismo electoral pese a la obligatoriedad del voto, a lo que hay que sumar además el 10% de votos blancos y nulos. La institucionalidad se cae a pedazos, el país entró en una crisis de representatividad política y las restantes fuerzas políticas que no forman parte ya de la actual disputa electoral yacen moribundas sin capacidad de renovación y adaptación al mundo actual. Discursos políticos caducos, candidatos débiles, propuestas políticas del pasado siglo y un enorme contingente de asesores nacionales y extranjeros especializados en publicidad y marketing han intentando suplir, con escaso éxito, la falta de credibilidad del sistema político partidista.
Todas estas élites políticas carecen de opinión autorizada y legitimidad social para representarnos. Han limitado el espacio de la política a una disputa en pro de un modelo de dominación que es precisamente lo que deberíamos tratar de destruir. Lo que llaman democracia, hace tiempo que dejó de ser lo que realmente significa, y quienes se autodenominan nuestros representantes se han convertido en una maquinaria que apenas postula por situarse en estructuras de poder. Se ha vaciado la política de sentido, mostrándose el actual régimen de partidos como una herramienta incapaz de construir visiones creíbles de otro modelo de sociedad más justo, más libre, más colaborativo y equitativo para nuestro país.
Ante esto es la inteligencia colectiva y los saberes puestos en común por parte de la ciudadanía lo que se convierte en la única vía alternativa que le queda a nuestra sociedad. En el momento actual, es responsabilidad de la sociedad – ya sin supuestos representantes y también sin invitación previa para ello-, accionar de forma activa, directa y colectiva en aras a recuperar la esperanza y que está se articule constructivamente de forma diferente.
Es urgente construir una alternativa que supere los juegos de poder de dominación a la que nos vemos expuestos. Esta vez no vamos a dejarnos posicionar en un callejón sin salida ante el cual nos vemos obligados a elegir entre lo menos malo de los males. En estos momentos es el pueblo quien debe tomar el poder político y económico en sus manos, participando de forma directa en la invención, creación y construcción de alternativas sociales y económicas a la triste realidad instaurada en nuestra sociedad con la complicidad, por acción u omisión, del conjunto de actores políticos actualmente existentes.
Fotografía de Nicolas Raymond