En los artículos precedentes he tratado de señalar las consecuencias que un régimen político inmoral produce en todos los órdenes de la vida pública, y aun privada, cuando actúa sobre una sociedad política y culturalmente tan precaria como la española. Y no solamente en el orden práctico, sino también en el de la conciencia ética de los individuos, cuya capacidad de distinguir entre el bien y el mal resulta dañada.
Me he referido en particular al régimen político de la Transición, vigente desde hace 35 años en nuestro país. Sin embargo, es bien cierto que los males políticos que explican la bancarrota del régimen monárquico del 78, tienen un origen secular.
A quien desee ahondar en las causas del desastre español, recomiendo encarecidamente un libro excelente y muy entretenido, titulado Retrato de un hombre libre, de Agustín García Simón, donde, de forma sintética y muy expresivamente, se rastrean las causas del fracaso de nuestra convivencia y, más en concreto, una de ellas, «el universal particularismo hispano» –si se me permite la expresión–, tan manifiesto en el calamitoso Estado de las Autonomías.
En forma de diálogo con su maestro Santiago de los Mozos Mocha, el singular personaje «retratado» en el libro, el autor da cuenta de algunas defectos crónicos que parecen explicar el fracaso de España como sociedad nacional y como Estado. Concretamente, la debilidad del espíritu ilustrado y liberal, así como la casi ausencia de valores como el civismo, esa virtud que nace de los mismos ciudadanos para defender su propia dignidad como sociedad organizada en República, o como el laicismo, aquella actitud y principio de una sociedad de ciudadanos conscientes de sus propias libertades y de sus propias reglas de actuación frente a cualquier imposición religiosa o clerical y también frente a cualquier tentación totalitaria religiosa o política.
En estos momentos de la historia, la sociedad española se halla en una encrucijada decisiva. La cuestión, aparentemente retórica, largamente tratada bajo la fórmula «España como problema», parece acercarse a su final, en forma de disyuntiva. O se encuentra una solución para ella o, por el contrario, acaso, le aguarda la disolución a la vuelta de la esquina de este siglo XXI.
Si aún cabe esperar algún remedio a nuestros males, y es muy probable que no exista ninguno que sea eficaz a corto plazo, sería imprescindible imprimir un giro copernicano al rumbo de nuestra sociedad, emprender lo que podríamos llamar una revolución ciudadana, un gran cambio, no solo de régimen político, sino también de conciencia individual y colectiva.
Es fácil observar que la enfermedad política de España no es superficial, ni radica solo en la forma de Estado y de gobierno o en la corrupción de la clase gobernante. Por el contrario, anida profundamente en la sociedad. La indiferencia ante la política, el desinterés por los asuntos públicos, la falta de civismo y de virtudes colectivas, la envidia, el odio, la insolidaridad y un feroz individualismo, unido a la picaresca y a la corrupción general, incrustadas de raíz en la personalidad de los españoles, explican nuestro desmoronamiento como sociedad política.
Sin embargo, a partir del 15M, se escucha un clamor social que proclama la insatisfacción con la organización social existente, y sitúa en primer plano la necesidad, expuesta por algunos pensadores, como Félix Rodrigo Mora, de impulsar una transformación de la conciencia individual y colectiva, de realizar una «Revolución Integral», según el término empleado por este autor, lo que incluye una transformación completa de la vida política.
La impugnación del Estado mismo y de la monstruosa magnitud que ha alcanzado en las sociedades modernas, así como la denuncia del modo en que una clase política fija e irrevocable, se ha apropiado de todas sus instituciones, va unida a la exigencia de una participación política directa, mucho mayor y continuada, distinta de la casi inexistente en el Estado de partidos español o de la escasa y desvirtuada intervención de los ciudadanos en los sistemas de gobierno donde los partidos políticos monopolizan la representación y el gobierno, como sucede en mayor o menor medida en los regímenes democráticos representativos.
Este síntoma de cambio social, perceptible por el auge de nuevas asociaciones y partidos alternativos, también presente en la calle y en las redes sociales, exige la creación de un verdadero espacio de comunicación, público y democrático, físico y mediático, donde puedan desenvolverse y prosperar una auténtica libertad de pensamiento y de expresión y una opinión pública verdadera. Hoy solo existe una «opinión publicada» homogénea, fabricada por los medios de comunicación oficiales y secuestrada por el poder del Estado y de los partidos políticos, lo que en nuestro país viene a ser lo mismo.
La idea de república y el republicanismo, casi extinguidos, vuelven a dar señales de vida, asociados a las ideas de participación ciudadana y democracia directa, junto con la idea de representación política genuina.
El siguiente artículo presentaré a los lectores una propuesta política, construida a partir de las nuevas inquietudes y necesidades culturales que empiezan a ser claramente percibidas y sinceramente sentidas por una gran proporción de personas conscientes y responsables.
José María Aguilar Ortiz
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Leer Un giro ético (tercera aproximación)
Leer Un giro ético (el giro político)
Leer Un giro ético (el giro judicial)
Leer un giro ético (El giro educativo)
Fotografía de heidarewitsch
si el 99% de la gente opina contrario a lo que yo, el 99% estara haciendo totalitarismo contra mi, en conepto de totalitarismo.
deja ya de una puñetera vez de tergiversar totalitarismo con moral libre o moral impuesta.
realmente, flaqueas ya el nivel de tu discurso hasa en un 100%, al pretender la arrogancia de negar al individuo para luego defenderlo tu y solo tu.