Año 2013, a punto de alcanzar el 2014. Un año más, una oportunidad menos para arreglar los problemas incrustados en esta decadente piel de toro. Transcurren los años y continuamos instalados en una España repugnante, plena de mediocridad intelectual, de bajeza moral, de latrocinio organizado desde el Estado, desde esas mafias legalizadas que son los partidos políticos, sindicatos y demás organizaciones que maman de la teta pública, es decir, de nuestros sueldos. Un país donde la justicia continúa su proceso paulatino de degradación, manoseada impúdicamente, casi violada pornográficamente por la crema de la criminalidad partidaria y los fiscales se convierten en defensores de los delincuentes. El mundo al revés que es España. En fin, donde parte de la familia Real, capitaneada por el Jefe de este estado ruinoso de cosas, no la constituyen más que un grupo de pillos y sinvergüenzas al más puro estilo de la picaresca hispana, que solo buscan medrar hasta reventar de dinero, engordando sus suculentas cuentas suizas o paradisíacas varias. Actúan con la impunidad de saberse inviolables y así los vemos marchar al extranjero incluso pesando sobre sus cabezas graves delitos hacendísticos. Son nuestros Bonny and Clyde patrios, la cúspide de una pirámide que cada día es más perfecta.
Esta putrefacción tumescente que ha invadido ya el todo de la unidad que ahora no es más que una simple Marca, y no la Hispánica de Carlomagno precisamente, ha logrado finalmente ser el cortijo privado, la propiedad de una familia (como ya advertía la Costitución de Cádiz, la Pepa en 1812) o, mejor dicho, de unas cuantas familias de niños pijos, asquerosamente displicentes, que miran al resto de los mortales por encima de sus sucias cabezas, llenas de basura neoliberal de lo más retrógrado y que ni siquiera el nefasto Millán Astray hubiera imaginado. Han logrado la dictadura perfecta. Son los Cánovas y Sagasta del siglo XXI, hacedores de mierdocracia. Se creen irremplazables, poseedores por derecho divino de la titularidad del poder político ganado a pulso en una guerra incivil en la que violando la legalidad republicana consiguieron el retorno de su monarquía.
Una poco disimulada labor de ingeniería social perpretada por los diferentes gobiernos de la Transición ha logrado imponer aquella máxima que el fundador de la Legión espetó al valiente, en aquella tesitura, Miguel de Unamuno: Muera la intelectualidad traidora, traducida posteriormente por el cuñadísmo Serrano Suñer como Muera la inteligencia. Y es lo que tenemos, un país en que la inteligencia ha sido borrada del mapa y demonizada, una nación retrógrada, llena de carcamales cavernarios, de seres que en nada se diferencian del hombre de Atapuerca, que lo mismo tratan de obligar a las mujeres a que den a luz a seres inviables y que carguen con ellos sin ninguna ayuda el resto de sus vidas ( aunque sus mujeres los seguirán abortando tranquilamente en Londres, el tiempo no pasa en este país), que de crear una especie de cuerpos parapoliciales formados por empresas (privadas) de seguridad que les protejan de la chusma, que somos el resto de ciudadanos pisoteados, ahora también por los seguratas ( nada en contra de esa digna profesión)
Así, tan pronto amenazan a los valientes que se atrevan a protestar con arruinarles la vida con sanciones desproporcionadas, como atropellan a las clases medias con más y más impuestos mientras ellos se llenan los bolsillos legal e ilegalmente. Recortes sí, pero no para nosotros, piensan ellos. Recordemos las famosas dietas por desplazamiento que cobra el mismísmo Rajoy por no residir en Madrid ( habitando que se sepa en La Moncloa). Son indecentes hasta la naúsea entre otras cosas porque los medios de comunicación, extenuados hasta la caquexia, suplican alguna publicidad institucional, alguna migaja del pastel que han terminado por devorar como ratas de cloaca.
La ciudadanía, manoseada desde décadas por un sistema educativo contrario al pensamiento crítico (véase el cada vez más escaso peso de la filosofía y la ética y el cada vez mayor de la religión), se encuentra tan perpleja ante este cúmulo de atrocidades, mentiras, latrocinios, crímenes y disparates contrarios a toda lógica, a todo sentido común, que no acaba de reaccionar, doblegada por el miedo, el terror a perder lo poco que tiene, su trabajo, su vivienda, su vida. Se encuentra en un estado que, en términos de la psicología moderna, se conoce como estrés postraumático.