A PROPÓSITO DE HOBBES
Cuando el insigne creador de la obra Leviatán inmortalizó la frase “homo homini lupus” no abundó en demasía en los rasgos que caracterizan al sujeto objeto de esta definición. El hombre puede ser un lobo para el hombre, como nos reafirmó Freud al sostener que en su desarrollo darwinista éste desciende de una especie menos evolucionada; pero en lo que con ella Hobbes nos manifestó no se encontraba el germen de que en este desarrollo surgiera un rasgo que al permitir contemplarnos como algo diferente de lo que nos rodea, nos haya permitido ser, a través del intelecto, tan especializadamente animales, como inesperadamente anímicos. Lo que como raíz nos llevó a disputar frente a otros nuestra propia y puntual subsistencia, en función de nuestra capacitación de trascender sobre lo que puntualmente nos está condicionando nos ha exigido la conformación de un subjetivísmo que conlleva una caracterización identitaria; una caracterización que al contemplar a los demás como un lobo en disputa, nos impide encontrarnos identitariamente con lo que racionalmente tendría que haber sido un objeto de identificación.
La identidad del individuo se forja. En su adiestramiento es una potestad del individuo que en cierta forma debería encontrarse por encima de la identidad adquirida por el grupo en el que aquél hubo de desenvolverse. Sin embargo, debido a su necesidad de integrarse en el mismo, es éste el que condiciona la identidad con la que aquél haya de manifestarse. En este contexto ha de ser tenido en cuenta los condicionamientos con los que nos determina el sexo, así como las valoraciones con las que nos fija la existencia de las razas, las etnias, las riquezas, las culturas, las religiones y el lenguaje.
A tenor de lo expuesto y refiriéndonos a estas tres últimas; es decir, las que por su naturaleza sociológica están más directamente relacionadas con lo que conocemos como civilización, podemos constatar que en la identidad individual nos encontramos determinados por una serie de factores que adquirimos tanto racional como empíricamente; mientras que en la identidad colectiva concurre la razón que el individuo halla en el grupo a través de una inducción de las emociones por medio de la reacción simpática primitiva que hace de esa subjetividad sublimada con la que contemplamos lo que no nos atañe de una forma directa, en una subjetividad privativamente compartida con el grupo en el cual el individuo se halla inmerso. Se produce una relación de identificación entre lo que el individuo asume como identidad y lo que se arroga como miembro del grupo. A pesar de que, como sujeto, biológica y racionalmente tiende a identificarse con aquello que al conformar su propia identidad ha tenido que ser establecido independientemente de lo que como grupo pudiera estar condicionándole, debido a sus carencias, ese mismo individuo se ve obligado a tener que refugiarse en la supuesta racionalidad que en su busca de seguridad y afirmamiento cree hallar en lo colectivo. En este contexto y a pesar de que racionalmente tendríamos que contemplar como incongruentes la existencia de unas fronteras, de unas banderas, de unos himnos, de una historia y de una patria que representan la materialización de un posicionamiento frente a otros, pretendemos encontrar en el establecimiento de líneas divisorias la solución a las disociaciones que tratamos superar como individuos. Concurre una desublimación de la Razón; como nos mostraron unas manifestaciones tan orquestadas y tan vergonzosas como las que se produjeron en la España franquista; como las que visceralmente motivadas se siguen produciendo en esta España de las autonomías; como las que tuvieron lugar en la Alemania nazi, en la Liga del Norte, en su Padania y en su Roma nos roba; y a lo largo de la Historia, como las que se han venido repitiendo impenitentemente en un etcétera que por su extensión y por ser suficientemente conocido no necesita ser relacionado en detalle.
Las culturas no deben ser un elemento de confrontación. Lo mismo que tampoco deben serlo las lenguas y las religiones. Si lo son es porque existen intereses subjetivos que a través de una identidad prefabricada pretenden obtener unas ventajas con respecto a aquéllos que no comparten esto perfiles culturales. Siempre ha habido interesados en justificar la procedencia de estas confrontaciones, y siempre las hemos asumido, sin entender que aquello que sus promotores han tratado de modificar, invariablemente se ha convertido en un más de lo mismo que decían querían enmendar.
¿Existe una genética que verdaderamente nos esté diferenciando? Cuando recuerdo al desnortado que nos ilustró sobre las excelencias diferenciadoras que concurren en el RH me maravillé ante el hecho de que hubiera gente que colectivamente asumiera esta afirmación como algo real. Sin entender que la Razón tiene que ponderar el contenido de una expresión que necesariamente ha tenido que ser el producto de quien no es más que un estúpido prepotente.
Las diferencias en las que se tienen que desenvolver los individuos son en su mayor parte producto de circunstancias exógenas. Las hemos erigido con nuestra pretensión de considerarnos diferentes: que es una forma de contemplarnos como superiores. Son derivadas de nuestro comportamiento subjetivo. Lo cual, en lo económico nos lleva a actuar como lobos. El que nos convirtamos en manada no es más que un intento de ampararnos en lo colectivo, al objeto de, en lo plural, encubrir las vergüenzas de lo que individualizadamente estuviéramos dispuestos a hacer.
Acabo de ver en Internet “El Debate” de La 1; un video con fecha 8.10.2014, en el que he podido constatar cómo a través de un adoctrinamiento con el que se trata de forjar una identidad diferenciada (acompañado por el uso de una lengua utilizada para enraizarlo), se ha forjado una estructura social que si en lo cultural es excluyente, en lo económico (que es una de las principales fuentes en la que se generan los enfrentamientos), es tan irresponsable como interesada. Todos sabemos que Cataluña, conjuntamente con Madrid, son las comunidades más ricas de España. Lo digo a tenor del déficit fiscal y de aquel video vergonzoso con el que se pretendió reforzar la campaña mediática organizada por ciertos medios de comunicación. Esta preponderancia no es porque sus habitantes sean más trabajadores y más inteligentes que los que viven en el resto de esta piel de toro. Concurren circunstancias que determinan la existencia de estas disparidades económicas. Ocurre que al igual que en Tartessos (el Dorado del pueblo fenicio, según Herodoto), en la Roma de los emperadores o en la Venecia medieval, confluyeron una serie de factores que fueron utilizados inteligentemente por unos gestores que con su labor contribuyeron al bienestar y al desarrollo de la sociedad. Fijaos que no he dicho de “su” sociedad, puesto que estos factores en gran medida provenían y engrandecieron “la” sociedad como conjunto. Y es que no podemos olvidar que tanto los capitales como la población de los lugares carentes de estos administradores se vieron obligados a, emigrando hacia aquellos enclaves, participar en el enriquecimiento de dichos emporios.
La cultura (entendida en su manifestación subjetiva), y el lenguaje han sido inveteradamente complementos con los que fundamentar una identidad excluyente. En esto ocurre lo mismo que ocurrió (y en ciertas partes de este mundo continúa ocurriendo), con la culturización que se supone tenemos que adscribirle a las religiones. Tanto aquéllas como éstas las ha venido utilizando el lobo; es decir, el comportamiento instintivamente subjetivo, para con ellas marcar el territorio. La cultura es algo que trasciende a la subjetividad. Constituye un elemento que para poder ser considerado como cultura no podemos apropiárnoslo. La cultura es la formación del conocimiento a través de una apreciación de valor; una evaluación que al no tener que ser necesariamente compartida, como tasación, trasciende al individuo que la haya formulado.
A tenor de las tácticas con las que pretendemos regular las conductas derivadas de nuestras diferencias económicas, culturales y lingüísticas; es decir, a tenor de lo que ha de ser la política a seguir, considero oportuno sacar a colación el debate que mantuvieron Tania Sánchez y Arcadi Espada en “El Programa de Ana Rosa” el pasado 19.09.2014.
Tania aseveró que “la política no puede hacerse siempre en palacio, hay que hacerla en las plazas” Algo que a mi entender, siendo profundamente democrático no tiene en cuenta dos componentes que desvirtúan su validez. El primero es que las manifestaciones colectivas pueden ser el producto de una manipulación; el segundo, que en ellas, al concurrir un componente de visceralidad, la racionalidad está condicionada por la prevalencia que indefectiblemente ejerce el grupo.
Arcadi Espada, sin tener en cuenta la representatividad y la vigencia de estos dos componentes le arguyó: “O sea que para ti el peluquero, el señor que estaba leyendo, y el del bar, son representantes de la soberanía popular” Algo que a pesar de haber sido utilizado como un argumento disuasorio, a mi entender trata de desautorizar una postura totalmente legítima. Tanto el peluquero, el lector el que administraba su precioso tiempo en el bar, como el que lo hace intentando justificar lo que muchos considerarán inoportuno, tenemos el derecho a ser parte de la soberanía popular. Lo que ocurre es que a mi entender, la materialización de este derecho debe ser ejercido por el pueblo a través de unos cauces en los que se contrasten lo que racionalmente haya de positivo en las demandas sugerencias e ideas que esas individualidades (entre las cuales yo me incluyo) hayan de presentar. Las manifestaciones colectivas han de ser defendidas como expresión coactiva de lo que haya sido imposible alcanzar en el ejercicio de ponderaciones racionalizadas, pero jamás constituir una coral mil veces ensayadas tras haber sido elaborada y orquestada por unos conductores que habiendo demostrado su total incompetencia se proclaman como valedores en la consecución de unos objetivos intelectivamente diseñados en la utilización de la existencia del homo homini lupus.