La sangre brota y germina con violencia empapando todo el habitáculo carnal sobre el que se enaltece, baldeando toda la cubierta epidérmica en connivencia con pulsiones aórticas que susurran al ritmo de las aurículas y los ventrículos, en un concierto de fracciones de carne expulsadas al exterior tamizadas con el paladar de la pólvora, y el descuartizamiento de todo el laberinto biológico interno. La herida es insondable y advierte a su acreedor que un proyectil patrio y beligerante ha consumado su marcial trayectoria hasta impactar en sus anhelados sueños destrozados. Su centrifugada consciencia se debate entre el angelical y seráfico recuerdo de su antaña vida de buen rollo familiar, y su inminente alud sobre los frontispicios de la muerte.
Quiere rumiar que todo es una lóbrega pesadilla , y que la sangre que acaricia sus tejidos epidérmicos no es mas que una fútil y superficial herida; sin embargo, su respiración envejece abruptamente, su dermis le advierte sensación de frio , y su abdomen parece desvanecerse regalando sus entrañas al suelo. Sabe que se muere, y todas aquellas consignas militares y políticas que le hicieron alistarse en las gónadas del ejercito devienen ahora como rencores. Aquel endiosamiento patrio que le hacia profesarse mas fuerte que nadie e imaginarse con un subfusil apoyado en sus gruesos bíceps se transfigura ahora en la tardía y encanecida madurez de saber que ser soldadito no era un juego para chavalotes de 18 años erigiéndose en infantiles héroes.
En esta tesitura de ilusiones afligidas y estupideces consumadas, ha quebrado de bruces con la mayor de la lecciones, que ser militar significa ser novio de la muerte, que ser militar significa que su vida no es suya; que ser militar significa que su cuerpo y su vida son tan solo los broqueles y escudos teñidos de la patria; que la patria utiliza su exigua inteligencia y su desabrigada fisionomía para salvaguardar sus intereses patrios, y atribuirse marciales y políticas condecoraciones en eufónicas soflamas que auspician los oropeles de los sollozos de la patria. Otrora pensó que su incursión en el mundo de los marciales uniformes le supondría categorizaciones heroicas a capazos y mujeres amándolo a granel , para hogaño soportar la cruel sinceridad de la pólvora y la soledad de la muerte.
Su cuerpo yace huérfano de consciencia sobre los aledaños de la beligerancia patria.Ha caído desplomado en las fauces de la conflagración foránea; sus compañeros advierten tal fantasmagórica ausencia y no alcanzan tan si quiera a redimir el cadáver mutilado, pues un intento de salvaguardar la dignidad descuartizada del compañero podría suponerles una estúpida heroicidad suicida al exponerse a idénticas felonías de la vehemente pólvora.
Solo uno de los compañeros, al que le subyuga la melancolía y la piedad, se alza sobre su imprudencia patria para enaltecer una exigua esperanza de que su compañero mutilado por el egoísmo del Negocio-Estado pueda al menos despedirse de sus compañeros en el averno. Antes de que alcance el cadáver del compañero de subfusiles, unos cuantos proyectiles impactan contra su anatómica estupidez , y a pocos metros del fenecido compatriota, haya la muerte en un tapiz de inmisericorde contienda, y un manto de sangre y casquillos.
Es la crónica de quienes quisieron ser héroes de discotecas y gimnasios , y acabaron siendo pasto de la miseria moral política en conciliábulo con la irresponsabilidad propia al querer enaltecer la bandera de la muerte, sin tan siquiera haber comprendido que les movía a jugar con los uniformes y que cerebro les ponía el nombre en un mercado de lápidas aún sin ellos saberlo.
Y es que morir en guerra, si es por vocación, no tiene heroicidad alguna. Su profesión es morir. No hay merito en ello. Un Catedrático cumple con su deber dando magistrales clases a los universitarios, y no por ello se le galardona con medallas patrias.Un solado muere en el foráneo desierto. No hay mérito alguno.Ha cumplido con su deber. Morir.