El ser sensitivo nunca hubiera entendido lo que era la preocupación. Vivía el presente de una manera parecida a como lo hace el león recién comido. Durmiendo tranquilo a la sombra de un árbol de la sabana, el león no se pregunta si mañana podrá cazar o no una gacela. No percibe la incertidumbre provocada por la sequía. No siente que se está volviendo viejo y no tiene un seguro de jubilación. Solo está ahí, en el presente con su árbol, su sol y su sabana…
El ser ansioso, en cambió, percibió el tiempo. Dejó de vivir el “aquí y ahora”y adquirió un deseo irrefrenable de acumular y conservar. Los remordimientos por su pasado que él creía equivocado y su preocupación por un futuro incierto acabaron de hacer mella en su forma de ver las cosas.
Había ganado el fuego y eso estaba bien. A la vez, iniciaba su frenética carrera hacia ninguna parte en busca de un mayor control de su entorno. Pero…
había perdido su seguridad.
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