El mundo ya no es lo que era. La repentina necesidad de hacer rentable absolutamente todo ha convertido nuestra mente en un auténtico hervidero de cifras, estadísticas, gráficos con subidas y bajadas, porcentajes, fracciones…
El Ministro de Justicia no habla de Justicia, sino de las pérdidas monetarias de su cartera. El de Cultura, de lo mucho que cuestan los músicos que amenizan las fiestas de los pueblos. La de Sanidad, que si los parados y los inmigrantes le echan cuento a los catarros para sacarle brillo a la tarjeta de la SS, y así con todo.
Las competencias del Estado, los gestores, han sucumbido de esta forma al imperio ficticio del recorte y su paranoia. El déficit cero se alza como el nuevo becerro de la idolatría financiera, y a uno le entra complejo de crápula hasta por darse el capricho más asequible: no lo hagas, no vivas por encima de tus posibilidades, busca un precio mejor, lucha por tu supervivencia…
Los números, fríos y distantes, objetivos por definición, calan por contra hondo en el estado de ánimo. Las conversaciones sobre la crisis forman un manto de resignación y asco en los ambientes laborales, y nadie quiere oir ninguna cifra que esté por encima de 500. La prima de riesgo hace así la función de Dios castigador que todo lo puede, omnipresente en cada rincón del planeta, observando cada loncha pasada de chorizo, cada trozo de queso mohoso que, egoistamente, hemos cometido el pecado de tirar a la basura….TEXTO COMPLETO
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