Por José Luis Carretero Miramar. Artículo aparecido en la edición impresa del periódico Diagonal.
Plantea Manuel Monereo en un reciente artículo que para poner en marcha la revolución democrática que parece apuntarse “es decisivo ganarse a la clase obrera organizada”. Ello deviene del conocimiento de que “una estrategia nacional populardebe de tener en su centro una alianza de clases amplia y, sobre todo, una enorme capacidad de movilización social. En definitiva, sin un contrapoder social y cultural que apoye a un gobierno democrático en nuestro país no parece que los cambios que las poblaciones exigen se puedan realizar”. Al fin y al cabo “lo nacional popular, a medio o largo plazo, exigirá un protagonismo de clase”.Por supuesto, estamos de acuerdo con él. Es más, ya lo habíamos planteado en artículos precedentes: la hegemonía de los intereses de la clase media en las construcciones discursivas de Podemos y del resto de fuerzas rupturistas, unida al vaciamiento de las movilizaciones populares –que también puede explicarse por la aversión clasista a las multitudes en acto, usualmente compuestas de ‘clases peligrosas’, de gran parte de los nuevos cuadros de la “revolución democrática”– avanza un escenario complicado para esas mismas fuerzas. Sin la masa social actuante, las promesas no podrán cumplirse, y sin una conciencia social acrecentada las presiones que vendrán por parte los poderes oligárquicos –que ya está sufriendo el pueblo griego– no podrán encararse.
Sin embargo, si por algo se ha distinguido históricamente nuestra clase media, ha sido por su inconsecuencia y pusilanimidad en este tipo de circunstancias. Fue, precisamente, su incapacidad para sellar una alianza sólida y fiable con la clase obrera lo que produjo las derrotas de las experiencias republicanas previas.
Partiendo de la base de que la clase trabajadora no existe, y de que, en caso de que existiese residualmente, ya habría sido incorporada al campo democrático mediante la cooptación o el disfraz de las burocracias de la ‘casta sindical’, lo único que se demuestra es el desconocimiento de las estructuras y formas reales que adopta el movimiento sindical combativo y de clase de nuestro país. Estructuras con una fuerte personalidad propia y con una clara voluntad de autonomía. Desconocer o ningunear la existencia de un tejido proletario plural y de base, en barriadas, centros de trabajo y localidades de toda la geografía hispánica, contribuyendo a su ahogamiento y ocultamiento tal y como hizo la izquierda del régimen del 78, en poco puede ayudar a quienes se supone que pretenden desafiar proyectos estratégicos de las oligarquías.
La clase trabajadora intentará ser cada vez más consciente de sus intereses y posibilidades, y procurará organizarse autónomamente
La clase trabajadora combativa de nuestro país va a reaparecer y rearticularse en el marco de las sacudidas previsibles en el futuro inmediato, adopte las formas organizativas que adopte. La ‘casta sindical’ –aún remozada– y el vacío mediático no van a ser capaces de contenerla en un escenario como el que puede dibujarse en el marco de un enfrentamiento directo entre la oligarquía financiera y los nuevos actores políticos. La construcción de un frente interclasista de avance democrático sólo es posible sobre la base del reconocimiento de sus necesidades y actores, so pena de repetir el error de Largo Caballero en 1931, enfrentándose a la principal corriente obrera por estrechos intereses partidarios.
Desde los barrios, desde los centros de trabajo, desde la precariedad, la clase trabajadora intentará ser cada vez más consciente de sus intereses y posibilidades, y procurará organizarse autónomamente. A las fuerzas democráticas, si pretenden algo más que un simple recambio de élites, de nada les servirá ignorarla.