Centenares de personas han sido detenidas este miércoles en Hong Kong, en la primera gran protesta contra la aprobación de la nueva Ley de Seguridad Nacional china, que extiende las capacidades represivas del Estado sobre la excolonia británica. La ley fue aprobada en la 20ª sesión del Comité Permanente de la XIII Asamblea Popular Nacional (APN), el máximo órgano legislativo del país.
La ley, ya en vigor, permite la actividad de los servicios de seguridad de la China continental en Hong Kong, por primera vez desde la reintegración de la excolonia a la soberanía de la República Popular. También, establece duras penas de prisión para quienes planeen, encabecen o participen en “actividades terroristas”, “sediciosas” o “subversivas”, así como para quienes practiquen la “confabulación con fuerzas extranjeras” para intentar impedir la aplicación de las políticas del gobierno chino o del autónomo hongkonés, o intenten controlar las elecciones a celebrar en el enclave.
El gobierno de Estados Unidos ha respondido inmediatamente a la aprobación de esta ley, estableciendo sanciones unilaterales contra ciudadanos chinos vinculados al gobierno de Hong Kong; anunciando que va a dejar de exportar material de defensa o de uso dual (militar y civil) a la ciudad; y amenazando con retirar el estatus comercial especial que la Administración norteamericana había concedido a la ciudad, por el que se gravaban en mucha menor medida las importaciones provenientes del enclave que las que tuvieran como origen la China continental.
Desde su reintegración a la soberanía china, bajo el paradigma de “un Estado, dos sistemas”, por el que el Partido Comunista gobernante en el continente se comprometía a respetar determinadas particularidades económicas y legislativas de Hong Kong, el enclave se ha convertido en un espacio estratégico, que ha servido en gran medida como una plaza financiera imprescindible para el imparable desarrollo económico de la República Popular en las últimas décadas.
Las “zonas económicas especiales” diseñadas por el gobierno chino para convertir al país en el “taller del mundo” han sido alimentadas por un enorme flujo de dinero procedente del exterior que no podía operar en el continente, pero sí en Hong Kong. A su vez, gran parte de las operaciones financieras de la banca de la República Popular se han desplazado a Hong Kong, convirtiendo a la ciudad en uno de los mercados de acciones y deuda más prósperos de Asia.
La importancia de Hong Kong no se basa actualmente en su capacidad industrial o el tamaño de su economía. Si en 1997, cuando se produjo la descolonización y traspaso de la soberanía a China, Hong Kong representaba el 18,4 % del PIB chino, en la actualidad sólo alcanza en 2,7 %. Hong Kong es fundamentalmente una enorme plaza financiera: una tercera parte de la deuda emitida por las empresas chinas en 2019 se gestionó en la ciudad, en la que se encuentran radicados activos de la Banca continental por valor de más de 1,1 billones de dólares, lo que equivale a más del 9% del PIB chino.
Hong Kong cuenta con fuertes ventajas como plaza financiera: el gobierno chino garantiza la estabilidad política y social, hasta el momento; los capitales tienen amplias posibilidades de movimiento; el entorno legislativo garantiza una fuerte regulación business friendly y una baja fiscalidad; se ha generado una enorme comunidad de profesionales de alta cualificación y de firmas de servicios a las empresas, así como de instituciones mercantiles; y, además, cuenta con una divisa ligada al dólar estadounidense, a diferencia de la moneda china, que no es enteramente convertible. Estas características hacen del enclave la principal vía de entrada de los flujos financieros internacionales a las zonas industriales chinas, y un lugar estratégico para el reciclado y redistribución, entre los distintos actores empresariales y financieros, de los excedentes extraídos de la actividad productiva continental.
Hong Kong es, pues, un enclave estratégico, aunque el Partido Comunista ha tratado de ir descentralizando las actividades financieras, encauzándolas tentativamente hacia otras ciudades como Shanghai o Schenzhen. Pero también muestra, hasta el momento, para la dirigencia china, una debilidad: la apertura comercial y el modelo “Un Estado, dos sistemas”, implica una dinámica de mayor apertura política que en el resto del Estado chino.
Hong Kong tiene un sistema electoral propio y multipartidista. Garantiza libertades civiles que no están tan claramente reconocidas en la China continental. Hasta la aprobación de la actual ley de seguridad ciudadana, la policía china no podía operar directamente en el enclave. Muchos ciudadanos hongkoneses ven el proceso de armonización legislativa con el continente, que es el fin previsible del proceso de descolonización, como una evidente dinámica de pérdida de libertades. Además, el proceso de conversión de Hong Kong en una plaza financiera global ha impactado sobre los precios de la vivienda, los servicios públicos o las condiciones de vida de determinados sectores de la población, provocando un creciente descontento. Un descontento que ha sido avivado y fomentado por la ubicua simpatía de los servicios y la diplomacia del gobierno estadounidense hacia cualquiera que trate de desestabilizar al gigante asiático.
El gobierno chino reclama su derecho a la gestión de la seguridad ciudadana. Pekín argumenta que cualquier nación soberana tiene plena independencia para determinar su legislación de seguridad interior, y que Hong Kong es parte de la nación china. Además, muchos países del mundo, firmes aliados de Estados Unidos y socios comerciales preferentes de la Unión Europea, tienen legislaciones incluso mucho más duras. Las potencias occidentales (Estados Unidos, Europa) afirman defender los derechos civiles, mediante quejas diplomáticas, ayuda mediática y apoyo, más o menos encubierto, a las protestas. Y, además, sanciones, en el caso norteamericano, contra el Estado y ciudadanos chinos.
No nos engañemos. Más allá de las reivindicaciones en defensa de las libertades civiles de los jóvenes hongkoneses movilizados, en el enclave descolonizado se juega una partida mucho más trascendental en el tablero geopolítico global. Como afirmaba hace pocos años, el exasesor de Donald Trump, Steve Bannon, Estados Unidos ve a China como su más cercano competidor. Como una potencia del futuro que puede hacer desvanecerse la hegemonía global norteamericana en las próximas décadas.
China, el “taller del mundo”, ha crecido sin parar en el último medio siglo. Hasta que la pandemia de Covid-9 ha golpeado a su economía, provocando la mayor caída de su PIB desde que hay registros, la República Popular ha ido desplegando una política económica encaminada a construirse como potencia y a afirmar su competitividad creciente en los mercados mundiales.
China, al calor de la globalización y de la crisis del 2008, ha ido sustituyendo los mercados externos que alimentaban a su sector industrial, comprando sus productos, por una creciente clase media interna. También ha ido virando su dinámica de desarrollo para dejar de ser “el taller” de ensamblado de las empresas occidentales, y pasar a convertirse en un centro estratégico para el despliegue de las nuevas tecnologías y la dirección de las cadenas de producción globales.
China ya no apuesta sólo por la interminable y colosal migración interna del interior rural a las zonas costeras, combinada con los servicios públicos y la cualificación suficiente de la mano de obra que garantizó la revolución, que le han permitido convertirse en la principal plataforma global de la actividad industrial. El gigante asiático está llevando a cabo una política consciente y sistemática para tomar la delantera en las tecnologías del futuro, como la Inteligencia Artificial o el Big Data.
Eso explica la enorme agresividad norteamericana contra la República Popular: guerras comerciales, sanciones políticas, ataques contra las principales empresas tecnológicas chinas, como Huawei. También explica porqué el gobierno norteamericano, que tan bien se lleva con dictaduras tan evidentes como la Saudí y que impulsa golpes antidemocráticos como el recientemente llevado a cabo en Bolivia, alienta y defiende a los jóvenes “luchadores por la libertad” de Hong Kong.
La Unión Europea, por su parte, muestra su constitutiva indefinición y falta de política soberana propia. Critica la ley de seguridad nacional china mientras prepara para septiembre, como gran evento triunfal de la presidencia semestral alemana, una cumbre comercial con el gobierno asiático. Se plantea si debe limitar la penetración de Huawei en las futuras redes de 5G europeas, a petición norteamericana, mientras ofrece a Trump limitar su política fiscal sobre las grandes tecnológicas (la Tasa Google) para aplacar sus amenazas de guerra comercial
Es posible, sin embargo, que la economía Hongkonesa no sufra demasiado por las sanciones norteamericanas y las declaraciones diplomáticas europeas. La demostración de fuerza en que consiste la extensión de la ley de seguridad nacional china a Hong Kong, es un claro mensaje a los inversores de que el gobierno del Partido no va a permitir ningún atisbo de inestabilidad. Hong Kong mantendrá su legislación business friendly y los excedentes del continente seguirán fluyendo al enclave, para ser reciclados y redistribuidos. La ciudad continuará siendo un brillante centro de negocios internacionales en la zona más dinámica de la economía global.
Duramente reprimidos por el gobierno, arriesgándose a ser manipulados por todos los aventureros y espías del tablero global, apaleados y encarcelados, silenciados por la brutal maraña de intereses de una de las principales plazas financieras del mundo, los jóvenes hongkoneses que han salido a manifestarse, más o menos sinceramente, en defensa de los derechos civiles, tienen pocas posibilidades de obtener una victoria a corto plazo.
Más allá del corto plazo, en este nuevo mundo de pandemias y bifurcaciones caóticas, el futuro está irremediablemente fuera de nuestro alcance.
José Luis Carretero Miramar.