Revista Trasversales número 34 febrero 2015
Otros textos del autor en Trasversales
José Luis Carretero Miramar es profesor de Formación y Orientación Laboral. Miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).
Vivimos en un mundo globalizado de metrópolis gigantescas, insostenibles ecológica y socialmente, funcionales al proceso de valorización del capital y a una economía globalizada y crecientemente interrelacionada.
Vivimos, también, en un planeta atravesado por enormes flujos financieros transnacionales, donde la automatización de las operatorias bursátiles y la emergencia de crecientes mercados OTC (Over the counter) de “banca en la sombra”, permite que los intereses monetarios y especulativos de la oligarquía internacional atraviesen las fronteras y actúen de forma desterritorializada y global.
Los “slums”, o barrios degradados de viviendas autoconstruidas, ayunos de todo servicio colectivo, masificados y reventando de contradicciones sociales, contrastan con el fluir de los derivados, con las Bolsas globales de materias primas, con el trasiego de los CEOs a través de los aeropuertos constituidos en “no-lugares” por su ausencia de toda referencialidad colectiva, histórica, cultural o humana; con los paraísos fiscales en los que se puede invertir o actuar desde el espacio virtual de internet, sin tener siquiera que desplazarse fuera de un despacho de un rascacielos inteligente de la City.
¿Tiene sentido hablar de municipios, de poder local, de espacio cercano, en estas circunstancias? ¿Hay espacio para un nuevo municipalismo transformador en la época de las agencias de rating, de los fondos buitres que se hacen dueños, por la vía de la compra a la oligarquía local “business friendly”, de la vivienda pública de los ayuntamientos? ¿De qué tipo tendría que ser ese nuevo municipalismo? ¿Cuáles han de ser los mimbres que permitan constituir contrapoderes locales efectivos, espacios de convivencia y densificación de la vida a escala humana?
Una nueva ciudad, democrática, cooperativa, articulada social y ecológicamente ¿es pensable? Y, sobre todo, ¿es factible?
Hay quienes defienden la oportunidad de oponer lo local cooperativo a la extensión inmisericorde de los flujos transnacionales de valorización del capital. Desde las perspectivas teóricas del municipalismo libertario defendidas en su momento por uno de los precursores del ecologismo social, Murray Bookchin, hasta las prácticas efectivas desplegadas a nivel municipal por los propios movimientos de oposición al despliegue neoliberal. Prácticas efectivas que, a su vez, podemos encontrar a lo largo de toda la geografía del planeta: desde los Caracoles zapatistas a las nuevas experimentaciones del confederalismo democrático kurdo en Rojava, pasando por las experiencias de poder popular local expresado en la urdimbre de iniciativas colectivas existentes en barriadas de la Periferia como la de El Alto, en La Paz, Bolivia.
Como indica Raúl Zibechi en su libro Territorios en resistencia. Cartografía política de las periferias urbanas latinoamericanas: “Lugar y espacio han sido conceptos privilegiados en las teorías y análisis sobre los movimientos sociales. En América Latina, incluso en sus ciudades, es hora de hablar de territorios. En un excelente trabajo Porto Gonçalves señala que ‘los nuevos sujetos se insinúan instituyendo nuevas territorialidades’. Llega a esa conclusión luego de seguir el itinerario de un movimiento concreto como los seringueiros, que antes de constituirse como movimiento debieron modificar su entorno inmediato, concluyendo que ‘su fuerza emanaba de su espacio-doméstico-y-de-producción’. Fue ese desplazamiento del lugar heredado, o construido anteriormente, lo que les permite formarse como movimiento”.
Remarca así la importancia de lo local, lo territorial, o, en una textura narrativa más cercana a nuestro mundo social todavía influido por los discursos del republicanismo federal y los movimientos libertario y verde, lo municipal, para la constitución efectiva de contrapoderes al magma global de los mercados. Continúa Zibechi: “En efecto, los movimientos latinoamericanos, como los indígenas, los sin tierra y los campesinos, y crecientemente los urbanos, son movimientos territorializados. Pero los territorios están vinculados a sujetos que los instituyen, los marcan, los señalan sobre la base de las relaciones sociales que portan. Esto quiere decir, volviendo a Lefebvre, que la producción de espacio es la producción de espacio diferencial: quien sea capaz de producir espacio encarna relaciones sociales diferenciadas que necesitan arraigar en territorios que serán necesariamente diferentes”.
Construir relaciones sociales diferenciadas, empezando desde lo más cercano y manejable para los movimientos. Construir, por tanto, densidad social, allá donde el neoliberalismo sólo ha dejado devastación, soledad y centros comerciales repletos de cachivaches antiecológicos e innecesarios. En ese camino, los movimientos han de cobrar protagonismo, constituirse en un armazón con el que articular los territorios cercanos y dotarlos de discursos, relaciones, vida. Sigue hablando Zibechi:
“Esta imagen potente destaca el carácter del movimiento como moverse, como capacidad de fluir, desplazamiento, circulación. De modo que un movimiento siempre está desplazando espacios e identidades heredadas. Cuando este movimiento-desplazamiento arraiga en un territorio, o los sujetos que emprenden ese mover-se están arraigados en un espacio físico, pasan a constituir territorios que se caracterizan por la diferencia con los territorios del capital y el Estado. Esto supone que la tierra-espacio deja de ser considerada como un medio de producción [de producción de plusvalor, anotaría el autor de este texto respecto al texto de Zibechi] para pasar a ser una creación político-cultural. El territorio es entonces el espacio donde se despliegan relaciones sociales diferentes a las capitalistas hegemónicas, aquellos lugares donde los colectivos pueden practicar modos de vida diferenciados. Este es uno de los principales aportes de los movimientos indios de nuestro continente a la lucha por la emancipación”.
Desplazar las relaciones que se producen en un territorio desde su funcionalidad para el proceso de producción de plusvalor a la conformación político cultural de otro tipo de convivencia. Parece evidente que esto ha de afianzarse en el espacio más cercano a la cotidianidad de las gentes: el barrio, el municipio, el territorio accesible.
La construcción de esas “relaciones otras” pasa por el tendido de redes diversificadas y plurales que den cuerpo a una densidad social revisitada. Desde un tejido económico local y autocentrado (es decir, estratégicamente desconectado de los flujos transnacionales de intercambio de mercancías y financiación), hasta la promoción de formas culturales propias y de participación colectiva directa en los asuntos comunes. Reconstruir la sociedad, tras la devastación neoliberal, pasa por la emergencia de un poder popular efectivo en conflicto con el medio capitalista en el que ha de crecer, pero también capaz de generar experiencias y vivencias que iluminen, en los poros de la vieja sociedad, las potencialidades de la nueva aún por nacer.
Sin embargo a esta estrategia se le pueden poner también sus “peros”. Tiene sus limitaciones. Slavoj Zizek, por ejemplo, critica las posiciones cercanas a la promoción de la “democracia directa” y de lo local, desde su supuesta incapacidad manifiesta de poder hacer frente al gran edificio global capitalista. Estas posiciones, afirma, parten de la base de la existencia de una sociedad movilizada de forma permanente y él, indica, “no quiere vivir así”, por lo que prefiere un gobierno fuerte e ilustrado que ponga límites a las oligarquías financieras “jugando a su nivel”. Los procesos de descentralización efectiva que se producen en la conformación de los “territorios en resistencia” de Zibechi, parece desprenderse de estas tesis, debilitarían esa maquinaria global (o continental) que ha de instituirse frente al Capital.
No son del todo despreciables esas tesis, pese a que no las compartamos. Existen claramente cuestiones candentes a las que hay que responder para empezar a pensar un tránsito factible a la emergencia de territorios en resistencia en el ámbito municipal que nos es más cercano.
La primera la expresa bien Zizek: el contrapoder local es limitado, ambivalente, precario, cuando coexiste con el edificio incólume de los grandes poderes financieros y estatales que siguen alimentándose y creciendo en los espacios centrales de lo social por mucho que nosotros y nosotras ocupemos los “poros” y las periferias. Las “relaciones otras”, aisladas y en campo hostil, no terminan de concretarse si se encuentran rodeadas y en plena “guerra fría permanente” con las relaciones de valorización del capital circundantes.
Lo cierto es que vivimos una etapa de desarrollo de una forma posmoderna de absolutismo de los mercados y de la arquitectura del poder global capitalista. Recordemos lo que fue el absolutismo europeo de los siglos XVII y XVIII: un proceso de modernización y estabilización social puesto en marcha por los grandes bloques del poder feudal, tras la tremenda sacudida ideológica y económico-social del Renacimiento, que daba inicio al proceso de transformación que llevaría al capitalismo histórico entre revueltas campesinas, guerras religiosas y aparición de nuevas herejías y discursos laicizantes.
Para poder desplegar este proceso de modernización, que comportaba la aceleración de los procesos de acumulación por desposesión y la emergencia de estructuras de poder estables a un nivel ampliado (los llamados Estados-Nación con su ejército permanente y su administración burocrática), las clases aristocráticas europeas debieron echar mano en ocasiones (no siempre ni en todo lugar) de muchos técnicos relacionados directamente con la propia burguesía emergente: los llamados ilustrados. La ambivalencia y ambigüedad de su papel se expresa bien con el nombre que algunos dan al período: “despotismo ilustrado”, pues al tiempo que aceleraban y estructuraban de manera científica y técnica (dando lugar a lo que Foucault llamará después el “biopoder”) el aparato administrativo de las agonizantes monarquías absolutistas y de las aristocracias europeas, ejercían de “paraguas” para el crecimiento, en los poros del Antiguo Régimen, como dijo Marx, de la nueva clase mercantil e industrial burguesa que posteriormente aprovecharía y perfeccionaría dichos aparatos para ejercer su dominio.
Este tipo de ambivalencia es la principal limitación, y al tiempo la principal potencialidad, de la “alternativa de poder global o a escala europea” defendida, entre otros más cercanos, por Zizek. Pongamos como ejemplo al propio Pepe Mújica, presidente de Uruguay, a quien nadie puede negar su honestidad fundamental, como un elemento ilustrado en el aparato de poder de su país: intentando la estabilización y modernización de la estructura socioeconómica capitalista uruguaya y latinoamericana (como él mismo reconoce), y al mismo tiempo estableciendo fondos estatales de ayuda a empresas autogestionadas y mecanismos de participación política barrial y local en todo caso ambivalentes (pues al tiempo que funcionan como “escuelas” de participación y puntos nodales del tejido local, hacen a ese mismo tejido dependiente y funcional a las necesidades de información y de transmisión de mensajes del aparato estatal, aún vinculado en lo esencial a los intereses del capital transnacional, aunque sea emergente).
Poner el acento sobre la funcionalidad mutua de ambos procesos, sin embargo, en el marco de una dinámica de superación del capitalismo histórico (la articulación territorializada de contrapoderes efectivos y espacios hurtados a la lógica mercantil y la ocupación más o menos momentánea de instituciones esencialmente funcionales a esa misma lógica por parte de elementos “amistosos” para los movimientos), pese a que parece caracterizar un momento histórico concreto que habremos de recorrer, no basta para delinear una estrategia factible para el proletariado global. Ésta sólo podrá definirse, si queremos abrir el melón, no sólo del régimen de 1978 sino del sistema en su conjunto, poniendo sobre el tapete tres elementos esenciales para acompañar ese momento de coexistencia de ilustración despótica y experimentación popular: la necesaria independencia y autonomía de los proyectos populares y de clase respecto del poder (aunque sea ilustrado); la densidad pedagógica y participativa de los procesos, generando dinámicas de educación popular que eleven la conciencia de clase y las capacidades de los trabajadores y las clases subalternas; y la persistencia en el “lenguajear” la necesidad del cambio global y sistémico, que lleve a una plena cotidianidad liberada del capitalismo.
El 11 de junio de 1773, Denise Diderot emprende viaje a San Petersburgo. Allí le espera la emperatriz Catalina, paradigma de las monarquías progresistas e ilustradas. Tras una temporada en la corte rusa, el conocido filósofo radical y autor de la Enciclopedia, que se había pasado gran parte de su vida reflexionando sobre la necesidad de individuos poderosos y progresistas para la expansión de la luz de la razón, se sentía tan mal que tuvieron que llevarlo en un coche especialmente diseñado para que tuviera que viajar tumbado. En el viaje de vuelta evitó expresamente Potsdam, residencia de Federico el Grande, rey ilustrado y amigo de Voltaire, que le había enviado una amable invitación. El Diderot más republicano, más libertario, más crítico con Occidente, estalla precisamente entonces. No fue el único. Este fue el tránsito de la ilustración a la Revolución, de Voltaire y La Mettrie a Robespierre, Marat, Hebert y, finalmente, Babeuf.
Mientras tanto, en los “poros” del Antiguo Régimen, en las callejas, en los lugares de producción, en los mercados, en las costumbres y en los romances y las octavillas clandestinas, otro tipo de economía, de convivencia, de sociabilidad, había alcanzado su auténtica hegemonía que sólo tendría que hacerse expresa el 20 de junio de 1789 en el “juego de la pelota” de Versalles.
Construir contrapoderes territorializados, tejer densidad colectiva, iluminar y experimentar los aspectos prácticos y efectivos de la nueva convivencia, desde lo local, desde lo cercano, abre espacios para la emergencia de la nueva sociedad de productores libres y cooperativos que se apunta como única solución factible a la creciente devastación capitalista.