En cierta ocasión me comentó un ministro de justicia de Colombia, del que me guardo el nombre, que la única solución para el problema de la droga era la legalización internacional. Y me lo dijo cuando estuvo seguro de que había detenido la grabadora y la cinta estaba fuera. ‘Imagine si eso sale publicado’, me dijo, ‘un ministro de justicia colombiano pidiendo la legalización de las drogas, ¡parecería que ando defendiendo mi negocio!’
Desde entonces han sido legión los representantes públicos que han pedido esta opción. Fernando Henrique Cardoso, expresidente de Brasil, por ejemplo, encabeza el reporte de la Comisión Global de Drogas de 2009 en la que se exige la despenalización del consumo de drogas ilegales como único modo de salir de este atolladero. Junto a Cardoso, Ernesto Zedillo, César Gaviria, Kofi Annan o Javier Solana. Todos tienen una curiosa coincidencia: son ‘ex’. Expresidentes, exsecretarios, exdirectores. Los dignatarios en el poder asienten convencidos pero, eso sí, fuera del micrófono y con la grabadora apagada. Y una vez que se han liberado de formalismos, se desahogan con desgarradora sinceridad: estamos en el camino equivocado. Aquel reporte firmado por tanto ‘ex’ concluía que la guerra contra el narco, que se remonta nada menos que a cincuenta años atrás, ha fracasado porque la oferta crece y la demanda, también.
Vicente Fox, tan defensor de las políticas represivas durante su mandato, también experimentó un cambio similar y un buen día, ya sin gobierno, pidió la legalización de la marihuana, y el expresidente norteamericano, Jimmy Carter, lo hizo a través del New York Times. En España ha sido Felipe González, otro ‘ex’, el que pidió el fin de la prohibición, aunque pedía, ¡como si fuera fácil!, que se hiciera de forma global, universal, para que ningún dirigente tuviera que enfrentarse al estigma internacional de ‘amigo de los narcos’.
Sin embargo, el narcotráfico sigue proliferando, la demanda se dispara cada año y la oferta, que genera beneficios disparatados, continúa en manos de delincuentes de baja estopa y de alta corbata. En este contexto, Guatemala rompe estos días una tendencia que no lleva a ninguna parte: la de los ‘ex’, los que ya no tienen responsabilidad y deambulan de foro en foro denunciando gigantes donde antes sólo veían molinos. Otto Pérez, presidente de este pequeño país centroamericano, tan castigado por la violencia de los narcotraficantes, propone a sus colegas centroamericanos legalizar y regular el comercio de las drogas. Una propuesta que llevará a la próxima cumbre de mandatarios centroamericanos, el próximo verano en Honduras, para analizarlo y discutirlo, aunque si recibe buena acogida podría estudiarse en Cartagena de Indias el próximo abril.
Una tendencia, insisto, rota, la de los ‘ex’, la de personas ajenas ya al poder pero que conocen los entresijos de palacio como para hablar abiertamente y con conocimiento de causa. Muy poderosos deben de ser los grupos de presión prohibicionistas pero Guatemala, al menos, ha puesto sobre la mesa de los que sí tienen responsabilidad una patata caliente: la guerra contra el narco ha fracasado y cualquier estrategia nueva, por muy descabellada que pueda ser a los ojos de los más puristas, no puede ser más decepcionante que la batalla frontal y la prohibición.
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