Abed Rabbo Mansour Hadi es el nuevo presidente del Yemen. Un veterano general, cercano, o mucho mejor: muy cercano, al antiguo presidente, Abdullah Saleh, que abandonó el poder tras treinta y tres años acomodado en la poltrona de ese reino del tchat y de las gumias onanistas. Hadi ha sido vicepresidente del Yemen desde 1994 y presidente interino desde que la sociedad yemení floreciera al estilo de Egipto o Túnez, primaveras árabes que han dejado en la cuneta a gente como Ben Ali, Mubarak o Gadaffi pero que en el Yemen deja la cosas tal y como estaban.
¿Y por qué las deja como estaban?
Porque, entre otras cosas, Hadi ha sido el único candidato que se ha presentado a las elecciones.
Recapacito: el único candidato a las elecciones del Yemen es el hombre de confianza del gobernante que su pueblo quería expulsar. Y una vez expulsado, a los EE.UU para más señas, su vicepresidente alcanza el poder en unas elecciones con un único candidato.
Quiero aprovechar para recordar otros momentos igualmente emocionantes en la historia de las democracias árabes y recordar también que la aspiración a la democracia, que desde nuestros bienintencionados gobiernos se mantiene como bandera, no puede quedarse en una chirigota que desacredita al sistema en sí y arroja a los pueblos árabes a la frustración eterna.
Ali Abdallah Sale resultó elegido presidente del Yemen en 1999 con un 96’20% de los votos.
El ya expresidente de Egipto, Hosni Mubarak, ganó las elecciones de su país en 1993 con un 96’3% de los votos: era su tercera presidencia de seis años y la revalidaría en 1999 con un 93’79%.
Antes de Mubarak rigió el país Anuar El Sadat, un demócrata convencido que consiguió la reforma política para un referéndum en 1974 con un 99’95% de aceptación popular.
Sadam Hussein ganó las elecciones de 1993 en Iraq con un 99,96% de los votos y si pensaba usted que se trata de una cifra imposible de igual o superar, se equivoca: en el año 2000 los votantes coincidieron todos y alguno más: ganó con un 100% de los votos.
Hafez Asad, en Siria, aplastó a sus contrincantes en 1999 con un 99’987% de los votos emitidos y su gobierno señaló entusiasmado que sólo 219 ciudadanos habían votado en su contra. Nadie sabe dónde blanquean hoy sus huesos esos disidentes…
Abdelaziz Buteflika consiguió un triste 73’8% en las elecciones de 1999 en Argelia. Era un país roto y hundido, tras la terrible guerra civil que sufrió en la década de los noventa. El 26 diciembre de 1991 el Frente Islámico de Salvación, en Argelia, había logrado un 48% de los votos emitidos para la Asamblea Nacional de Argelia con la promesa de desmantelar, precisamente, la democracia que les había dado el poder y organizar un estado islámico regido por la sharía. El ejército argelino declaró nulas las elecciones y el país se enzarzó en una sanguinaria guerra civil que costó la vida a unas 200.000 personas.
Dicen las crónicas que los yemeníes se han volcado en las elecciones, a excepción de las tradicionales algaradas de los separatistas del sur, que han dejado varios muertos.
Pero, ¿para qué tanta prisa y tanta molestia si el presidente ya estaba decidido?