Democracia como deliberación, democracia como conflicto
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El martes se presentó el Partido X. Vaya por delante que cualquier iniciativa que pretenda mejorar la élite política que tenemos me parece bienvenida. Sin embargo, tras escuchar la presentación, hojear sus escritos y oír esta entrevista, tengo la impresión de que la perspectiva de la plataforma se forma bajo una ilusión. Sirva como muestra este extracto de su web/programa:
La esencia de la democracia es el conocimiento por parte de los ciudadanos de las decisiones que se tomen en todas las cuestiones que pueden afectar sus vidas y del proceso de esa toma de decisión, de los datos y circunstancias que confluyen para tomarlas.
Esta ilusión se cristaliza como nunca cuando afirman una y otra vez que su propuesta es “no ideológica”: es “democracia y punto”. Encapsulado aquí encontramos varios elementos que son comunes a todo el discurso del Partido X y su entorno, a saber: (1) que lo que define la democracia es la deliberación ciudadana; (2) que como tal lo más importante para mantener una democracia de calidad es la información y la transparencia, en una palabra, el conocimiento; (3) que hay una especie de colectivo (“los políticos”) separado de los ciudadanos que ha usurpado la democracia a través de la obstrucción del conocimiento impidiendo así la correcta deliberación. Esta es una historia pseudo-habermasiana cuya lógica final implica que la sociedad puede llegar a un acuerdo en lo que es el bien común, y cuantos más mecanismos (de voto, de información) se pongan para llegar a dicho acuerdo, mejor. Sin embargo, el mecanismo actual (la democracia representativa de sistema parlamentario española) sirve para que una parte capture los sistemas de decisión y, supongo, haga de esta crisis una estafa.
En realidad esta historia no es tan diferente de la que nos cuenta César Molinas, en cierto sentido: la actual élite extractiva se ha atrincherado en el poder gracias al mecanismo de elección de la misma. Ahora bien, allá donde Molinas propone un cambio de sistema electoral el Partido X hace una especie de enmienda a la totalidad y habla de democracia directa, referéndums, voto de los diputados decidido desde casa, presupuestos participativos, etcétera. Aún más: mientras Molinas no parece suponer en ningún momento que un cambio en el proceso de selección vaya a suponer otra cosa que un reemplazo más ágil y variado en las élites, el Partido X asume que la aplicación de las reformas que proponen nos llevarán a un futuro en el que todos estaremos más de acuerdo en lo que nos conviene.
Mientras que con Molinas puedo no estar de acuerdo (y no lo estoy en muchas cosas) pero también puedo discutir con base a los resultados esperados en la distribución de poder político de una reforma como la que propone, considero que el Partido X parte de una premisa errónea. Ellos dicen que una parte de la ciudadanía ha usurpado las instituciones y los recursos, y que la forma de lograrlo es más participación. Cuando ésta se incremente, dicen, la usurpación terminará para siempre y caminaremos al consenso mediante la información, la transparencia y el “método científico”. Sin embargo, no explican ese salto. ¿Cómo es posible que un incremento en la capacidad de los ciudadanos de participar lleve al consenso cuando se admite que una parte de los mismos han empleado las (para ellos) escasas formas de participación existentes para colonizar las instituciones? Están asumiendo al mismo tiempo que la sociedad está y no está dividida según los intereses de quienes la forman. Están asumiendo también que un mayor número de canales para la participación lograrán que la decisión tomada la mayoría de veces por la mayoría de votantes lleve a maximizar el bien común. Pero esto solo puede ser cierto si la sociedad no está eternamente dividida. Si la convergencia es posible.
Adam Przeworski tiene una muy breve crítica a la consideración de que el incremento de la capacidad deliberativa lleva a la convergencia de voluntades. Explica en las primeras páginas de Democracy and the market que para que esto sea cierto ha de asumirse que todos los mensajes son o bien verdaderos, o bien falsos. También ha de asumirse que los individuos van a identificar la verdad de manera sistemática. Y, por último, que el uso de los mensajes será no estratégico, desinteresado. Por supuesto, como dice Przeworski, la asunción más problemática de las tres es probablemente la última. Las otras dos nos pueden llevar a largas discusiones ontológicas (la primera) o epistemológicas (la segunda). Pero la tercera implica rechazar la idea del mundo como un conflicto distributivo. Siguiendo a Schmitt, Przeworski enuncia que, llegado un momento, la razón y los hechos ya no sirven para dejar atrás dicho conflicto, y la única solución disponible es el voto. En última instancia, el voto no es un acto de razón ni de deliberación. El voto es un acto crudo de imposición de una voluntad frente a otra. La democracia es un sistema que se basa en que las facciones pierden (y ganan) elecciones.
Puedo entender que, como hace Molinas, se propongan reformas para cambiar la manera en que dicha imposición funciona. Puedo entender también, y de hecho intento ejercitarlo cada día, que una mayor y mejor información y análisis puede ayudar a cada facción a alcanzar de manera más eficaz sus objetivos; que puede incluso moderar las posturas bajo determinadas circunstancias. No puedo entender, sin embargo, que se afirme a la vez que el conflicto distributivo existe y está ante nuestros ojos robándonos (“los políticos”) y que si incrementásemos los mecanismos de imposición de voluntades al final todas serían convergentes (“los ciudadanos”). Si, como ciudadano, crees que alguien te ha usurpado recursos e instituciones lo que tienes que hacer es convertirte en un político y retomarlos. Para ello debes asumir que estás en una guerra contra otra voluntad, y que el resultado de esa guerra tendrá ganadores y perdedores, esto es: tendrá consecuencias redistributivas. Cualquier otra alternativa es una ilusión deliberativa.
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