¿Está mejorando realmente nuestra competitividad?
A pesar de que se han publicado varios análisis en medios internacionales en ese sentido y de las declaraciones del Gobierno, los datos lo niegan
En el gráfico de esta semana podemos ver los índices de la OCDE en los que se miden los costes de producción para el sector manufacturero (sin energía) en los que se compara la evolución desde la entrada en el euro para cuatro países: Alemania, Italia, Francia y España. Recordemos que a pesar de lo que muchos dicen de que en España no se producen más que hortalizas y turismo, el grueso de nuestras exportaciones corresponden al sector industrial. Cuando el índice sube quiere decir que se pierde competitividad, y cuando baja que se gana. Como vemos, partiendo los cuatro países de un índice 100 en el año 2000 la evolución ha sido bastante similar para tres de los cuatro países, y de forma totalmente contraintuitiva no es Alemania el país que ha seguido una evolución diferente, en el sentido de ganar competitividad, sino Francia, que ha ganado un 12% de competitividad frente a Italia y España y un 11% frente a Alemania. Como vemos la situación de España frente a Alemania e Italia es idéntica a la del año 2000 y sólo ha empeorado frente a Francia.
Ahora veamos la evolución de las balanzas de pagos de los cuatro países desde 1999. Alemania, partiendo de una posición bastante mala, podemos observar cómo ha generado un superávit por cuenta corriente gigantesco, mientras que los otros países fueron generando déficits cada vez más grandes, hasta que después del estallido de la crisis comenzaron a corregirse en España y sólo recientemente en Italia. Francia sigue manteniendo un abultado déficit.
No existe, como es patente, ninguna relación entre la competitividad de las industrias de los países y los superávits o déficits exteriores. Si así fuera Francia sería Alemania y viceversa.
Entonces, ¿qué es lo que ha podido pasar? La respuesta hay que buscarla en el tipo de industria que se ha potenciado en Alemania en los últimos años. Es una industria en general de alta o muy alta tecnología y por lo tanto con una competencia limitada a nivel internacional. Eso permite que capten cuotas de mercado muy altas y que tengan un valor añadido mucho más alto que la industria tradicional. Esos dos factores unidos permiten que exista una elevadísima internacionalización (Alemania exporta el doble que España en función del su PIB a pesar de su mayor tamaño) y además que se genere ese enorme superávit exterior, reflejo del gran valor añadido que produce su industria. Francia, Italia y España no han sido capaces de seguir su estela y por ello a pesar de tener una buena competitividad relativa a Alemania (o mucho mejor en el caso de Francia), se han visto en la pésima situación en la que están.
¿Está, por lo tanto, equivocado el diagnóstico de que bajando salarios aumentaremos la competitividad y por lo tanto saldremos de la crisis? Todo parece indicar que sí. Los líderes europeos parecen aquejados del síndrome de Lysenko, con una vetusta y en absoluto probada ideología dominando el discurso y la política europeas. Mientras, la población de Europa –y especialmente la de España y otros países del Sur–, como en su día la de la Unión Soviética, sufre las dolorosas consecuencias en forma de paro, ruina y sufrimientos humanos sinnúmero. ¿Hasta cuándo?