El otro día di con un libro de este conocidísimo historiador del cual aún no había tenido ocasión de leer nada. El título, sugestivo, “La Gran Degeneración”. Es un libro corto para la enjundia del tema que pretende tratar (las causas de la pérdida de peso de la civilización occidental en el concierto mundial). El autor, con un análisis patéticamente superficial, se despacha atribuyendo esta “decadencia” a la peŕdida de unos supuestos valores morales de sus antepasados anglosajones que impregnaban la sociedad y la política.
La falta de rigor y fundamentación son absolutos. Para justificar sus tesis busca los ejemplos que más le convienen y los que no le convienen los ignora. Cuando no puede hacerlo se despacha (como en el caso de su penosa defensa de la educación privada al recordar a Finlandia) con “la excepción que confirma la regla”. Lástima que no recordara a España, que precisamente es la excepción contraria por la enorme cantidad de educación privada que tiene y sus mediocres resultados.
La obra es la antítesis del pensamiento científico. A mi personalmente me ha resultado bochornosa y ofensiva para la inteligencia a partes iguales. No es, ni remotamente, lo que podría esperarse de todo un profesor de Harvard. Como mucho de un periodista de segunda en busca de polémica.
Vivimos unos tiempos realmente oscuros cuando alguien tan mediocre es encumbrado por los medios simplemente porque es favorable a la ideología imperante entre los poderosos. Ideología que si por algo destaca es por ignorar las realidades más palmarias siempre que no le convienen.