En una clara y gráfica exposición, como era costumbre en ese excelente divulgador de la ciencia que fue Isaac Asimov, podemos ver cómo cuando la disponibilidad de algo disminuye lo que antes considerábamos un derecho se convierte automáticamente en algo regulado. Es decir, perdemos libertad. Esto lo podemos ver en este breve vídeo.
¿Qué significa en la práctica ese hipotético futuro en que vivamos en un mundo superpoblado y con recursos y capacidad de carga de la biosfera decrecientes?
Hay quien piensa que la disponibilidad de materiales y energía será solo una pequeña fracción de la actual. Otros, optimistas, piensan que será mayor. En todo caso, y si no somos unos perfectos analfabetos matemáticos, entenderemos que tarde o temprano la economía, en el mejor de los casos, llegará a un estado estacionario.
Si esos recursos globales tienen la consideración de un pasto comunal en una sociedad ganadera o del agua para el riego en las comunidades de regantes entonces tenemos dos posibilidades.
La primera es que no seamos capaces de introducir un orden y una limitación en el uso de estos. En ese caso hablaríamos de la típica tragedia de los comunes. Los recursos se arrasan y al final el pasto comunal puede mantener solo a una fracción del ganado teóricamente posible o los acuíferos se sobrexplotan y finalmente se agotan, terminando en que la producción de alimentos cae drásticamente. Este sería el pero de los escenarios cuando lo traducimos a nivel global. Un colapso de la civilización que podría, en el peor de los casos, llevar a la extinción de la especie humana. Es la trayectoria que llevamos actualmente.
La segunda es que seamos capaces de llegar a acuerdos globales para reglamentar, al igual que se hacía en la paradoja del cuarto de baño de Asimov, el uso de los recursos y de la capacidad de carga de la biosfera. Difícil pero no imposible.
Asumamos que evitamos el peor de los escenarios (porque sino lo mejor es relajarse y esperar a que llegue el fin) ¿Qué sentido tendrá entonces el capitalismo surgido en el siglo XVIII? Recordemos que el capitalismo es una superestructura social (es decir, un conjunto de reglas y creencias que rige a las personas) y que estaba encaminado a la maximización en la utilización de los recursos para producir bienes materiales. Por lo tanto, y si lo que necesita la sociedad para su supervivencia es justo lo contrario, es decir, la racionalización en el uso de esos recursos, de esa capacidad de carga, la superestructura que nos rige tendrá que cambiar de forma radical.
El futuro tampoco podrá ser un socialismo estatista como el soviético, pues no exíistían apenas incentivos para utilizar eficazmente los recursos y la capacidad de carga.
Por lo tanto esa superestructura futura está aún por descubrir. Pero tomando como modelo las sociedades estacionarias que conocemos que habían funcionado durante cientos o miles de años podemos vislumbrar algunos elementos comunes. El primero es un fuerte componente de cohesión social y de pertenencia a la comunidad. El individualismo tal y como lo conocemos no existe. El segundo es un fuerte corpus de creencias que entra dentro de lo que no se puede transgredir, es decir, muy cerca del concepto de lo sagrado. Con esos dos mimbres ya podemos imaginar algo, que dejo al albur de cada uno, pero que es evidente que en nada se parecerá a lo que tenemos.
Contundente. Y correcto.
Un repaso a la historia, y los paralelismos son evidentes.
Y para más INRI, justo Asimov basó su Fundación precisamente en la caída del imperio romano, de la que sabía un rato largo, y que es, en realidad, la parte de la historia que más se parece a lo que está sucediendo ahora mismo, por mucho que los políticos quieran mirar a 1714.
Precisamente por esta deriva me gusta tanto leer a John Michael Greer…