Cuando se conoció el ingreso de Luis Bárcenas en prisión se pudo escuchar por toda España el nada disimulado sonido de millones de personas frotándose la manos. Al fin y al cabo, nadie se gana el sobrenombre de “el cabrón” entre los suyos sin haber hecho suficiente acopio de méritos y, si es cierto que L.B. (o E.C., como ustedes prefieran) vale más por lo que esconde que por lo que muestra, los cimientos de Génova 13 se han tambaleado cada vez que ha abierto la boca. El lacónico comunicado del Partido Popular tras la noticia, el precipitado abandono del Pleno de Castilla la Mancha de María Dolores de Cospedal o el escaqueo de Mariano Rajoy de los periodistas durante la cumbre europea nos dan una idea aproximada de cómo se ha encajado la noticia en el PP: con gran respeto por las decisiones judiciales y mandándole recuerdos a la madre del juez Pablo Ruz.
Aunque el ingreso de Bárcenas en Soto del Real parezca indicar lo contrario, Luis Bárcenas ha dado sobradas muestras de ser buen jugador, de controlar bien los tiempos y ser perfectamente consciente del efecto de sus declaraciones. Quizás incluso de saber que un buen jugador no gana siempre: gana al final. Al fin y al cabo, no se consigue lucir esas sienes plateadas sin haber aprendido un par de trucos por el camino, y menos si se aprenden las reglas allí donde se juega fuerte. Así las cosas, debemos tener en cuenta dos aspectos fundamentales: primero, que la partida aún está lejos de terminar. Esta no es la última mano, como hemos podido comprobar en múltiples ocasiones. La última mano es siempre el indulto y, hasta entonces, la partida es susceptible de continuar. Y segundo: que lo que Bárcenas calla es su única baza ante la perspectiva de una larga temporada a la sombra.
Además esta partida esconde un componente particular, y es que las cartas que juega Bárcenas únicamente serán efectivas mientras no las muestre. El valor de su mano reside exclusivamente en la amenaza, en el daño potencial que puede hacer si las enseña y, una vez vistas, perderán todo su valor para él. El daño estará hecho y ya no habrá razón alguna para otorgarle un cuidado especial; se le podrá mandar sin miramientos a la celda más oscura e incómoda de la cárcel más abominable y peligrosa sita en el país con menos futuro que se puedan permitir. No les hará falta buscar demasiado. El caso es que, en el momento en que Bárcenas cumpla sus veladas amenazas y difunda sus secretos, dejará de saber más que el resto y ya podrá ser tratado como un cualquiera.
En el fondo, y ojalá me equivoque, el PP y Bárcenas están obligados a entenderse aunque, ¿quién sabe? Es muy posible que Bárcenas necesite recordarle a ciertas personas cuánto sabe y cuánto calla, y decida amagar algún movimiento. Puede incluso que ese entendimiento nunca llegue. Por otro lado, ellos no son los únicos jugadores en la mesa. Hay un proceso judicial y una investigación en curso, e incluso las luchas internas dentro del PP podrían terminar adornando la portada de todos los diarios con políticos de gesto adusto y escolta policial. Hagan sus apuestas. En cualquier caso, resulta descorazonador comprobar bajo qué condiciones podría terminar saliendo todo a la luz. Supongo que esta es la primera regla del juego político en un país sumergente. Es el juego del cabrón: que la verdad sólo se conozca cuando sirva para hundir al adversario.
Estás equivocado, por suerte. Bárcenas va a pringar de lo listo y no habrá indulto que lo salve. De la misma manera que pringará Blesa y Rato les seguirá. No sé qué tan inteligente sea Bácenas o qué tan bien luzcan sus sienes plateadas. Pero “Mister Peinetas” ha cometido el error que muchos “listos” cometen: pasarse de la raya. En un sistema en descomposición e irrecomponible como el actual, lo que calle o deje de callar, no tiene importancia. Saber que el capitán del Titanic falsificó su título de Capitán de Navío cuando el Titanic ya impactó con el iceberg, no tiene relevancia. Hasta en repúblicas bananeras, cuando la cosa no da para más, cae hasta el más poderoso. Por ejemplo, Fujimori y Montesinos cayeron cuando su régimen se descomponía a pesar del poder omnímodo acumulado y la corrupción imperante en el país. Lo que diferenciará a todos los mamones de los últimos anos entre listos y tontos, será, los pringarán en chirona como Bárcenas, y los que abandonarán el país silenciosamente con destino desconocido en el que disfrutar de lo robado.