Señala Bernard Bessierè en “la crisis cultural de la transición y el supuesto modelo francés” que en la etapa final del franquismo, tras la ley de prensa de Fraga se pasó de la censura previa, bajo el estricto control de la iglesia y la dictadura a una mayor liberalización en cuanto a la libertad de expresión. Sin embargo esta mayor libertad se tradujo en una enorme autocensura por temor a que lo que se publicaba no gustase, no fuese del agrado de la fase final de la dictadura. Algo así como que los propios escritores, intelectuales y medios de comunicación tenían miedo a publicar cualquier cosa porque la ley de marras, la de Fraga, era tan difusa y poco concreta en sus prohibiciones que, lejos de mejorar en el campo de la libertad de expresión, se tradujo en un mayor control fruto de la autocensura. Así, se llegó a hacer una encuesta entre diferentes periodistas y autores sobre este tema resultando paradigmática la respuesta de Buero Vallejo: “La enfermedad de la censura previa era probablemente preferible a la autocensura” añorando tiempos pretéritos en donde las cosas estaban mucho más claras.
Esto ocurría a finales del año 75, con la muerte del dictador y el inicio de la transición encima de la mesa. Y así continuó durante algún tiempo más, al menos hasta que la ley Fraga dejó de tener vigencia tras la promulgación de la Constitución de 1978, que garantizaba el derecho a la libertad de expresión aunque es bien sabido que no se llegó a crear una nueva ley de prensa, no era necesario, aparentemente. La transición marchaba a todo trapo y muchos tics de la dictadura seguían presentes: la autocensura de los medios se impuso como una losa sobre periodistas y creadores. Tanto es así que hoy, en pleno año 2013, leemos artículos y opiones que nos confirman en que la autocensura es un hecho todavía existente.
De todos es sabido el trato de favor o pacto de silencio que se alcanzó desde aquella nefasta transición sobre cualquier asunto relacionado con la Casa Real, es decir, con cualquier información que pudiera dañar la imagen del Jefe del Estado y de su familia. Podemos afirmar que continuó esa censura previa transmutada en autocensura durante toda la transición y hasta el 23-F. Después de la asonada militar que, supuestamente, detuvo el rey Juan Carlos podríamos decir que la transición está llegando a su fin. Y sin embargo continúa la terrible autocensura que como ya decía Buero, era casi peor que la propia censura. Y así seguimos, muchos autores no pueden expresar libremente sus ideas ni opiniones sencillamente porque no son publicadas por temor al poder: financiero, empresarial, político y, el más grave en mi opinión por la opacidad manifiesta que ha albergado durante 35 años: el de la monarquía.
Y aunque se haya levantado la presa con el caso Noós, de un nivel de corrupción tal que era imposible que no saliera la podredumbre por las costuras de esa autocensura, no nos dejemos engañar: todavía vemos en prensa y confidenciales varios espacios dedicados a la monarquía para ensalzar su figura, la del rey y su familia, como se hacía en época de Franco. Poco hemos avanzado aunque mucho más de lo que se podía esperar hace tan solo 5 años. La crisis puede que haya tenido que ver algo en todo ello. Pero no nos olvidemos que la autocensura cabalga a paso firme por nuestra sociedad, que es un mal endémido que cabría erradicar y que está protegida por la monarquía.
Ahora recuerdo estar viendo un programa de televisión en el que se hablaba, libremente, en un debate monarquía-república que se hurtó a los españoles en la transición pero que hoy ya carece de sentido negarse a abrirlo, puesto que el ejército es un poder mucho más endeble que entonces, y observar en ese mismo debate, impávido, como el conductor se veía obligado a detenerlo repentinamente. Tras unos momentos de desconcierto, uno de los tertulianos aseveraba: “me han llamado de zarzuela” queriendo decir que “nos estamos pasando”. Esta es la paradisíaca y liberal España. Para hablar de zarandajas y trapisondas, de la basura cósmica del corazón, todo está permitido. Incluso para sacar a la luz escándalos relacionados con la nefasta clase política. Sin embargo, la nefasta monarquía sigue siendo casi intocable, cada vez menos, pero su poder de coacción sigue siendo brutal, la autocensura que impone calladamente nos devuelve a la realidad de los años finales del franquismo. ¿Es qué acaso hubo ruptura?. No fue así, hubo “reforma”, es decir, continuidad y así continuamos.