Alguien se lo creyó durante mucho tiempo, alguien lo difundió en aquellos años de la transición. Todos nos lo creímos en algún momento porque la propaganda funcionó sin ninguna cortapisa. Era una España de pantalones de campana y música de Jarcha y Vino Tinto. Era una sociedad todavía joven, con una media de edad relativamente baja y con muchas ilusiones por haber salido de la pesada carga del anciano tirano agonizante. Pero la dura realidad nos golpeó en la cara sin piedad. Pronto vimos el consenso. ¡¡terrible acepción¡¡. ¿cómo era posible que un comunista y un franquista se pusiesen de acuerdo en todo?. ¿Porqué no sospechamos que algo sucio se cocía ya desde el principio?.
Desde Alemania la socialdemocracia financiaba al enclenque opositor a Franco conocido como “Isidoro” que después descubrimos en contubernio con criminales de Estado, como antes pasaba con el sátrapa asesino. Y llegaron los 80, que comenzaba en España con la asonada militar de Armada y Milans (fieles servidores monárquicos) apoyado por la patochada siniestra del coronel bajo la atenta supervisión de los servicios de inteligencia: “a mi dádmelo todo hecho“. A continuación unas elecciones con un único partido en liza, porque UCD se había disuelto como un azucarillo y gobierno en bandeja para un socialismo de rostro capitalista y caciquil, con un rápido reparto del botín propio y ajeno(Caso Rumasa). La España del pelotazo y del compadreo, del ladrillazo y de la “reconversión” ( destrucción de la industria propia a cambio de dinero rápido de Europa para hacer carreteras y sobornos varios).
¡¡¡Ya éramos europeos!!! pero la democracia brillaba por su ausencia a pesar de que los “españolitos” seguíamos instalados en la patraña de votar cada cierto tiempo creyendo ingenuamente que así éramos más progresistas, que “habíamos alcanzado la democracia”. No teníamos Constitución aunque la habíamos votado tras una extraordinaria campaña goebelsiana de intoxicación y amedrentamiento . En realidad era una involución trufada de ausencia total de control del ejecutivo y nula separación de poderes, base de todo país decente y libre. Había alegría porque había libertad material, movida y un pop arrollador, todo ello a pesar de que el paro alarmante solo era amortiguado por una disminuida clase media fruto del duro trabajo de abuelos y padres. Ya el país se estaba tornando en cincuentón pero lo cierto es que los servicios sociales mejoraron enormemente, eso no se puede negar. La demografía anunciaba una sociedad acomodada y nihilista que pensaba que estaba en el mejor de los mundos posibles con el gobernante más popular de nuestra historia, el otrora “Isidoro”, González, no precisamente Speedy, el dibujo de la Looney Tunes.
Tan popular era que masivamente era reelegido en las falsas elecciones legislativas, en las que al que votábamos en realidad no elegíamos. Eran él y unos cuantos compinches más, con una supuesta “oposición” oficial, dirigida por un exministro franquista que afirmó que la calle era suya mientras un buen número de compatriotas eran abatidos en las gélidas avenidas con balas de verdad, los que elegían por nosotros a unos falsos representantes que aparecían en listas de partido. Pero nosotros pensábamos que “eso era la democracia“. Nos incitaban a votar porque no hacerlo era como ser un mal patriota, un incívico. Todavía no habíamos alcanzado la España de las pelotitas de goma, la represión existía pero seguíamos creyendo, ingénuos seres, que la democracia se consolidaba a golpe de asesinato para acabar con los asesinos. Un crimen de Estado (GAL) que la oposición aprobó: “yo nunca le sacaré los colores por ese tema, señor presidente“.
Así llegamos a la eyaculación de la especulación ladrillera y montaraz constituida en el AVE, millones de comisión hasta para un embajador de Alemania, la Expo del currito hortera y las olimpiadas del chute hormonal del orgullo patrio. Pero ya el sátrapa se estaba agotando, demasiadas filesas, matesas y timexports, demasiados Roldanes y Juanes Guerra. Muchos periodistas conspiraron en la sombra y en el sol para derribar su intolerable dominio consiguiendo que otro pequeño y bigotudo sátrapa se sentara en el sillón de hierro de la oligarquía caciquil. Era el año 96. Tres años de gobierno nacional-socialista-catalanista habían llevado al país al sonrojo y a las primeras dudas razonables de que esto no era una democracia, sino una oligarquía corrupta de intereses creados.
El cretino nacionalista español, otrora admirador de la falange y nieto de reportero-conspirador golpista tomó las riendas con un gobierno derechista-nacionalista catalán, entregando todavía más al separatismo que su antecesor. Pero España ya iba “bien”. ¡¡Ay de quien dudara de ello!!. Las “aves” se multiplicaron en nuestro cielo, lo que antes era un águila ahora era gaviota y todas las capitales de provincia tendrían próximamente su tren rápido con el Madrid más cosmopolita de la historia. Más ladrillo, más sobres no declarados y simple cambio de posaderas en los sillones del poder. Nada nuevo bajo el sol más que un crecimiento espectacular de la espectacular especulación financiero-política bajo el mismo caciquil sistema de reparto de escaños.
Ya España eran 17 nidos de aves carroñeras ávidas de rapiña con la que satisfacer su todavía oculta necesidad de robar para ser VIP y jugar al Pádel en los clubs más chics de la patria. Seguíamos yendo a votar, ahora al necio engreído que se creía nuevo Pelayo, sin haber dejado de ser triste inspector fiscal. Pensábamos, como ahora, que votamos al Presidente del gobierno cuando en realidad deberíamos elegir representantes que han sido elegidos previamente por los inquilinos del poder. Una dictadura encubierta que el nefasto príncipe del buenismo y la progresía de la ceja, Mr. Z, intentó hacernos pasar por el país más democrático del universo porque dos individuos podían tener papeles de casado y el paro había tocado fondo con la escayola y la paleta, con el pintor de brocha gorda y el nefasto pocero del ladrillo. Pero ya la educación había alcanzado cotas inigualables de ignominia en una secundaria masificada y convertida en guardería para aquella sociedad nihilista y despreocupada que se negaba a aceptar que sus hijos eran unos gilipollas. Futuros súbditos sin cultura que podían ser el futuro de un país que siguiera sin preocuparse por la partitocracia reinante, personas que no pensaran por sí mismas y que sólo tuvieran en la cabeza el próximo Madrid-Barça.
El pasivo circulante era inmenso, hasta se daban cheques a cambio de bebés para veranear o comprarse la última pantalla de plasma y poder respirar bocanadas de hedor del mundo de la farándula televisiva. Todos seguíamos creyendo en la democracia, en ir a votar cada 4 años o cada dos si habían europeas o autonómicas, en un festival en el que se imponía el dictatorial trabajo del “listador” que mejor “listaba”, llenando la cámara baja de chupatintas agradecidos y lameculos incultos. La casta parasitaria era ya insostenible, los coches oficiales abarrotaban las autopistas radiales, los aves poblaban en radio media España y los aeropueros comenzaban a aparecer en cualquier melonar abandonado de la península. El derroche era máximo porque el dinero en manos de un grupo de granujas no elegidos democráticamente y no controlados por unos jueces elegidos por ellos mismos era abundante. El maná era inmenso e inagotable. Hasta que estalló la tercera guera mundial o la cuarta, si contamos la “fría”. Irak-vietnam, Afganistán-vietnam y después el hundimiento y la depresión económica mundial del mundo civilizado.
Un cretino registrador de la propiedad con más cargos que pelos blancos en su barba que el abuelito de Heidi, con el culo tullido por haber ocupado más sillas ministeriales que nadie, había sido designado a dedo para llegar al sillón monclovita. Y la crisis lo hizo posible a pesar de su incapacidad para comunicar nada con sentido común. Bárcenas, un ladrón que tenía su despacho junto a él, ahora presidente, ya había demostrado su capacidad para enriquecer a un partido podrido de corrupción que no se quería quedar atrás de la otra pata del régimen, ese espantajo llamado PSOE que ni era partido ni socialista ni obrero. Al contrario que muchos analistas piensan, Español sí era porque los tics autoritarios y la corrupción han sido consustanciales a la esencia española en todos los tiempos, como en otras muchas naciones. La nefasta gestión del Rajoyismo, siempre al servicio de la Troika y Alemania y el rescate a la banca urdido por el de los zapatos y el gallego impenitente nos dejó secos para décadas. Pero la gente había seguido votando, creyendo en la democracia, ese espantajo que unos medios de intoxicación masivos liderados por periodistas al servicio de los parásitos hacían pasar por real aunque viéramos a diario que los ladrones se libraban siempre de la cárcel si habían sido “elegidos” por el dedo de un político e ingresaban entre rejas si robaban para comer.
Los intelectuales( cómplices del sistema) parecían empezar a despertar y denunciar las miserias de un régimen monárquico donde el Rey había estado llevándoselo calentito desde siempre con la callada complicidad de todos los que mandaban y mandan en este país cocotero: políticos, altos cargos, periodistas, medios de comunicación de masas, la banca y los empresarios más amigos de la comisión fácil (véase Colón de Carvajal y Javier de la Rosa, junto con el “Honoris Causa” y ladrón Mario Conde). Mucha gente estaba empezando a despertar de ese largo letargo de dinero fácil y corrupción generalizada. Las clases medias empezaban a pagar el pato de la incompetencia y el latrocinio institucionalizado comenzando a entrever que, en realidad, habíamos vivido en una “monarquía bananera”. Que en el exterior los países serios se mofaban a diario en la prensa de esa España que trató de ser “la más chic” con sus marbellas, Ibizas y palmas, en donde muchos empresarios saudíes y patrios regalaban costosos yates al heredero del sangriento dictador. El pueblo, o al menos, gran parte de él, veía ya claramante que esto no era una Democracia. Y ponían nombres al sistema: Oligarquía de partidos, Clases extractivas, Partitocracia.
Una minoría salía a la calle a protestar difusamente todavía, dividida en sectores: educación, sanidad, minería, etc. pero no se articulaba un movimiento unitario que pidiera unas necesarias Cortes Constituyentes y cambios de raíz para llegar a aquella democracia que creyeron haber conquistado nuestros padres en la nefasta Transición. Los sindicatos, máquinas al servicio de quien les paga, ni “estaban ni se les esperaba”. Ahora no había ruido de sables pero si ruido de pelotas de goma y porras para cualquier “disidente” que se atreviera a tomar pacíficamente la calle. Las mareas habían sido un primer ensayo y quedaba por delante un gran trabajo de concienciación ciudadana para que no votase a los partidos mayoritarios o se abstuviese mayoritariamente. Eran sueños de politólogos,escritores y aficionados a la política que no aguantaban ( aguantábamos) más. Pero la casta que, indecentemente, había recortado servicios eseciales llevando a la muerte de muchos ancianos, seguía derrochando en sus francanchelas faraónicas, parecía no querer tomar nota. Se enrocaban en el poder. Era de suponer que pronto un movimiento revolucionario los barriera de la historia pero ellos contaban con la secular indiferencia del pueblo español, que se adaptaba a lo que fuera y, pensaban, nunca llegaría a la revolución aunque el 27% de ellos estuvieran en el paro. Era una creencia con bases sólidas, pero algo nuevo podía pasar muy pronto, algo que fusionara todo el descontento acumulado. Lo que fuera todavía nade lo sabía, pero la idea estaba en la mente de la mayoría de pensadores y una gran parte de una ciudadanía desesperada y depauperada. Gritaban en las calles ” que no, que no nos representan” o “no hay pan para tanto chorizo” un 15-M de esperanza ya diluído. El pueblo había comenzado a darse cuenta de que España nunca fue una democracia.