España se está cayendo. En realidad lleva así más de un lustro y, poco a poco, se hunde más en la miseria como país, como estado y como democracia (si es que algún día llegó a serlo). La crisis económica, que según muchos prebostes de nuestra plutocracia ha terminado, se encuentra lamentablemente lejos de llegar a su fin. Muchos analistas sostienen que España puede pasar todavía más de una década en un estancamiento real de su economía, con unos crecimientos misérrimos que no generen el suficiente empleo para regresar a tasas de paro propias de país desarrollado. A todo ello podría contribuir una preocupante deflacción de la que se sabe cuando se entra pero no cuando se sale, algo por lo que pasó una economía tan potente como la japonesa durante más de una década: bajo crecimiento económico, estancamiento, deflacción y paro. Por supuesto que todo esto no le preocupa a los líderes de las grandes empresas que cotizan en la bolsa de Madrid. A ellos ya les va bien. Recientemente el presidente de Telefónica aseguró rotundamente que la crisis no existía, que había acabado definitivamente. Unas semanas atrás el presidente del Banco de Santander aseguraba que el dinero estaba llegando a España “por todos los lados, a raudales” como si un ánimo inversor descomunal atrajera a empresas y particulares a una sociedad con cada vez menos capacidad de compra real.
Pero estas retahilas absurdas, que certifican también sus sicarios en el Congreso de los Diputados y en el Consejo de Ministros, no son más que el fiel reflejo de un país dominado por esa oligarquía millonaria, cada día más, rendido, con los brazos caídos por la desmoralización y la apatía fomentada desde el propio sistema educativo que en vez de impulsar el conocimiento consiente adoctrinamientos como el religioso (en un supuesto estado aconfesional), por unos medios de comunicación de masas que intoxican (no hay que olvidar que hay elecciones a la vista y conviene lanzar el eslogan de que la crisis ha terminado). Sin embargo al ciudadano medianamente informado, que bucea en la red y lee diversos medios de comunicación, de diferentes tendencias, es difícil manipularlo pero, por desgracia, a una gran mayoría de la población, incluso cercana a la miseria económica, al límite de subsistencia, se la adormece con multitud de programas que licuan la realidad haciéndola lo más amable posible, inyectado dosis de deportes de masas en vena y tertulias tergiversadas en las que sólo se abordan los temas que a esa misma plutocracia interesan, desviando la atención de lo escencial.
De esta manera España no solo está ya arruinada económicamente, su clase media atacada y depauperada, por no hablar de una clase baja que es más baja que nunca, sino que es un país miserable también a nivel cultural y moral. Pocas personas, en especial las más jóvenes, creen ya en la ética del esfuerzo y la superación. Se ha impuesto una cultura de la complacencia y del enriquecimiento rápido y desmedido que muchos todavía ansían en su ilusión de una nueva burbuja inmobiliaria que les saque del atolladero. Esas mismas personas ahora empobrecidas por haber depositado todos sus ahorros en el vil ladrillo, creen ilusamente que volver a invertir en vivienda les garantizará un futuro mejor. A poco que regresara el crédito, irían raudos a comprar todo lo que esté a precio de saldo propiciando con ello una nueva alza de precios. Pero todavía el crédito tardará mucho tiempo en volver a fluir puesto que la banca, lejos de estar saneada como cacarean los voceros del poder está solamente tapando agujeros y haciendo negocio comprando deuda del Estado, un negocio indecente.
Pero lo más lamentable y, por desgracia, trágico es que se ha deseducado a la sociedad a todos los niveles. En el plano económico no se ha hecho (porque no interesa obviamente) una pedagogía del ahorro como motor de futuro, como posibilidad de inversión productiva a medio y largo plazo, algo que en las sociedades avanzadas está más que asumido. Y a nivel educativo el erial es inmenso y no solo por los contínuos cambios de leyes que no solucionan el problema de fondo. En estos momentos los políticos han conseguido que la gran masa esté aborregada y no piense por sí misma porque, entre otras cosas, se está suprimiendo de la escuela la filosofía y las ciencias sociales, acentuando más los aspectos científico-prácticos. Y una sociedad sin cultura general, que no lee y que no piensa no puede ser masa crítica a la que el poder le tema. De esta forma se puden abordar recortes y supresión de derechos fundamentales sin que apenas haya contestación.
Pero no nos engañemos, la realidad es muy tozuda y nos queda una esperanza: que la crisis se va a perpetuar, que las viviendas no subirán de precio en una década al menos y que eso provocará mayores dosis de indignación a largo plazo. Quizás ahora veamos una sociedad adormecida pero los grandes procesos históricos se suceden indefectiblemente, a pesar de la rémora que puede suponer en un momento dado el conjunto de esa sociedad adormecida, y el contexto internacional nos arrastrará como siempre ha sucedido.
Pero precisamente por ello no debemos esperar pacientemente a que llegue el cambio. Podemos y debemos seguir luchando como sociedad aunque tengamos unos sindicatos más que aborregados, que solo se miran su ombligo y han dejado de ser motor de la protesta, que son permisivos y tolerantes con el poder que les (mal)nutre económicamente. Pero las cosas acabarán cambiando. No sabemos si con un estallido social previo que se lleve por delante a esa indigna plutocracia miserable, dirigida como sabemos desde hace décadas por el anciano cojitranco. Esa Plutocracia partitocrática caerá porque España ya se está cayendo desde hace muchos años. Ellos no lo quieren ver, siguen viviendo en su burbuja en la que la crisis (su crisis) ha terminado, pero esto no es así para la mayor parte del pueblo. El futuro está ahí, solo hace falta alcanzarlo.
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