La famosa frase de Arias Navarro tras el fallecimiento en el hospital del dictador Francisco Franco parece hoy, 38 años después, una broma de mal gusto. No solo nuestro país está todavía poblado de estatuas, calles y plazas en honor a ese enano genocida de Ferrol; no solo existe ese lugar en el que ondean escudos y emblemas del partido fascista, ese Cuelgamuros de la vergüenza que ya debía de haber sido habilitado como museo histórico del horror; no solo permanecen en muchas cunetas del olvido miles de muertos ejecutados sin justicia y que no habían cometido delito alguno más allá de pensar diferente al gobierno surgido de la Guerra. Además de ello vivimos en un país en el que el sistema político que padecemos permanece inalterable desde décadas, tan sólo con algún pequeño cambio cosmético, para presentarnos ante Europa como una democracia y poder así acceder a esa Comunidad Económica que nos financiase nuestros desmanes infumables. Eso que los italianos conocen como Lampedusismo, por la célebre novela El Gatopardo: que todo se de la vuelta, que parezca que haya cambiado, para que todo siga igual.
Porque veamos: a nivel político seguimos como antes, una oligarquía caciquil controla el poder ejecutivo, el legislativo e indirectamente el judicial. Tanto es así que si ahora se cerraran las cámaras (Congreso y senado) nada se notaría. El gobierno aprobaría decretos-leyes con los que legislaría sin necesidad de esperar a que sus señorías apretasen un botón al que habían sido obligados a pulsar. No existe el poder legislativo en España porque el jefe del gobierno, que es curiosamente también el líder supremo de su partido político, elejido a dedo por su antecesor y en el que por supuesto no existe ni un mínimo atisbo de democracia interna, elige directamente a las personas que calentarán los asientos del Congreso de los Diputados mediante el antidemocrático sistema de listas de partido. Si eres un diputado díscolo y se te ocurre votar en conciencia (como exige la Constitución) defendiendo los intereses de tus electores sencillamente no vuelves a sentarte otra vez en tu puesto, eres marginado, expulsado e incluso (asómbrense) multado por ello. Algo solo admisible en una auténtica dictadura, la que tenemos y no nos quitamos de encima, por desgracia.
Algo como sucedido recientemente en la Cámara de los Comunes británica en la que muchos diputados del Partido Conservador, el partido que sostiene al gobierno de Cameron, votaron en contra de su líder evitando la intervención en Siria sería algo impensable en España. Un país sin dignidad alguna, donde ni siquiera las élites intelectuales se atreven a plantear que las reglas de juego son antidemocráticas y, por tanto, tramposas, generadoras de endogamia y corrupción. Que podríamos decir del resto de personas que no merecerían, en la mayoría de los casos, el nombre de ciudadanos por su mansedumbre fomentada por una educación que impide la reflexión y el pensamiento crítico en los alumnos, haciendo desaparecer asignaturas como la filosofía y perpetuando en las aulas la adoctrinadora asignatura de religión católica, algo impensable en un país verdaderamente laico.
Pues sí, señores, esto sigue siendo una dictadura solo que los mass media, fundamentalmente las televisiones porque, por suerte, las nuevas tecnologías, bien utilizadas, permiten ya enterarse de casi todo, manipulan a las masas borreguiles haciéndolas casi insensibles a la política, convirtiéndolas en verdaderos idiotas ( en el sentido clásico de la acepción) y haciendo creer a la sociedad que hay un auténtico juego democrático. Así, cuando se aproximan las falsas elecciones legislativas que no se difencian mucho de las que había durante la dictadura, bombardean incesatemente a esa demos convenientemente idiotizada durante décadas, más pendiente del próximo partido de fútbol o del Reality Show de moda, para que acudan sin dudarlo a los colegios electorales a depositar su voto. Un voto en el que tan solo deciden que dictador ocupará el trono de la vergüenza durante 4 años. No eligen representantes, solo “procuradores” al servicio de su líder que, en casi la mayoría de ocasiones, ni se dignan en utilizar ese foro para preguntar, opinar o hacer visible su presencia allí.
Por eso: Españoles, Franco no ha muerto. Nunca murió del todo en el pensamiento de muchos conservadores españoles que se niegan a día de hoy a condenar una dictadura genocida que ejecutó a decenas de miles de compatriotas expulsando de España a lo más destacado entre intelectuales y científicos, sembrando el país de ignorancia e incultura. Esos mismos que se niegan a cualquier modificación de la Constitución, a que haya nunca un referéndum en el que el pueblo decida la forma de Estado que prefiere. Esos que no quieren que este país sea una democracia y que lo fían todo a una recuperación económica que tardará muchos años en producirse muy a nuestro pesar, que llenará España de millones de pobres sin posibilidad alguna de trabajar más que emigrando, siendo de nuevo expulsados mientras las jerarquías de siempre continuan gobernando en una dictadura encubierta, indignante, en un país rendido a la ignominia.