Que nadie se eche las manos a la cabeza. El que leer quiera este artículo debe de estar desprovisto de prejuicios de todo tipo y, sobre todo, entender que el que esto escribe no entiende la corrección política. Seguramente porque ni soy político ni le debo nada a ninguno. Como tampoco mis emolumentos dependen de participar en tal o cual tertulia o escribir en tal o cual medio de comunicación con una línea ideológico-partidista puedo ser, que es lo que más me gusta, políticamente incorrecto.
Cuando afirmo que hay que lapidar a los que dilapidan que, dicho sea de paso, suena a vulgar juego de palabras, hablo de forma metafórica, a saber: cuando nos encontremos en un lugar público, en la calle o en un restaurante, mercado, sala de cine o cualquier otro sitio con uno de esos políticos españoles que han arruinado para décadas nuestro país o uno de esos consejeros metidos a dedo por los partidos políticos, como el caso de las cajas de ahorro que nos han costado los dos riñones al conjunto de la ciudadanía. Y, en definitiva, cuando estemos delante de esas personas que con total impunidad han destrozado las ilusiones de toda una generación de españoles y que, con su manirrota forma de administrar los recursos públicos, han puesto en peligro el exiguo sistema de bienestar que se había construído durante décadas, ¿Cuál ha de ser nuestra reacción?.
La lapidación metafórica. Propuestas que entren en el marco de la legalidad, que no acudan a la violencia gratuita pero que puedan dar un escarmiento a los que se van a ir de rositas ya que cuentan con un sistema judicial que controlan sus jefes de partido, a través de unos fiscales cagones que obedecen a su señor y unos jueces poco inclinados a meterse en berenjenales (con honrosas excepciones, como la del juez Castro). Como esto es así y muchos ciudadanos han visto que esta pseudodemocracia no permite que el pueblo pueda modificar la legislación vía IPL (hemos visto lo que ha pasado con la PAH), como resulta que ellos tienen la sartén por el mango (los líderes de cada formación), a algunos se les ha ocurrido llevar a cabo “escraches”, algo venido de Argentina y que ha tenido mucha repercusión. Se trataría de ir a los domicilios de los diputados o implicados en actos de saqueo generalizado para entregarles información. Estos actos tan inocuos ya han sido calificados como nacional-socialistas por muchos políticos próximos a la derecha extrema de este país.
Por tanto, hay que proponer otras cosas que , sin prescindir del escrache, justo y necesario en ocasiones, permita que ese sinvergüenza que dilapida nuestros recursos: alcalde, concejal, diputado, ministro, consejero de autonomía, exconsejero de Caja de Ahorros, banquero rescatado que pone todo el dinero del rescate en deuda pública para enriquecerse mientras cierra el grifo del crédito a Pymes y autónomos, etc. sienta el rechazo, el repudio generalizado de esa ciudadanía a la que lleva décadas esquilmando como se esquila al ganado.
¿Qué otras cosas?. Pues aquellas que no sean descalificadas por los medios de derechas y extrema derecha, que son la gran mayoría, como acoso. A lo mejor ya va siendo hora de que cuando entra en una cafetería uno de estos mangantes reciban tales voces de reprobación que se tenga que marchar ipso facto. O cuando encontremos a este apacible individuo ( no daré nombres, pero los hay infinitos) paseando por la calle o leyendo un periódico en un banco alguien le diga alto y claro “sinvergüenza”, “chorizo” y tenga que tomar las de Villadiego. Así durante unos cuantos lustros, como mínimo.
Como hemos visto palmariamente que se ríen de los pobres ancianos estafados por las preferentes los cachorros del partido del gobierno, habría que estar señalándolos con el dedo, para que, algún día, salieran en sus medios de desinformación masiva, televisiones autonómicas, locales o nacionales y dijeran las palabras mágicas que todos esperamos escuchar: perdón, lo siento mucho, me he equivocado….(¿no volverá a ocurrir?) aunque ahora que lo pienso eso ya lo dijo un señor que se hace llamar Rey de este país.
Pero molaría escuchar: he robado y voy a devolver al erario público el dinero que me llevé. Eso podría aminorar o apaciguar las reprobaciones públicas que es necesario que sucedan mientras la casta parasitaria siga encastillada y soberbia, con sus fuerzas de seguridad porra en mano dispuestas a reventar costillas y ojos con pelotas de goma.
Por tanto hay que lapidar metafóricamente a los dilapidadores, es decir, menospreciar, retirarles el saludo, poner mala cara delante de ellos, silbarles en lugares públicos y, sobre todo, utilizar con fino esmero la ironía. Desde luego todo lo que evite que esa caterva o ralea se escude en el tan socorrido acoso.
Yo lo voy a hacer, creo que puede ser una forma pacífica de sacar todo ese cabreo y odio ciudadano sino nos queremos volver majaras de indignación ante la caja tonta o el diario digital. Muchos podrían hacer lo mismo, estoy seguro de que ya lo están haciendo. Y pienso que las protestas siempre tendrán que ser pacíficas y jamás recurrir a ninguna violencia o estaremos perdidos: la casta se enrocará sobre sí misma y denigrará al denigrado. Sirva este mediocre juego de palabras para terminar mi artículo.