Para que triunfe una república en España el nuevo régimen político debería partir de una una estricta neutralidad ideológica. No quiere esto decir que no existan diferentes opciones en el espectro político, en forma de partidos o coaliciones electorales de toda tendencia, sino que la república en sí misma no debe tener ideología. La república es un modelo político en el que el Jefe del Estado debe ser elegido directamente por los electores, cumpliéndose así la necesaria separación de poderes. Pero la república por sí misma no debe ser un régimen que garantice per se un estado social, sino que han de ser los diferentes gobiernos los que apliquen políticas progresistas en el marco de esa república. Vaya por delante mi postura favorable a esta última opción, es decir, a un modelo de protección controlado y financiado por el estado.
Hemos de recordar que la mayoría de movimientos que se denominan republicanos en la España actual son básicamente de izquierdas, pocos lo son conservadores y, cuando esto sucede, suelen estar muy escorados hacia la derecha. Todo esto nos da un panorama complejo y puede que a muchos ciudadanos bien intencionados les produzca una sensación de vacío o de miedo ante el abismo. Muchos conservadores cabreados con la monarquía pueden asustarse un tanto al comprobar, una y otra vez, que todas las propuestas de república son asumidas por la izquierda. Por supuesto tampoco las personas apolíticas o “que no se mojan” estarían dispuestas a la implantación de una república en España si esta fuera copada por la mayoría de estos grupos autodenominados republicanos, eso sin contar a ese grupo de centro-izquierda que se conformaría con un estado social y un “quedémonos como estamos”. El eterno miedo al cambio, como podemos observar.
Uno de los grandes problemas para la implantación en España de una república viene en primer lugar del recuerdo del mal resultado, por llamarlo de alguna manera, que históricamente ofreció la Segunda República. Este miedo, irá disminuyendo con el tiempo, puesto que la población más joven ya no vivió en primera persona esta convulsa etapa de nuestra historia. Pero no podemos ocultar que entre las personas de cierta edad y entre los que han conocido de oídas lo que fue la Segunda República, entre algunas de ellas, de derechas o incluso progresistas existe un recelo. O el temor a una nueva guerra civil. Esto está ahí, especialmente entre los más ancianos. Eso sin contar con las contínuas manipulaciones históricas, fundamentalmente de la derecha y la extrema-derecha que aprovechan cualquier ocasión para denigrar el legado de la Segunda República que fue fértil en muchos campos.
La Segunda República fracasó, obviamente. Ese es el calificativo más adecuado para un sistema político que acabó desembocando en una Guerra Civil y que no supo articular un sentimiento republicano en la gran mayoría de grupos sociales ni obviamente entre las oligarquías. La realidad es que mirar hacia la Segunda República como modelo sería tan absurdo como hacerlo hacia la Primera República, que se saldó igualmente con un estrepitoso fracaso.
Si analizamos las causas de ese fracaso llegaremos a la conclusión de que, en origen, las clases más conservadoras, por una parte, y las más revolucionarias, por otra, no estuvieron dispuestas a aceptar una república burguesa, moderna y democrática como podría ser la francesa, por poner un ejemplo. La derecha más ultramontana, junto a los monárquicos, lucharon desde el primer día por derribarla e instaurar, unos cuantos una dictadura republicana y otros retornar a la monarquía anterior. La izquierda más radical, fundamentalmente el anarquismo, comunismo y un sector más escorado a la izquierda del socialismo pretendían un modelo socializante, de corte anarcoide o marxista. Podríamos citar algunos protagonistas y acontecimientos que corroboran estos hechos, como el papel del general Sanjurjo y su golpe de Estado de 1932, Largo Caballero y su viraje hacia el marxismo, los sucesos de Casas Viejas o la Revolución de Octubre de 1934. Obviamente también existió esa “tercera España”, republicanos moderados que acabaron siendo arrinconados por los más extremistas. Y nadie pone en duda, solo los más fanáticos revisionistas, que el golpe de estado que provocó la guerra lo protagonizaron los militares ultraconservadores patrocinados por el banquero delincuente March y el propio Alfonso XIII, que su hijo trató de alistarse en el frente navarro y que depués el general franco nos dejó el regalito de la vuelta de sus patrocinadores.
Claro está que esta república tuvo muy mala suerte por nacer en una etapa de depresión económica mundial y ascenso de los totalitarismos. Y también porque, en palabras de Josep Pla, quiso ir “demasiado deprisa”, señalando el escritor catalán que su fracaso se debió a su “velocidad”. Según esta teoría, Azaña, en el primer bienio trató de poner en marcha rápidamente unos cambios necesarios que llevaban, sin embargo, más de un siglo sin resolver. La reforma del ejército, de la iglesia y su relación con el estado, ganándose su enemistad para con la república, algo de gran importancia teniendo en cuenta que la gran mayoría de los españoles albergaban todavía grandes convicciones religiosas. Una reforma agraria, cambiando la relación de poder entre campesinado y terratenientes que acabó siendo desbordada por los anarquistas y, por si esto no fuera poco, el proceso para solucionar el problema del encaje de las regiones con una personalidad cultural más acentuada, que tenían desde finales del XIX fuertes movimientos nacionalistas, en la estructura centralista del estado. Todo eso de golpe, en pocos meses.
Muchos autores señalan, con razón, la crisis de la monarquía juancarlista instaurada en España por la dictadura franquista. Es una evidencia que, día a día, se percibe con más intensidad. Pero un cambio de régimen, del modelo de estado, no será posible sin el concurso de todas las tendencias del espectro político (obviando a las fuerzas monárquicas). O, como mínimo, de una parte sustancial del espectro que abarca desde la izquierda ( tradicionalmente republicana) hasta el centro-derecha. Recordemos cómo cayó la anterior monarquía, la del abuelo de Juan Carlos: una coalición en la que estaban izquierda, centro y conservadores, en la que resultó elegido Presidente de la república el ex-monárquico y conservador Alcalá-Zamora. Fue entonces, cuando las fuerzas de derechas cambiaron de bando o, al menos, parte de estas, cuando la monarquía tuvo los días contados.
Es por eso que para que la república triunfe debe partirse de la neutralidad ideológica de esta. Que no sea vista como una república de izquierdas o de derechas. Que sea un modelo de convivencia en el que los ciudadanos vean reconocidos plenamente sus derechos fundamentales y en el que unas reglas de juego garanticen la representatividad popular y la separación de poderes, cosa que no ha logrado la actual monarquía.
Para conseguir este objetivo ansiado por muchos es fundamental que se den algunas cosas: en primer lugar una ley electoral que permita que, de verdad, el ciudadano elija representantes. Lo que se ha llamado históricamente una democracia representativa que, dicho sea de paso, es la única posible en un estado de unas dimensiones como España. No sería ahora el momento de entrar en este tema, pero baste decir que la democracia asamblearia solo sería posible a pequeña escala. En un estado solo es posible, por motivos de operatividad acaso, la representatividad, es decir, que el votante elije a un representante. Otro cantar sería que se introdujeran mecanismos de democracia directa reales, algo absolutamente necesario y que el pueblo pide como el agua un sediento, y que estos se pudiesen aplicar de verdad, que no quedaran en una mera declaración de intenciones como sucede ahora. Me refiero obviamente al referéndum que se podría complementar perfectamente con la votación derogatoria tanto del Jefe del gobierno cada cierto tiempo como de los diputados que incumplieran su programa a nivel de su distrito. El ejemplo de Suiza nos ilumina en ese camino.
Es una necesidad perentoria que los partidos no elaboren listas( ni cerradas ni abiertas, como ya existe para el nefasto Senado). Una de las cosas que debe traer la nueva república es una democracia real en España, algo que reivindicaba difusamente el movimiento 15-M, ya que lo que padecemos para nuestra desgracia no deja de ser una oligarquía de partidos, conocida también como partitocracia. No es la sociedad la que controla el poder ni de lejos aunque cada cuatro años deposite el sobre en la urna sino que, como en una dictadura, todos y cada uno de los poderes del estado han sido ocupados por los partidos mayoritarios, por sus líderes de cada momento, que controlan ejecutivo, legislativo y judicial. Montesquieu ha muerto, Alfonso Guerra dixit. En nuestro modelo el líder del partido mayoritario en el poder, el que gobierne en cada momento, es casi como un dictador. La única diferencia con la dictadura es que hay unas elecciones en las que la gente puede cambiar y poner al otro partido mayoritario y que no existe represión del Estado, aunque hemos visto casos de crimen de estado que se han saldado, obviamente, sin la condena de los más altos responsables ( GAL, etc.).
La nueva ley electoral se debe someter a debate e incluso a refrendo popular pero en ningún caso debe de volverse a las listas elaboradas por los partidos (por el jefe del partido, al que le deben pleitesía los diputados, que votan siempre todos a una, lo que dice su jefe, etc.). Un modelo a estudiar, con todos sus inconvenientes, es el de elección de representantes en distritos uninominales, obviamente mucho mejor a doble vuelta, auténticos representantes de sus votantes y no de sus partidos siempre que se controle la democracia interna de los mismos. Resulta admirable esos países en cuyas cámaras legislativas un diputado o grupo de ellos votan contra la dirección de su partido, como ocurrió recientemente con la votación de la autorización para un ataque en Siria, tumbada por los propios diputados del gobierno, partidario del ataque inminente. En este modelo los partidos pierden casi todo el poder coactivo que conservan ahora. Las sociedades civiles de estas naciones son infinitamente más fuertes que lo haya podido ser en ningún momento la española.
Otro aspecto de enorme trascendencia sería poner en pie una verdadera separación de poderes. Esto no ocurre en la Partitocracia actual. Para empezar, debería haber unas elecciones a Presidente de la República, en distrito único obviamente, donde, por primera vez en España TODOS LOS VOTOS VALIESEN LO MISMO, unas elecciones en las que el pueblo por sufragio universal elegiría al jefe de ejecutivo y del estado o, al menos, al segundo.
En otro momento, habría elecciones separadas a la Asamblea Nacional, Parlamento o como queramos llamarlo. Allí estarían luchando los diputados por sus distritos y ellos representarían al poder legislativo, a los ciudadanos que son los que tienen que hacer las leyes, no admitiendo el Diktat de los jefes de los partidos. El jefe del ejecutivo no podría imponer sus tesis a los representantes de la sociedad, debería negociar con ellos para aprobar los presupuestos o determinadas leyes a las que se hubiera comprometido.
Finalmente el Poder Judicial, o mejor dicho, sus órganos de gobierno, no podrían ser designados, como ahora, por los partidos. Así, habríamos logrado asentar las bases de una democracia: el control del poder, el miedo de los políticos a robar porque tienen a alguien encima que los vigila. Ya tenemos la doctrina de Locke y Montesquieu en pie. Ya tenemos por tanto una España que puede empezar a funcionar como una democracia y no como una partitocracia. Ya tenemos república. Ya podemos hablar con la cabeza alta de la Tercera República Española.
Algunos dirán que todo lo que esbozo se puede dar también con la monarquía. Sí, efectivamente, así es. Pero como la partidocracia actual, es decir, los partidos mayoritarios controlando el 70% de los diputados, se niegan a modificar la Constitución de 78 se hace necesaria la República. Ellos mismos con su incapacidad para modificar el modelo han cavado su propia tumba. La actual monarquía ha quedado francamente en desprestigio por complicidad con el poder económico, por sus “amistades peligrososas” y porque la verdad va comenzando a emerger. Ya ha pasado su época, pudieron en algún momento haber sido honestos y no crear esa inmensa fortuna familiar expoliando a los españoles mientras la censura impuesta o autoimpuesta funcionaba a todo trapo. Pero ya ha perdido su legitimidad si es que la tuvo en algún momento ( recordar que Juan Carlos no juró la Constitución), su tiempo ha pasado. Ya solo queda caminar todos juntos hacia una república, la tercera, que no puede tener ni tendrá ideología intrínseca, sino reglas de juego limpias, sin trampa ni cartón.
Pero ¿ Cómo va ser igual la separación de poderes y los distritos uninominales para elegir diputados en la República que en la Monarquía ? Para empezar, sólo puede haber un régimen democrático cuando todos los cargos,empezando por el Jefe del Estado,son elegidos democráticamente. Este principio es esencial para un republicano, irrenunciable. Tengamos las ideas claras porque si no,podemos desorientar a mucha gente.
Bueno, técnicamente se podría hacer el cambio dentro de la monarquía, es decir, una democracia como la británica es democrática aunque el Jefe del Estado sea la Reina de Inglaterra. En teoría política sí es posible pero en el caso español, después de estos años de ignominia, no creo que sea posible si no es en la República, que repito, no tiene ideología en sí misma. Deben ser las diferentes fuerzas que surjan de las urnas las que den contenido ideológico al nuevo sistema. De hecho pienso que la Constitución debería ser bastante corta no como el galimatías actual monárquico.