El asunto de la confluencia de las “izquierdas”, como se decía antaño, es el pan nuestro de cada convocatoria electoral. Cuando queda todavía un tiempo prudencial para los comicios todos se ponen a trabajar por la posible unidad pero más tarde, cuando nos vamos acercando a las elecciones comienzan a surgir las desavenencias, todo y que sus protagonistas son sabedores de que, sistema electoral en mano, sus opciones de derrotar al establishment disminuyen de forma considerable hasta quedar reducidas al triste objetivo de ser muleta del partido mayoritario.
Pero es un proceso hasta cierto punto lógico. Por eso es preferible hablar de “las izquierdas” y no de la izquierda, al igual que decimos “la derecha” y no las derechas, porque sólo hay una opción de derecha a nivel estatal aunque pueda surgir, eventualmente, un partido liberal de centro y coexistan derechas nacionalistas en determinadas partes del país. Las izquierdas son variadas y múltiples y muy difíciles integrar entre sí. Un ejemplo paradigmático sería el anarquismo. Pero no yéndonos tan lejos, ha resultado imposible desde que comenzó el régimen del 78 la unión a nivel estatal de socialistas y comunistas. Recordemos a Julio Anguita y el rechazo de Felipe González a establecer un programa para gobernar tras las legislativas de 1993. Obvia decir que en aquel caso los socialistas prefirieron a la derecha catalanista, como ahora preferirían a la derecha joven y renovada de Ciudadanos.
Por el contrario la derecha, sin necesitar pactos previos, sabe que desde la extrema derecha hasta el centro todos son posibles votantes. Incluso cuando esta derecha muestra su cara más amable es capaz de arañar votos de esa cosa llamada “el centro” y que todos ansían cual “El Dorado”, quedando reducidas entonces las opciones progresistas a la irrelevancia.
Podríamos debatir eternamente porqué resulta imposible la confluencia pero sólo conseguiríamos perder el tiempo. Al final es como una ley no escrita: las izquierdas nunca van unidas. Por supuesto que se han producido excepciones que confirman la regla: las elecciones de febrero de 1936 amalgamaron a todas las izquierdas en un Frente Popular pero se trataba claramente de un momento de excepcionalidad histórica que hoy no se da, seguramente gracias al señor Draghi.
En condiciones normales las izquierdas siempre van divididas. Algunos dirán que sí es posible, como sucedió en las CUP de las municipales. Allí se logró lo que parecía imposible, no solo unir a las izquierdas auténticas sino establecer un proceso extrapartidario en el que pudieron concurrir candidatos elegidos democráticamente y pertenecientes a la sociedad civil, con listas no plagadas de partidócratas. Pero este modelo de confluencia municipal no se ha podido extrapolar a unas elecciones generales. Primero porque todo el proceso acaba siendo un acuerdo de las cúpulas de los partidos y en el que poco o nada participa la sociedad civil. Además hay que puntualizar que la confluencia se produjo en las grandes capitales, no en todos los municipios. Por otro lado el PSOE (que lo queramos o no un sector de su electorado es también izquierda) no se integró en ninguna, porque siendo del régimen no van a permitir que su estatus se diluya en una “sopa de siglas” (algo parecido a lo que preconiza Pablo Iglesias, curiosamente). Por si esto no fuera poco, el mayor éxito de las candidaturas de unidad popular, admitámoslo, se produjo en aquellos lugares en los que el cabeza de cartel era un personaje de peso político-mediático o una persona de gran prestigio profesional ( Colau o Carmena) y ninguno de ellos obtuvo mayoría absoluta. En la tercera capital del estado, Valencia, la alcaldía no fue para la CUP (que resultó irrelevante) sino para Compromís, un partido de larga trayectoria que no “confluyó”.
En el fondo da la sensación de que los aparatos de los partidos viejos y nuevos de la izquierda velan más por sus intereses particulares que por el bien común del país y se obstinan, una y otra vez, en buscar la confluencia en secretas reuniones de las cúpulas en vez de abrir un debate a nivel social que integrase a lo más civilizado de entre nosotros, a la sociedad civil. Quieren confluencia pero desde arriba: todo para las bases pero sin las bases, como aquella certera máxima de Luis XIV.
Además sus dirigentes han construido un liderazgo mediático, con estrambóticas entrevistas al salir de la ducha o subiendo una alta montaña y no van a ceder parte de su liderazgo a personas menos conocidas aunque sean representativas de la sociedad. Parece que, por ahora, no hay nada que hacer. Solo un pésimo resultado en las generales podría propiciar una catarsis, esa “refundación” de la que hablan algunos ex-dirigentes de Podemos ( la refundación de Izquierda Unida resulta a día de hoy la mayor de las utopías). Es triste que se pueda perder una oportunidad tan propicia.
Esta situación favorece enormemente las opciones del voto útil al PSOE. Pero también es cierto que todos aquellos que se sientan más a la izquierda que ese impreciso centro podrían dar su confianza, a pesar de la cuestionable gestión de estos últimos tiempos, a Podemos, aunque sea solo para ver qué son capaces de hacer con un grupo fuerte de izquierdas en la oposición. Así empezó Syriza en Grecia o el movimiento 5 estrellas en Italia. Podemos es partido joven (2 años) y todavía puede enmendar sus errores, sobre todo si es capaz de integrar en sus listas a personalidades del ámbito de la izquierda social y política y lanzar mensajes claros como por ejemplo una apuesta decida por la separación de poderes. No es ni de lejos esa CUP tan reclamada por amplios sectores de la izquierda pero puede ser un “mal menor” con todo por demostrar y pueden presumir, por ahora, de ser el único partido que se presentará a las elecciones sin pedir ningún crédito a un banco.
Podemos, que ha devenido en partido jerarquizado es, a pesar de todo, mucho más abierto y dinámico que el caduco PSOE. Cometió el error (imperdonable) de “virar hacia el centro” buscando ampliar su número de votantes buscando”una mayoría amplia” que transformase el país. Desde ese momento comenzó a descafeinarse, a olvidar a sus bases en cierta medida y a marchar irremediablemente hacia el fracaso electoral aunque las encuestas de enero estaban claramente infladas por la propia lejanía de las elecciones. Las razones de este movimiento pueden ser variadas y no es difícil pensar que el sistema los puso entre la espada y la pared: o te integras o mueres, a lo que respondieron integrándose, es decir, abandonando la izquierda más radical de la que procedían. Las cartas están echadas y el resultado de la partida está a la vuelta de la esquina, con muchas posibilidades de que algún tahúr acabe mal parado.
Lo que sólo puede querer decir dos cosas: O España es un país de tontos, o es un país de derechas, y siendo como somos un país pobre, ya sabemos que ser pobres y de derechas es ser tontos. En resumen: o somos un país de tontos, o somos un país de tontos.
Yo creo que somos un país que tiene unos problemas muy grandes.
Por un lado la gente sin estudios se cree a pies juntillas lo que diga la televisión. Así que Podemos es el mal porque te quitará la casa. Quiere que España sea Venezuela. Regalarán un salario a todo el mundo. Y cualquier cosa que seguro has escuchado a algún amigo o conocido como es mi caso.
Luego tiene unos intelectuales de izquierdas que son incapaces de llevar a la realidad lo que proponen. Siempre hablan de romper con todo, abajo la monarquía, una nueva constitución y demás. Algo que es imposible de golpe y porrazo por mucho que se ganen unas elecciones.
La gente normal que creo que es la mayoría, sinceramente al final opina con el bolsillo y si debe bajarse los pantalones y votar al partido que no quiere pero que le asegura un puesto de trabajo ten por seguro que les votará. Si esto estalla pues ya se buscará la vida pero hasta que eso pase tiramillas.
Yo por ejemplo en mi localidad he visto como en los círculos de Podemos, al decir si iban a meter a gente en el ayuntamiento, estos decían que no sabían porque había que estudiarlo, ver si se puede pagar un buen salario, la necesidad real. Se levantaba un 70% de la gente y se marchaba por la puerta. En los mítines del PSOE – PP, imagine que era lo que decían. Trabajo para todos, que si barrenderos, basureros, chapuzas o lo que sea menester.
España no es un país libre porque por desgracia gran parte de la población vive gracias a esas migajas o que no miren para que lo haga en B.
Me parece que defines muy bien el problema de la izquierda, y eso se debe al afán de poder poder personal que tienen los dirigentes de izquierdas en vez de buscar cuales son las personas más preparadas se consideran a ellos mismos las personas más preparadas.