Querría lanzar una reflexión al desordenado y caprichoso albedrío de la inmisericorde red. A mi entender, algo muy siniestro está sucediendo.
Nota previa: el texto que viene a continuación tiene algunas descripciones que podrán resultar chocantes para algunas personas (la razón se explica en el transcurso de esta exposición).
Recuerdo cómo un día llegué al salón de casa y encontré a mi madre clavada delante del televisor observando muy atenta una escena que me resultaba un tanto extraña. Yo tenía once años, por tanto, no supe interpretar en aquel momento lo que estaba viendo, pero lo recuerdo perfectamente. Una suerte de alboroto con una pareja de ancianos, ambos maniatados, los colocan en una pared y… zas… los fusilan sin mediar aviso. Algo me decía que aquello era real, no tenía pinta de película ochentera. Qué situación tan violenta. Mi madre no se lo esperaba, no me habría dejado ver aquella escena de ninguna de las maneras, pero se podría decir que se coló por el tubo de rayos catódicos un poco a traición. Por supuesto con el paso del tiempo puse nombre al matrimonio Ceaușescu y pude comprender aquella secuencia de imágenes que vi de niño.
Años más tarde, un jueves por la noche, tenía desplegados todos los pertrechos de la asignatura de Dibujo sobre la mesa del salón (otro salón, nueva casa), empezaba el curso en el instituto, sería la primera o segunda semana quizá, y justo delante tenía el televisor encendido. Aquella precisa noche Elena Ochoa estrenaba programa y lo hizo de la siguiente manera:
«Buenas noches. Siempre me he preguntado qué es lo que puede ocurrir en la mente de un ser humano que le puede llevar a hacer esto»
Y acto seguido, a bocajarro —nunca mejor dicho— se emite esto a los veintidós segundos de iniciar el programa:
https://www.rtve.es/play/videos/luz-roja/violencia-casa/5755868
(Programa Luz Roja, día 13 de octubre de 1994, primer episodio. Presenta Elena Ochoa y dirige Narciso Ibáñez Serrador).
Para apostillar a continuación:
«Impresionante, ¿no?, y triste»
Una vez más el impacto en mi cabeza fue brutal, jamás olvidé esta escena. Sí, es cierto que el programa empezaba con el siguiente aviso:
«El siguiente programa mostrará imágenes que pueden herir su sensibilidad y no es conveniente que sea visto por menores.»
Y fue, precisamente, lo que sucedió. Mi madre no estaba en casa y yo ―menor― estaba estudiando con la televisión encendida. El suicidio de Robert Budd Dwyer me atormentó durante una buena temporada. Por supuesto la imagen de la sangre que brotaba a borbotones por la nariz resultaba extremadamente violenta para la televisión de aquella época, pero más violento aún resultaba la falta de contexto… el no entender qué demonios acababa de suceder y el porqué. La aparente arbitrariedad era lo que resultaba más violento. ¿Por qué aquel acto tan desesperado e impulsivo de volarse la cabeza con un revolver gigantesco delante de las cámaras y otros asistentes? La escena dura escasos segundos, lo suficiente para sembrar infinitas incógnitas en la cabeza de un adolescente (de la época). El tema del programa era «La violencia en casa». Al igual que con los Ceaucescu, con el tiempo puse nombre y contexto al suicidio de Budd Dwyer que, por supuesto, no tenía ni la más remota relación con la violencia en casa, pero fue sin duda la estrategia usada por Chicho para cosechar el impacto y audiencia pretendida… queda claro que ya existía el clickbait por aquel entonces, lo que pasa es que no eran clics lo que se cosechaba todavía.
Formo parte de una de esas generaciones (como ya indiqué en otra publicación) nacida en una época en la que los domicilios eran profundamente analógicos, y en ocasiones carecían incluso de cualquier tipo de tecnología. Recuerdo algunas casas de amigos y familiares que ni siquiera tenían teléfono o, por ejemplo, lo más tecnológico que tenían era el timbre de la puerta. Hoy parece impensable, pero muchos somos testigos de ese arco tecnológico, casi como aquella elipsis temporal de la escena del simio Moon-Watcher con la tibia en 2001 Odisea en el espacio de Kubrick. Mi primer ordenador fue un Sinclair ZX Spectrum de 48k, montábamos los juegos en un lector de cintas que tardaba unos treinta o cuarenta minutos en cargar un simple juego compatible con su procesador de 8 bits.
Hemos pasado de marcar el número de nuestra abuela en un teléfono de rueda a marcar una consulta médica usando nuestro teléfono móvil, acceder a los resultados de una analítica de sangre o realizar una transferencia inmediata. Todo a una velocidad vertiginosa. Sí, han transcurrido unas décadas… pero ¿ha conseguido la sociedad encajar estos cambios al mismo ritmo? A priori podríamos decir que por supuesto, caso contrario la ley de Moore habría alcanzado un tope asintótico o límite superior en algún momento durante estas décadas, el mercado no habría facilitado esta escalada por el empuje de la demanda. Ahora bien, con toda seguridad ese «encaje» tendrá consecuencias, algunas buenas (o estupendas), otras no tan buenas (o incluso nefastas).
Como dije, a mi entender, algo muy siniestro está sucediendo… tengo la sensación de estar ante un caso claro de síndrome de la rana hervida.
https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_de_la_rana_hervida
Con la entrada en escena de las televisiones privadas en España a partir de 1990 se podría decir que empezaron los «Roaring Nineties», tuvo como consecuencia una truculenta competencia por la audiencia… Alcácer, Puerto Hurraco, o un sinfín de sucesos sobreexplotados hasta el extremo, no hace falta entrar en detalles porque todos fuimos testigos. Al término de esa década era frecuente encontrar algún tipo de ordenador personal en las casas con una conexión vía módem 56k o incluso conexión DSL, que ya empezaban a estar disponibles en el mercado en ese momento… y con estos servicios la explosión de la World Wide Web. Antes de llegar al 2000 ya existían sitios como el famoso rotten dot com y años más tarde portales como LiveLeak, donde la gente (alguna) compartía y buceaba en contenido de lo más extremo.
La gestión de este tipo de contenidos es bastante más compleja de lo que parece desde el exterior. Quienes hemos tenido ―o tienen― contacto directo o indirecto con el trabajo en los centros de atención telefónica (call-center) conocerán la situación de los «moderadores de contenido». Por lo general no atienden ninguna llamada telefónica, pero suelen formar parte del servicio que las empresas contratan como parte del soporte. En este caso es relevante la moderación de contenido que se hace para compañías de redes sociales en las que el propio usuario tiene la posibilidad de publicar contenido. Creo que en el siguiente artículo se transmite una idea bastante fidedigna de la problemática a la que me refiero:
https://www.lavanguardia.com/vida/20231006/9279078/mi-cabeza-solo-hay-muerte.html
El artículo comienza con la siguiente descripción:
«Es el vídeo de un hombre, alcoholizado, que asesina ante la cámara a su hijo, un bebé de meses. Le clava un cuchillo en el pecho, lo abre, le arranca el corazón. Muerde el corazón. “Los gritos del bebé. Sangre, mucha sangre…”»
La inteligencia artificial no resuelve este problema… hace falta echar mano del «factor humano». Corregir y filtrar este tipo de contenidos es un problema gigantesco para las distintas empresas dado que, a fin de cuentas, son responsables subsidiarias de lo que acaba por difundirse a través de sus infraestructuras y servicios. Esta variable pesa de forma muy negativa en su gestión; que los usuarios generen el contenido es, sin duda, extremadamente rentable… pero una vez alcanzadas ciertas dimensiones de negocio, tener que fiscalizar todo ese contenido es materialmente imposible. Los métodos automáticos que se han usado hasta el momento son poco óptimos y fallan bastante, de ahí la necesidad de recurrir al factor humano… ironías del destino. Estos contenidos se clasifican en función de su gravedad, siguiendo una serie de criterios establecidos por la propia empresa. Esta moderación de contenidos pasa bastante desapercibida, pero queda una certeza vista desde dentro: hay gente zumbadísima en el mundo. Por todas partes. Afortunadamente representan un porcentaje ínfimo de la población, pero es una realidad. El problema es cuando esas «distorsiones» empiezan a normalizarse por el mero hecho de recircular de un teléfono a otro, incluso de forma viral.
Hay otra realidad que pasa desapercibida, pero es muy frecuente en este momento: la morralla, el peor contenido acaba recirculando en los teléfonos de adolescentes y gente mayor. He mencionado antes mi generación por esta razón, los que hemos ido acompañando la evolución y el desarrollo explosivo de todo este fenómeno somos capaces ―algunos― de identificar contenido que no debemos reenviar, hay que cortar esa cadena. Hay contenido nefasto y muy dañino tanto para jóvenes como para mayores. Un chaval de dieciséis o catorce años se puede topar con el vídeo de una decapitación en el chat de su grupo de clase o de amigos, por ejemplo. En otras palabras… la rana no es consciente de que el agua va aumentando de temperatura poco a poco. Los moderadores de contenido entran en escena también cuando algún usuario ha reportado una publicación determinada… pero solo tumbará ese contenido si se cumplen los criterios de la empresa (a veces bastante cuestionables y sin lugar a réplica por parte de los usuarios).
Por ejemplo, me topé con la siguiente escena ―en abierto― en la timeline de una famosa red azul:
Un grupo de personas que se encuentran distribuidas sobre una pila de escombros. Estas personas observan a dos individuos, uno adulto y otro menor de edad, ambos en el centro de la escena, en la zona baja de este montículo. En el suelo un individuo (adulto) yace como herido o desorientado. El adulto entrega al menor un cuchillo de grandes dimensiones y éste (el menor) procede a decapitar al individuo que estaba en el suelo, estando vivo todavía. El vídeo se muestra sin ningún tipo de edición o difuminación.
Esta escena, una situación de lo más grotesca que se pueda imaginar, se publica en abierto en una red social. Con toda seguridad en un determinado plazo de tiempo se convertirá en contenido moderado, pero en ese lapso alguien ha descargado el vídeo y lo hará circular en sus grupos de mensajes. A su vez, el autor inicial de esa publicación habrá recibido el vídeo por mensaje directo o por cualquier otra vía antes de publicarlo… y así sucesivamente. De poco o nada habrán servido los esfuerzos de moderación a posteriori. El trabajo de los moderadores consiste en entregar su cerebro y salud mental a cambio de un sueldo y de peinar una timeline en busca de las situaciones más abyectas que la condición humana pueda concebir, situaciones que incluso transmitidas por escrito provocan angustia y desazón. O no. Hay gente muy aclimatada a la violencia extrema, y nada les mueve (como es el caso del mexicano P. del artículo de la Vanguardia enlazado arriba). Las imágenes más extremas y violentas del antiguo portal rotten dot com con frecuencia venían de las favelas brasileñas, es comprensible que quien vive sometido al estrés constante de este tipo de contextos tenga un umbral de tolerancia mucho más elevado que el resto. Pero esto no dice tanto a favor de esas personas como en contra del contexto en el que viven. Intentar adaptarse a una sociedad enferma es un mecanismo de defensa, pero esa sociedad seguirá estando enferma a pesar de que haya gente capaz de adaptarse a ese contexto.
Hoy, la Elena Ochoa de turno es un usuario cualquiera (anónimo o no) en alguna red social publicando un contenido extremo (de cualquier tipo, los hay de todo pelaje) que se vierte a la red como algo que rebasa otros canales más reservados. Así los contenidos más extremos pasan desapercibidos o mezclados entre otro tipo de publicaciones, memes, noticias, etc. El agua se va calentando de forma discreta… poco a poco, la rana ni se da cuenta. El equivalente a Chicho Ibáñez Serrador sería el oligarca de turno, propietario redentor del ágora moderna, garante mesiánico del fundamentalismo democrático actual. Uno de ellos andaba preocupado hace un par de semanas porque un juez en Brasil le quería quitar su Scattergories. Sin embargo, no le preocupa que su red social publique (y no retire) imágenes de personas siendo torturadas. Angelito.
En la esfera anglo se usa el concepto de «war porn» (pornografía de guerra) para identificar los contenidos especialmente truculentos y grotescos de cualquier escenario de guerra. Nos encontramos en una fase en la que este concepto está en su apogeo máximo… la red está infestada de contenido de este tipo. Se pretende de forma deliberada normalizar el hecho de publicar sin ningún tipo de cortapisa cómo un soldado revienta en pedazos al pisar una mina o cómo se ha convertido en espectáculo de masas la ejecución por dron de algún individuo. Los usuarios se recrean al ver saltar por los aires a un soldado herido o agonizante que ya no representa ninguna amenaza, sobre el que se deja caer algún tipo de artefacto explosivo transportado por dron de forma a que lo reviente vivo de forma inmisericorde. El objetivo es, por supuesto, grabarlo y difundirlo (hay equipos dedicados en exclusivo a esta tarea ― ¿…?―). El cerebro de la ranita ya está completamente cocido, no hay filtro. Estamos todos mirando a la arena del circo, como se hizo antaño.
Nos va a sorprender que las generaciones más jóvenes, nativos del medio y acomodados a esta dinámica, reflejen algún tipo de incoherencia comportamental. Sufren con la imagen de un gatito abandonado y se recrean con la imagen de un individuo desmembrado por una mina (si se les dice que ese soldado es el «enemigo», sea lo que sea que eso signifique en este momento). Algo muy siniestro. Observo con frecuencia una gestión de las emociones y empatía bastante esquizoide pasando del extremo a la nada en un pispás… estamos, en definitiva, ante una audiencia tutelada, cuyos impulsos se gestionan a base de impactos (unos más extremos que otros) de forma a canalizar su foco de atención y su actitud ante cualquier situación actual. Incluso personas con formación académica más que solvente y suficiente sucumben ante este tipo de ardides. Quizá uno de los mayores retos del tiempo que nos ha tocado es el de gestionar el incesante flujo de información al que estamos expuestos y en ocasiones, por desgracia, la mera formación no es suficiente. De ahí que cierto material acabe recirculando con intensidad en las franjas de edad más frágiles y expuestas a este tipo de contenidos. Insisto… siniestro.
Argumentaba Fernando Savater en su libro El valor de educar (un libro publicado en plena ebullición de aquellos «roaring nineties») que el problema de la televisión (al menos la de aquella época) no radicaba en la calidad de los contenidos sino en que los niños accedían a los mismos antes de tiempo, sin medir las fases naturales de la infancia. La televisión rompía los tabúes y exponía a los niños a los temas más complejos de gestionar, temas que en definitiva pueden marcar (un poco o mucho) el crecimiento y desarrollo posterior, de ahí mi referencia a la anécdota personal de cuando me topé a bocajarro con el estreno del programa Luz Roja. Si esto era un problema entonces… podríamos decir que ahora es ya un desastre. El ágora internauta se me antoja como una versión digital de El señor de las moscas, donde los usuarios son una suerte de niños desbocados en ausencia de referencias que marquen un poco la cordura y sensatez a la hora de rebozarse en el fango digital. Sí, en efecto dije antes «audiencia tutelada», como dando por hecho que debe existir un «tutor» cabal, una suerte de adulto en ese contexto de El señor de las moscas… nada más lejos de la realidad. Este tutor se encarga de gestionar la temperatura del agua en el cazo donde chapotea la rana todos los días; este tutor no es capaz ni de garantizar la salud mental de sus moderadores de contenido, y tampoco tiene la menor intención de hacerlo, no es rentable… cuando unos revientan, entran otros.
Hace tiempo tenía intención de escribir algo con relación a esta tendencia siniestra pero no había encontrado el momento. Sin embargo, hace un par de días me topé en mi timeline ―en una misma tarde― con las siguientes escenas:
.- Un individuo camina tranquilo por una carretera, en su mano derecha lleva lo que parece ser un machete de grandes dimensiones, en la izquierda agarra una larga cabellera oscura de la que cuelga la cabeza sangrante de una mujer. La lleva como el que carga un saco de la compra.
.- Un grupo de soldados con el rostro tapado se encuentra en lo que parece ser una escuela. Otro grupo aparece maniatado y tumbado sobre el suelo. El soldado que graba el vídeo se acerca a uno de los detenidos, que se encuentra agarrado con cinta aislante (manos y pies) a los barrotes metálicos de un pupitre colocado del revés en el suelo. Se mofa del detenido y otro soldado acciona una corriente eléctrica que pasa por el metal del pupitre al cuerpo del detenido. Risas.
.- Una niña de unos doce años se graba junto a otro menor delante del espejo de un cuarto de baño. La niña juega con una pistola, sin querer le pega un tiro en la cabeza al chico (¿hermano?) y del susto y con el retroceso del arma se le gira en el dedo hacia su propia cabeza y el arma se dispara sin querer. El móvil queda grabando y la familia desesperada intenta abrir la puerta del baño.
.- Un padre agarra los restos de una hija, de unos tres o cuatro años, completamente deshecha después de un bombardeo; del cuello cuelga algo muy difícil de distinguir, quizá el diez por ciento de un rostro infantil.
En fin… es algo constante y omnipresente. Cada vez más. Podría colocar los enlaces directos a estos vídeos, pero no lo voy a hacer, no los voy a difundir. Acabo de verificar y siguen colgados, sin mediación alguna. Si lo tumban, vendrá otro individuo que lo volverá a subir, y así sucesivamente. Son imágenes que se hacen virales, es fácil que si alguien lee estas líneas se haya topado con estos mismos vídeos hace unos días. Conviene tener en cuenta que hay gente que disfruta realmente de este tipo de contenido, unos se atreven a confesarlo o reconocerlo, otros no dicen ni mu. Los hay aficionados a la casquería y gore, lo encuentran «divertido»―es un género ya consolidado―, pero de ahí a las situaciones reales hay un trecho.
También hay quien esgrima el argumento del derecho a la información… puro cinismo. Una cosa es informar y otra muy distinta ordeñar tiempo de atención a base de hervirle el cerebro a todo tipo de usuarios y espectadores. Se podría considerar, de hecho, una agresión en toda regla. Parece que los delitos de odio son gravísimos, pero que un menor vea en un chat en grupo entre amigos a un individuo eviscerado y moribundo siendo alcanzado por un proyectil es una mera contingencia de los tiempos que nos han tocado vivir. Mala suerte. La ranita va asimilando la temperatura, poco a poco, sin decir nada… los problemas solo saldrán a flote años más tarde y, por supuesto, serán irreversibles. Un niño no le va a decir a sus padres que ha visto una violación grupal en el teléfono de Fulanito o cómo le impactó ver a una chica aplastada por un bulldozer en el teléfono de Menganito. Eso se guarda, se digiere, no se dice. Con el tiempo, surge el reflejo nervioso ―casi inconsciente― de reírse ante la desgracia ajena, ante el sufrimiento de otros. No es poca cosa.
Lo importante, supongo, es que no se nos asocie de nuevo con la censura o la Santa Inquisición, no vaya a ser que dejemos de ser virtuosos y ejemplares.
En China no se difunde este tipo de morralla en las redes sociales. Este contenido es, en la práctica, una agresión al usuario de la que es responsable en última instancia la propia empresa que o no es capaz de filtrar, o sencillamente no filtra estos contenidos porque acomodando los criterios de moderación consigue configurar una opción más laxa de difusión que la exime de responsabilidades. Parece que los chinos son los malos de la película, los últimos censores. En breve lo vamos a descubrir, con el tiempo podremos comparar la salud mental de ambas sociedades y veremos qué modelo resulta más próspero. Seguro que todo va a ir bien… ¿qué consecuencias podría acarrear desensibilizar a granel a todo tipo de usuarios, especialmente a los más vulnerables?
El control parental sirve un poco como eximente de responsabilidad y descargo de conciencia, pero parece que las cosas son bastante más complejas y difíciles de gestionar (que se lo digan a los moderadores de contenido). En la red azul no se pueden publicar dos pechos, pero se pueden publicar decapitaciones; en la red del pajarito no se pueden expresar según qué cosas (si usas algún término concreto tu cuenta puede acabar bloqueada o penalizada durante un determinado tiempo), pero se puede colgar «war porn» con sesiones de tortura real o pornografía en abierto.
Lanzo esta reflexión dado que últimamente parece que esta dinámica se intensifica de forma sustancial. Aquello que antaño se distribuía en sitios como los mencionados rotten dot com, LiveLeak o tantos otros, hoy circula en abierto aglutinando todo el abanico de categorías en una misma plataforma en cada caso: carteles de la droga, favelas, war porn, asesinatos, violencia en general de todo tipo, sin mencionar toda la sección relacionada con la pornografía (explícita o encubierta), OnlyFans, etc. Parece que esta dinámica adviene casi de forma divina o mesiánica de la propia naturaleza del negocio, como si de una ley natural se tratara… es que no se puede evitar que una cuenta con decenas de miles de seguidores publique la tortura de una persona herida… ¿Qué se podría hacer? Qué dilema, qué difícil (al margen del sarcasmo, dicen que los chinos lo tienen claro, ya veremos).
Por tanto, es importante constatar que hoy es necesario estar adaptado a la exposición a todo tipo de violencia. Esta necesidad no es natural ―menos en una sociedad desarrollada―, deriva directamente de la forma como se gestionan este tipo de contenidos y su difusión (y en esto hay responsables). Parece evidente que cuanto más desarrollada sea una sociedad, más sensible será su público general a este tipo de contenidos, cuanto más violenta, más desensibilizado su público. Se produce por tanto la paradoja de que nuestra sociedad es bastante segura (en comparación con otras) y se está adaptando a este tipo de contenidos muy rápido. Se está normalizando esta disposición de la población única y exclusivamente por la mera exposición a través de estos canales de difusión. Sí, la vida es dura y la guerra más, pero explotar este tipo de contenidos no se hace con ninguna intención bienintencionada o informativa, no seamos ingenuos. En este momento nuestro país no está en guerra, por ejemplo, sin embargo, el consumo de «war porn» es constante. Esto, aunque lo parezca, no es arbitrario y sigue una estrategia deliberada (daría para un debate muy extenso y complejo). Frente a esta dinámica queda la certeza de que nadie tomará medidas (efectivas) para corregir este problema… todo se quedará en buenas intenciones y platitudes como dicen los anglos.
Seguro que alguien, leyendo estas líneas, podrá decir que esta reflexión es una suerte de pataleta snowflake… bueno… téngase en cuenta que hay moderadores de contenido que acaban de baja, literalmente, con la cabeza completamente rota ―poca gente habla de esto―. El usuario valiente que alega haber visto todo tipo de contenido sin tan siquiera pestañear, quizá, no lo ha visto todo (porque, hasta cierto punto y a pesar de todo, los filtros se han intentado aplicar). Y en caso de haber visto ciertas cosas y no pestañear, entonces tiene un problema bastante serio y sería bastante deseable que el resto de usuarios no estuviese cortado por el mismo patrón. Por regla general la exposición a este tipo de contenidos sigue un proceso de escalada, no se empieza directamente por lo más grotesco. Se empieza aclimatando al tipo de contenidos, normalizando, acostumbrándose, y cuando uno se quiere dar cuenta ya tiene una serie de imágenes que no es capaz de quitarse de la cabeza. Por otro lado, ver cómo un cartel decapita con una motosierra a dos hombres maniatados no convierte al usuario de una red social en una persona más y mejor informada. Sí, es cierto que las atrocidades, genocidios, etc. deben ser situaciones documentadas para intentar buscar justicia a posteriori, pero sigue sin haber justificación para la difusión y exposición indiscriminada de este tipo de contenidos al público en general. Teniendo en cuenta, además, que las edades en estos casos son límites difusos: un «adulto» de dieciocho años le puede pasar un clip a su amigo de diecisiete, éste a su primo de dieciséis, el otro a su hermano de 14… nada nuevo.
Lo que parece evidente es que esos filtros por alguna razón se están perdiendo por el camino, y no barrunto el porqué. O sí lo barrunto… y no me gusta nada, de ahí el uso del adjetivo «siniestro». No hay una conciencia generalizada con respecto a este problema que empuje y obligue a quien corresponda a diseñar, sin ambages, cortafuegos y medidas efectivas. Pero lo expuesto en esta reflexión, en el momento presente, es un «no problema» para la opinión pública, y esto sucede porque pasa bastante desapercibido para un volumen importante de gente. Hay padres a los que ni remotamente se les pasa por la cabeza lo que circula en el teléfono de sus hijos ―o de los amigos de sus hijos―, están en realidades muy distantes. Esto ha sucedido con todas las generaciones, verdad sea dicha, pero en este caso parece una bomba de relojería a la espera de hacer clic.
Hoy mismo me topo de nuevo con un vídeo que circuló hace un par de años ―sin censura, en abierto― de la tortura a una pobre muchacha a la que hacen de todo, empezando por quemarle el pelo, agredirla de forma muy violenta con varios objetos, desnuda en un descampado, un vídeo horrible. Todo debido a su origen. El keyboard warrior de turno celebrará la agresión por ser de donde es. Si un ejército, un cartel, un grupo paramilitar o quien sea, graba este tipo de contenidos para amenazar o atacar a otro ―por tanto, para agredir―, ¿qué nos hace pensar que permitir la difusión abierta de contenidos así tiene algún tipo de sentido? Material que directamente se concibe como arma de extorsión o amenaza. Este material debería ser usado por quien corresponda para investigar y buscar justicia dado el caso, ¿pero qué sentido práctico tiene publicarlo como se hace en este momento? Desde luego estas empresas están explotando la misma estrategia que usó Chicho en aquel programa, que por otro lado tampoco era algo novedoso en otros sitios. Chicho se dejó llevar por «el estilo norteamericano» en aquella apertura del primer episodio de Luz Roja (tanto que tuvo que recurrir a imágenes de archivo yanquis, por supuesto).
Creo, sinceramente, que en general no somos norteamericanos por aquí. Ni ganas.
*.- Dedicado a esos moderadores de contenido invisibles, que bregan con lo más abyecto de la arena del Coliseo moderno.
Citas el caso de Robert Budd Dwyer, suicidio ante las cámaras. Hay una canción en homenaje a ese pobre hombre:
https://www.youtube.com/watch?v=czmA715EiJc&rco=1