La importancia que uno de los principales fundadores de la República representativa, Thomas Jefferson, concedió al Jesús histórico tiene la evidencia en la compilación que de los textos evangélicos hizo para su “the life and morals of Jesus of Nazareth“. El objetivo de Jefferson era rescatar el alto valor ético y humanístico de la enseñanza del galileo desposeyéndola de las “especulaciones platónicas, gnósticas y escolásticas” que la habían desfigurado. Ese núcleo para Jefferson era éticamente indestructible y sobre él debía basarse la virtud republicana, de la que la Constitución de los EEUU sería una de las expresiones legales más logradas. Este cristianismo natural y primigenio difería sustancialmente del institucionalizado a partir del concilio de Nicea, tras el cual la Iglesia Romana quedaba atada, mediante el pacto de concordia-consenso, a la monarquía cesariana, por el que a esta le correspondía el gobierno sobre los cuerpos y a aquella sobre las almas. Este pacto aunque alejaba a la Iglesia del pensamiento primigenio de Jesús, conservó de este, sin embargo, un principio proto-republicano: la separación de la Potestas.
Aunque Constantino siguió teniendo al mismo tiempo el título de Emperador y el de Pontifex Maximus, máxima y absoluta autoridad religiosa, en los sucesivos concilios la Iglesia logró completar tal separación de la potestas. Hay que darse cuenta de un hecho fundamental para apreciar esta conquista eclesiástica frente al poder monárquico: el religiosamente heterógeno Imperio romano estaba unificado político-religiosamente bajo el culto al Emperador –Divi filius-, el negarse a adorar al Emperador significaba un delito de traición contra el mismo Estado romano. Una gran victoria de la Iglesia. Sin embargo, por el pacto de Concordia, la Iglesia quedaba subordinada a la Corona, al tener que reemplazar la divinidad, ahora arrebatada al Emperador, por el derecho divino con el que el nuevo Dios cristiano legitimaba el Poder político de este. Esta dependencia mutua entre ambas instituciones convertía, no obstante, el discurso de la Iglesia en ideología monárquica y la separaba así de la Comunidad de fieles-seguidores, la cual, Jesús, la primitiva comunidad de Jerusalén y hasta el mismo Pablo habían hecho objeto y sujeto de la liberación político-religiosa, convencimiento que los llevó al martirio. Para el cristianismo primitivo la Comunidad-asamblea era efectivamente la Iglesia. Yendo en contra de su misma razón fundacional, la nueva iglesia, en concordia y concordato con el Estado, dejaba de representar a la Comunidad. Esta falta de representación y control condujo, como es sabido, a la corrupción y el abuso del Poder religioso y monárquico, al imponerse el Poder de arriba abajo. Por contra, provocó una cada vez mayor desafección de los creyentes, exteriorizada en cismas y descreencia, que con el tiempo ha terminado por petrificar a una iglesia parapetada en el culto ritual y las doctrinas jerárquicas.
La iglesia católica arrastra el fósil monárquico-cesariano que niega a la Comunidad y que por tanto, suicidamente, le priva del Elán colectivo que constituye su propia fuerza y espíritu original. Recuperar a la Comunidad en su forma moderna, que sólo puede ser democrática y republicana, es recuperar al propio “cristianismo” original y prístino de Jesús, como la moderna investigación histórica y la exégesis confirman. En palabras del investigador e historiador John Dominic Crossan: ” Jesús no fue crucificado por razones religiosas, sino porque sus enseñanzas sociales a las masas de parias y desclasados amenazaban seriamente al Poder de la Iglesia (autoridades judías) y del César (autoridades romanas)“. Podemos constatar como tras la muerte de Jesús, la Comunidad de Jerusalen se conduce con entusiasmo hacia formas arqueo-democratizantes y donde el poder-prestigio de los “dirigentes” descansaba en su autoritas, mientras que la potestas quedaba separada en las tres famosas columnas (Santiago, Pedro y Juan), de los que escribe Pablo en Gálatas y Lucas en Hechos. La primera muestra efectiva de separación de poderes en una comunidad de la antiguedad, con caracter siempre provisional, prefigurando un germen republicano que se remonta a las mismas ensenanzas de Jesús. La Jerarquía cesariana de la iglesia no tiene ni siquiera apoyo en Pablo -sus cartas pastorales son apócrifas escritas mucho después de su muerte. Lo que nos lleva de nuevo a la pregunta inicial: es posible hoy una Iglesia republicana? no sólo es posible, sino vitalmente necesario. Cuando la Monarquía partitocrática ha terminado por corromper y saquear a todo un país, es obligacion de la Iglesia romper el pacto con ella y ponerse al lado de la Comunidad y de sus aspiraciones de justicia social y democracia.
Prueba.
lo que si ha sido posible es la transición de una iglesia de dictadura de partido único (Franco) a una iglesia partidócrata, vehículo de una profunda interiorización, entre su fieles y en la cultura hispana, del regimen de varios partidos estatales pero único poder como si esto fuera democrácia. Una iglesia que es factor constituyente de consenso antirepublicano y antidemocrático vigente, principalmente en su parte moral, ideológica y simbólica.