A estas alturas, creo que todos los que siguen medianamente la actualidad económica saben qué males está padeciendo España, por lo que no voy a entrar al detalle en este aspecto. Sin embargo, en la vorágine informativa son pocos los que se atreven a decir abiertamente qué ha provocado esa sangría económica. Unos dirán que es la debacle inmobiliaria. Sí, eso es cierto, pero España se distingue de otros países europeos, entre ellos nuestra admirada y temida Alemania, por una distribución territorial de la economía y el poder un tanto peculiar.
A todo el que le pregunten contestará que España es un país autonómico, algo similar a un país federal (esto, para contento de unos y disgusto de otros). Y por ahora no peco al decir que eso es cierto: existen comunidades autónomas con ciertas dosis de autogobierno, unas más que otras; unas con unos resultados mejores que otras (no digo nombres). Pero resulta que el autogobierno político es siempre un oasis (por eso de la ilusión) si no va acompañado de autonomía económica o, al menos, un considerable poder económico. Ya vamos delimitando el asunto.
Algunos ya sabrán por dónde van mis tiros. Sí, me refiero a que en España la distribución territorial de la riqueza y las oportunidades económicas está mal planteada y ejecutada. El modelo autonómico tiene una buena intención pero no se ha acabado de adaptar a las realidades de cada territorio.
Siempre tendemos a compararnos con nuestro entorno para medir nuestras capacidades y nuestro bienestar general, pero en este caso concreto no hacen falta tales comparaciones. La crisis ha puesto en evidencia las deficiencias del Estado de las autonomías, entre las que las duplicidades ha sido una de las más cacareadas, aunque últimamente un sector de las clases gestoras considera que el creciente déficit de las autonomías se debe a ese fracaso de modelo, lo cual no es en absoluto cierto.
Ese déficit es consecuencia de las mayores competencias que asumen las comunidades que, en paralelo, se enfrentan a un cierre de la financiación exterior. Es poco responsable y va en contra de la unidad del Estado que se intente achacar los males de España a las autonomías. ¿Es que es tan difícil de entender que las comunidades forman el Estado y que lo nutren con su capital humano y económico?
Dicho esto, la solución para España no pasa por volver a centralizar competencias, sino a profundizar en un modelo que otorgue más autonomía a las comunidades para construir una economía más fiel a las demandas locales, lo que significa ser más eficientes. Sin embargo, para llegar a conclusiones como esta tiene que haber un plan, un programa a largo plazo, que funcione con total independencia de la crisis económica y que seamos capaces de defender frente a injerencias internas y externas. No podemos tirar por la borda tantos años de esfuerzo. Ni debemos.