Déficit, deuda, prima de riesgo sin techo, rescate bancario…Son factores con los que vivimos cada día y que irremediablemente nos llevan a pensar en situaciones nada agradables. Los que entienden de economía y los que manejan los ‘grandes números’ hace tiempo que caminan a ciegas hacia un callejón de difícil salida. La última muestra la tenemos en la escasa satisfacción que el rescate de la banca española (con una línea de crédito de hasta 100.000 millones de euros) ha dado a los dueños de la deuda española: la prima de riesgo ha vuelto a cotas de récord histórico. Y esto tiene una clara explicación.
La espiral en la que han entrado los mercados de deuda y también los bursátiles no responden a una lógica extraterrestre, como nos quieren hacer ver algunos profetas de los PPP (public private partnership), que sin duda han aprovechado parte de la crisis para hacer valer sus argumentos y, como no, sus métodos. Esa marea de confusión se produce por la desconfianza reinante entre los inversores, entre los países, entre las empresas y entre los propios ciudadanos. Y muchas de las soluciones que se adoptan en medio del caos pasan sin pena ni gloria, entendidas como un mero parche del que no cabe confiar. El rescate bancario, pese a contar con el respaldo europeo, ha caído en saco roto por ese motivo: la desconfianza.
Puede parecer un tema menor, pero ninguna de las medidas aprobadas por los gobiernos afectados por la crisis ha ignorado la recuperación de la confianza perdida en el océano de las hipotecas de basura y las marismas de los bancos de inversión. Tras todo eso han venido historias de desplome de activos inmobiliarios, refinanciaciones de deuda que solo dilataban el problema y un paro galopante como consecuencia del ‘sálvese quién pueda’.
Y para frenar todo esto no han ayudado unas políticas económicas centradas en ocultar la responsabilidad contraída antes y durante la crisis por muchos políticos e instituciones reguladoras. Algunos pensaron, interesadamente, que era mejor dejar que se hundiera el barco para posteriormente presentarse como el Mesías, cuando habían sido los causantes del caos.
En una escena con cierta trascendencia de la película Wall Street: Money never sleeps, después de que uno de los mayores bancos de inversión se encuentre en situación de quiebra, el joven inversor Jacob le pregunta a su maestro Keller Zabel: “¿Nos estamos hundiendo?”. De forma apocalíptica, Zabel contesta diciendo: “Has planteado mal tu pregunta, la cuestión es…¿y quién no?” Para aquellos que no hayan visto el film, simplemente aclarar que la resignación de Zabel se debía a que su imperio no se había venido abajo por la situación financiera de su empresa, sino por la desconfianza general en la que vivían los mercados, que veían agujeros en dónde no los había. Lo mismo pasaría después, en la vida real, con países enteros, como Grecia, Irlanda y Portugal y…¿ahora España?
En el entorno anglosajón hay quien piensa que es mejor hundirnos por completo y cuanto antes mejor para despegar con la misma fuerza y aceleración. Otros, sin embargo, se empeñan en contener el hundimiento del barco aislando los compartimentos dañados. ¿Quién tiene razón? ¿Cómo saberlo? La primera pista está a la vuelta de la esquina, solo hay que esperar al próximo domingo, cuando Grecia dé un paso a favor de un bando o de otro.