El debate sobre los diseños institucionales alternativos al actual régimen de gobierno representativo (en estado de putrefacción por todo el planeta salvo contadas excepciones como Suiza o Venezuela) viene necesitando de alguna herramienta que sintetice y sirva de benchmark para ver como de bien lo está haciendo un país a la hora de profundizar las características del sistema político en términos de democraticidad. Uno los trabajos más importantes en tratar el problema de la cuantificación de la profundidad democrática es el realizado por Munck y Verkuilen (2005) (aquí) y la base de datos más utilizada en investigación política es la de la Polity IVdel systemic peace Project. Como puede observarse la BDD de PolityIV categoriza los sistemas en autocracias, anocracias (mix extraño) y democracias completamente institutucionalizadas. Los índices que elaboran son cuantitativos y fluctúan entre -10 (monarquía hereditaria) a +10 (democracia consolidada).
Sin embargo, todo este proyecto conceptual y empírico, está lastrado de base pues se fundamenta en una conceptualización de la democracia muy defectuosa y confusa (típica del 99% de los politólogos que no diferencian entre Gobierno Representativo y Democracia). Este post presenta una herramienta teórica novedosa que pretende ser útil para evaluar la profundidad democrática existente: los diagramas democráticos.
Para hablar de democracia hay que definirla primero. Etimológicamente viene de ‘’demos= pueblo’’ + ‘’kratos= poder’’. Según Hansen (1991), esta palabra es expresada por primera vez en Herodoto, sV A.C, para referirse a un sofisticado sistema político de distribución de poder que involucraba de forma intensiva a la ciudadanía en el proceso legislativo. Y en todo proceso legislativo hay legisladores y legislados (aunque estén solapados). Esencialmente, lo que se hace en este artículo es descomponer la noción de distribución de poder legislativo en base a diferentes elementos.
Puesto que no es fácil decir cual es la dimensión clave para hablar de un sistema de democracia total, uso las cinco dimensiones más relevantes a la hora de caracterizar el sistema en su conjunto: i) el mecanismo de selección de los legisladores, ii) el universo de población sobre el que se aplica el mecanismo, iii) la frecuencia de rotación de los legisladores, iv) el tipo de mandato y relación de representación entre legislador y legislado y finalmente v) el grado de control sobre el flujo legislativo que tiene el legislado. Como puede verse, la ciencia política actual todavía está en pañales pues únicamente pivota sobre una de las dimensiones aquí consideradas y ni siquiera considera la utilización del sorteo.
Así, un indicador de profundización democrática de un sistema en particular, bajo este marco conceptual, te lo dan sus diferentes puntuaciones en cada dimensión y el área ocupada en el diagrama.
A = P * a / 2, con P = 5L y a=apotema.
Asumiendo que A* representa el “ideal democrático” y que se puede medir, la diferencia d=A* – A, nos indicaría cómo de bien lo estamos haciendo en la profundización democrática. En el diagrama de abajo se muestra el objeto conceptual:
1. Mecanismo de selección de legisladores
La primera dimensión relevante para categorizar cuán democrático es un sistema político es la del mecanismo utilizado para seleccionar legisladores. Así, los diferentes sistemas políticos que se han dado a lo largo de la historia se caracterizan por el uso de mecanismos de selección prototípicos. La herencia de sangre tipifica los gobiernos autocráticos de la Edad Media, el sufragio los Gobiernos Representativos surgidos a raíz de las revoluciones liberales y el sorteo la Democracia Ateniense de los siglos IV y V A.C. La escala de menos a más democraticidad va de la herencia o linaje a sorteo, pasando por el sufragio. Esta gradación está referenciada en la literatura política (ver Manin, 1997; McCormick, 2006).
La herencia, asociada a las Monarquías, es el mecanismo que provoca una máxima concentración del poder, en un único individuo. Por otra parte, el sufragio aplicado a la selección de representantes es un mecanismo inherentemente oligárquico pues genera desigualdad política de forma sustantiva y concentra el poder político en unos pocos políticos profesionales. Esta tendencia desigualitaria se refuerza en los procesos de elección de representantes como consecuencia del sesgo aristocrático (se elige al mejor o ‘’aristos’’) asociado a las mismas. En dichos procesos electorales, se premia a aquellos que logran llamar la atención, y tanto la riqueza, la influencia mediática como el status social, son factores que llaman la atención. Así, existen varios estudios que muestran que la composición de los parlamentos tiende a sobre-representar a aquellos que provienen de buena familia y falla clamorosamente a la hora de representar la enorme diversidad social existente. Obviamente la desigualdad política asociada a este sistema, es opuesta al núcleo de la democracia que es la idea de igualdad política.
Aunque exista cierta confusión teórica al respecto de la democraticidad del sufragio, una revisión de los clásicos muestra que tanto Aristóteles, Montesquieu como Rousseau consideraban que la elección de representantes era oligárquica/aristocrática mientras que la selección por sorteo era democrática (ver, Política, Aristóteles, 350 A.C; Montesquieu, 1748). Por su parte, supuestos revolucionarios y teóricos como Thomas Jefferson, Madison (EEUU) o Sieyes (Francia), argumentaron una gran variedad de motivos en contra de la democracia i) la necesaria especialización del trabajo en sociedades cada vez más complejas, ii) las elevadas tasas de analfabetismo, etc. Tenían muy claro que el sufragio era el mecanismo adecuado para promover la emergencia de aristocracias naturales, que consideraban esencialmente mejores que la democracia o que el sistema de linajes.
En lo que se refiere al sorteo, es importante destacar que es un mecanismo más igualitario que el sufragio, pues sobre él no opera el sesgo de desigualdad que llevan implícitas las elecciones, al maximizar la igualdad de oportunidades para el acceso a ser legislador. Esto se debe a que la aplicación de muestreos aleatorio para seleccionar legisladores garantiza que todos los miembros de la población tendrán la misma probabilidad de ser gobernantes y gobernados.
2. Universo de población sobre el que se aplica el mecanismo
La segunda dimensión relevante para evaluar la profundidad democrática de un sistema político es el universo de población sobre el que se aplican los mecanismos sufragio, sorteo o herencia. La gradación que establecemos es la de muy restringido al censo completo puesto que universos poblacionales sesgados fallarán a la hora de distribuir eficazmente el poder político entre la población. Las herencias son el mecanismo que por definición, opera sobre un universo de población más restringido: la familia. El sufragio y el sorteo, por otra parte, permiten aplicaciones más o menos restringidas, configurables según se desee.
En un proceso de selección de legisladores por sufragio, el sistema será más democrático cuanta más gente pueda participar y menos barreras existan a la hora de presentarse como legislador. Procesos electorales abiertos, en los que cualquiera puede presentarse son más democráticos que procesos que requieren avales o en los que existen barreras de entrada. Del mismo modo, no es lo mismo que la elección la operen subconjuntos de población que toda la población. Así un sistema en el que únicamente se permite participar en la selección de legisladores a los ricos/hombres (censitario) es inferior en términos de democraticidad a un sistema en el que pueda participar cualquiera, con independencia de riqueza o sexo (universal).
Lo mismo sucede en el caso del sorteo, es más democrático si se aplica sobre el censo completo que sobre submuestras de población. Un sorteo sobre el censo completo garantizará, para tamaños muestrales superiores a los 600 asambleístas, la formación de cámaras lo suficientemente diversas como para capturar con precisión estadística las idiosincrasias y especificidades en los sistemas de valores y creencias de la población.
Por el contrario, pueden darse aplicaciones del mecanismo sorteo menos democráticas si la selección aleatoria se lanza sobre subconjuntos de población sesgados, como sería el caso de aplicarse sobre voluntarios (Atenas) o nobles (Florencia sXV-XVI, Venecia sVII-XVI), lo que provocaría una reducción de la representatividad de la muestra.
3. Frecuencia de rotación de los legisladores
La tercera dimensión relevante es la frecuencia de rotación de los legisladores: responde a la cuestión ¿Cómo de rápido cambia el poder de manos?. Haciendo un sencillo ejercicio de abstracción uno puede observar como en el límite, una altísima frecuencia de rotación de legisladores implica que todo el universo de población tarde o temprano ocupa ambos roles: el de gobernantes y gobernados. De hecho, con una frecuencia de rotación tendente a infinito los dos roles colapsan en el mismo. Por el contrario, un modelo en el que el poder nunca cambia de manos y los que legislan son siempre los mismos, necesariamente es oligárquico, pues unos pocos acaban concentrándolo indefinidamente. Así pues, sistemas sufragistas en los que los intervalos de selección de legisladores se dan cada 10 años, son menos democráticos que aquellos en los que las elecciones se dan cada 4 o 2 años. De acuerdo a esta definición, el sistema político de Esparta, que utilizaba elecciones anuales para seleccionar los dirigentes de la comunidad sería más democrático que el de la Unión Europea, en la que la frecuencia es cada cinco años. Lo mismo sucede con las aplicaciones a sistemas basados en el sorteo. Hasta la fecha contamos con pocas experiencias históricas documentadas más allá de Atenas o las repúblicas Italianas para hablar de frecuencias de rotación estructuradas vía sorteo. Sin embargo, el estudio de la estructura de rotación Ateniense muestra que los puestos más relevantes rotaban más rápido.
Es importante recalcar aquí que la calidad de la deliberación a partir de un umbral crítico podría presentar rendimientos decrecientes a la frecuencia de rotación. Es decir, la calidad legislativa describirá una forma de U invertida.
Esto se explicaría porque para una frecuencia de rotación (R) inferior a la rotación óptima (R*), acelerar la rotación supondría introducir modelos predictivos diversos, lo que dadas unas correlaciones negativas (cuando uno se equivoca otro acierta) tendería a producir decisiones más correctas, Hong y Page (2001; 2004), Page (2007). Como muestran Wolley et al (2010), la diversidad cognitiva tendría un rendimiento positivo al incrementar la inteligencia colectiva del órgano legislativo. Ahora bien, si R > R*, podríamos tener un problema de inconsistencia temporal. Los nuevos legisladores no tendrían tiempo de estudiar los problemas que deben resolver o bien podría darse el caso de que recurrentemente se aprobasen políticas en la dirección opuesta al grupo legislativo anterior.
4. El tipo de mandato y relación establecida entre legisladores y legislados.
La cuarta dimensión es la del tipo de mandato y el tipo de relaciones verticales/ horizontales establecidas entre mandatario/mandante. Para clasificar los diferentes tipos de mandatos uso el criterio de relaciones más igualitarias, más democráticas. El mandato representativo se fundamenta en el consentimiento de los representados (Manin, 1997) por lo que genera una desigualdad de poder político temporal (incluso cuando existiese la posibilidad de revocación) al darle más poder al mandatario que al mandante. Este tipo de mandatos tiende a generar tiranías de la minoría. Del mismo modo, bajo el mandato imperativo, la relación mandatario-mandante es vertical, en tanto que los mandantarios están obligados a hacer lo que decidan los mandantes y propicia las tiranías de la mayoría. Aquí el problema es de injerencia interna. Como planteaba JLM (aquí) y (aquí), la exposición de los representantes a la voluntad ciudadana en términos imperativos menoscaba su condición de ciudadanos libres e iguales al resto, produciéndose así un fenómeno de alienación política en el que los representantes quedan coartados coartados y sus derechos a la libertad de expresión y el debate propio del cargo vulnerados.
Finalmente, en el mandato participativo tanto mandatarios como mandantes tienen la posibilidad de participar en la toma de decisiones directamente, en igualdad política real y, una vez tomada la decisión de manera colectiva, la persona elegida para un cargo no podrá apartarse del elemento esencial del mandato: el contenido de la decisión tomada. El mandato participativo es como un mandato imperativo actualizado, legalizado, reemplazando los elementos inconstitucionales del imperativo por otros constitucionales (por ejemplo, los del contrato de mandato normal del código civil). El ejemplo más parecido en la práctica a lo descrito, se encuentra en las votaciones del tipo open-government de Baldoví, diputado de Compromís-Equo, que en el Congreso que abre su escaño a la votación de la ciudadanía y expone y defiende el resultado.
5. Grado de control que tienen los legislados sobre el flujo legislativo.
Finalmente tenemos el parámetro más relevante de todos los que definen el sistema legislativo: el grado de control que tienen los legislados sobre el flujo legislativo. Un sistema en el que el grado de control sobre la legislación no va más allá de la posibilidad de elegir representantes para que ellos posteriormente generen las leyes en su mandato es a todas luces poco democrático. Por otra parte, la idea del revocatorio o cargo derogable, de tanta tradición en la izquierda, sería simplemente una posibilidad más de influir sobre el flujo legislativo al operar sobre el legislador. Pero no hay que sobrevalorarla. Este mecanismo permite aumentar el nivel democrático en función del número de firmas exigidas: cuando el requisito es muy elevado no sirve de mucho. Si los legislados pueden tomar el rol de propulsor-legislativo lanzando iniciativas legislativas y constitucionales (a la Suiza), estaríamos en un escenario de mayor democraticidad (la cuestión de las firmas también se aplica aquí). Finalmente, si se puede proponer y aprobar, porque además el marco institucional incorpora la posibilidad del referéndum vinculante, estaríamos en una situación de máxima democraticidad: en la que el legislado puede tomar el rol de legislador tanto en la fase de iniciativa, elaboración como de aprobación. Conviene rescatar aquí una reflexión importante del post de Salva de “La guillotina democrática” de hace tiempo: si los poderes del Estado están separados pero no están subyugados al pueblo no tienen por qué servir de mucho (en términos de democraticidad). Por contra, si el poder estatal está subyugado al pueblo mediante mecanismos de democracia directa, deja de ser tan relevante si los poderes del estado están pulcramente separados o no.
De la teoría a la Práctica
Con todo este repertorio podemos plantear la modelización de sistemas y medir su profundidad democrática. A fin de mostrar la utilidad de este marco, adjunto un ejemplo abajo en el que se categorizan en base a las dimensiones anteriores varios ejemplos paradigmáticos. En particular, se comparan la Atenas Democrática del siglo V aC, las repúblicas Italianas del siglo XVI, el sistema de gobierno representativo americano y el suizo de siglo XXI.
Como puede observarse los sistemas más democráticos en cuanto la forma de selección de legisladores son el ateniense y el florentino, puesto que utilizaban sorteo. Los sistemas de gobierno representativo estadounidense y suizo estructurados en base a la elección de representantes puntúan por debajo. Sin embargo, el hecho de que el sorteo se aplicase sobre un censo restringido, tanto en el caso ateniense (sólo ciudadanos, mayores de 30 y voluntarios, lo que excluía a muchísima población) como en el florentino (nobles, muy restringido) hace que estos sistemas políticos puntúen peor que los sistemas de gobierno representativo en cuanto al universo de población sobre el que se aplica el mecanismo. Aún cuando para ser elegido representante vía sufragio actualmente existan ciertas barreras de entrada (pertenecer a algún partido político, que este supere un umbral, etc) estas restricciones son claramente inferiores a las de los casos anteriores. En lo que respecta al tipo de mandato encontramos que tanto en Atenas como en la Florencia del siglo XVI los mandatos eran imperativos (tendentes a tiranías de la mayoría) mientras que en los sistemas americanos y suizo de la actualidad los mandatos son representativos (tendentes a tiranías de la minoría) por lo que obtienen mejores scores en esta dimensión. La velocidad de rotación en Atenas (anual) por su parte es superior a la rotación de los legislativos actuales (cada cuatro años). Finalmente, el grado de control sobre el flujo legislativo en la antigua Atenas y en la Suiza actual es prácticamente total obteniendo una puntuación superior a los Estados Unidos o a Florencia. Esto es así ya que el combo de las figuras del ho-boulemos + ostracon (equivalentes a la iniciativa legislativa popular y al revocatorio actual Suizo) al que hay que añadir la votación final en asamblea (y aprobación vía referéndum vinculante) permite participar en cualquier fase del proceso legislativo.
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PD: Soy totalmente consciente de que existen otras dimensiones sociológicas (flujos de comunicación verticales vs horizontales, transparencia) o económicas (Gini index) relevantes que afectan a la distribución de poder político efectiva. In any case, críticas are welcome.
El diagrama pentagonal puede ser bastante indicativo, pero la “fórmula de área” carece totalmente de sentido, dado que supone haber establecido previamente equivalencias cuantitativas entre las distintas variables, esencialmente cuantitativas excepto la “frecuencia de rotación”.
El tema de usar polígonos de n-lados en función de las n-dimensiones es simplemente para visualizarlo. Aunque comparto la crítica de que medirlo vía área tiene el problema de que implícitamente estás asignando el mismo peso a cada dimensión, si que me parece que todas las dimensiones son cuantificables y se pueden agregar en índices sintéticos asignando pesos. Por ejemplo: se puede hacer con técnicas DEA (100% data driven y sin juicios de valor).